DOMINGO V DE PASCUA (C) (Juan XIII, 31-35)
Amar como Cristo nos amó…,
¡Ahí es nada! |
- Sorprende
que, en ese preciso momento en que Judas acaba de salir del Cenáculo para consumar
la traición de su Maestro, (intención conocida por Jesús) y, cuando va a comenzar
“su tremendo Calvario”, Cristo proclame, con énfasis que, ahora empieza su
glorificación:
"Ahora es glorificado el Hijo del
hombre"
- Esta
paradoja, nos viene bien recordarla para que, los cristianos de todos los
tiempos, no olvidemos: que el sufrimiento, aceptado y sobrellevado por
amor a Dios, en unión con Su divina voluntad, ¡es camino de glorificación!
- Son
también, muy de tener en cuenta las palabras de despedida que pronuncia Jesús, después
de marcharse Judas porque, dado el momento en que las proclama, tienen un alto
significado:
a) Serán las últimas palabras que tendrá ocasión de
dirigir a sus íntimos, a sus Apóstoles, antes del drama de su Pasión.
"Me queda poco tiempo de estar con
vosotros"
b) Son significativas porque, aquel tono de despedida de
sus palabras, le dan a su mensaje un carácter de auténtico testamento
espiritual.
c) Y, sobre todo, por el contenido de aquel “testamento
espiritual” ya que, cualquier testador suele condensar en su última voluntad lo
más primordial, lo más encarecido de sus sentimientos. Estos fueron los suyos:
"Que os améis unos otros"
Y, para que siempre tuvieran en cuenta la característica
esencial de este amor cristiano, les añadiría que, habían de amar:
“como yo os he amado”
- En esa condición,
radica la diferencia cualitativa que existe entre el simple amor
humano, la filantropía, y el “ágape”,
el amor sobrenatural que Dios nos pide, en: “amar como El nos amó”.
- ¡Menuda meta nos ha puesto el Señor! Porque, "amar
como El nos amó", no deja lugar
a las exigencias del egoísmo, de la discriminación, de los rencores, de la
acepción de personas. Y en ese modo de amar, radica también la novedad del
mandamiento nuevo como lo explica San Agustín:
“Pero. ¿Acaso este mandamiento no se encontraba ya en la ley antigua, en la
que estaba escrito: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo? ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor, si está tan claro que era
antiguo? >>>>>>
Y responde San Agustín: Sencillamente, porque éste no es un amor carnal cualquiera. La
condición que lo hace totalmente distinto, se encuentra en las propias palabras del Señor: tenéis que amar, “como yo os he amado”. ¡Esto es
lo que lo hace totalmente nuevo! “
(San Agustín Obispo en su Tratado del Evangelio de San Juan)
d) Finalmente, en aquel “testamento”, el Señor
proclamaría que, la práctica de este precepto del amor será, en adelante, el
distintivo de sus auténticos seguidores. Esta será, en adelante, “la prueba del
algodón” para distinguir, al falso, del verdadero cristiano.
- Por muchas cualidades humanas, incluso brillantes, que
tengamos, por muchos títulos académicos que ostentemos, si no luchamos, con la
ayuda de su Gracia, para que nuestro amor se parezca al suyo, no seremos reconocidos
como discípulos suyos. Como reza la estrofa de aquella popular canción: “si me falta el amor…, no me sirve de nada”
- ¿Tendrá que seguir diciéndose, irónicamente, que
a este mandamiento se llama nuevo, porque
los cristianos lo tenemos todavía sin estrenar?
(Cita
de José Mª Pemán
en su Discurso “A la luz del misterio”). (1)
-
¡A ver que hacemos los cristianos de este “testamento
espiritual” del Señor! ¡No reduzcamos el amor cristiano a nuestras
categorías humanas! ¡El amor que Cristo nos pide, va más allá del amor carnal,
del amor por afinidades, por simpatías, o por agradecimientos!..... ¡Este amor,
será siempre la inconfundible piedra de toque del auténtico seguidor de
Cristo!
Guillermo Soto
(1)
“Hemos
perdido aquel vivo sentido de vinculación orgánica que la Iglesia primitiva
guardaba entre la Cena y el Lavatorio: entre la “Institución”
y el “Mandato”. Nos hemos olvidado
que el Jueves Santo -“el gran día”– conmemora estos dos episodios que
igualmente fueron apostillados por una misma orden de perduración: “Haced esto en memoria mía”, dice tras
la institución de
(A la luz del misterio de José
Mª Pemán, nº 4, pag. 31)