V Domingo de Pascua, Ciclo C
La
novedad del amor cristiano
La novedad radiante del amor de Cristo
Hoy escuchamos en el evangelio de Juan el mandamiento
del amor al otro como novedad y distintivo de la vida cristiana, tal como Jesús
lo enseña en la última cena a sus discípulos. Y ese amor tiene su origen en el
amor de Cristo que, a su vez, es el de amor de Dios. El fundamento del mandato
nuevo es “como yo os he
amado”, que hemos de interpretar también como causal en el sentido de “puesto que yo os he
amado”. El amor de Cristo hasta entregar la vida en la cruz es el que hace
nuevas todas las cosas y su novedad ilumina toda la realidad. Por ello en el
Apocalipsis son nuevos el cielo y la tierra, la ciudad de Jerusalén y la
Alianza de Dios con los hombres que celebramos en cada Eucaristía. Y en Hechos
de los Apóstoles es también nuevo el horizonte misionero de Pablo y Bernabé que
ha abierto la fe al mundo de los paganos.
La entrega de la vida es la novedad del amor cristiano
El evangelio de este domingo pascual proclama la novedad
radical del amor cristiano, pues su origen y su fundamento están en el amor de
Jesús, el cual llevó su amor a los hermanos hasta su expresión máxima al dar la
vida por todos en la cruz, cuando fue injustamente asesinado por los que
ostentaban el poder en su época. Traicionado por Judas y abandonado por los
discípulos, acusado por los grupos religiosos y condenado por el poder civil y
religioso, Jesús vive todo este proceso de sufrimiento propiciado por los seres
humanos de una manera nueva. No hay nada ni nadie que le haga desistir de su
proyecto de vida en el amor que, con la fuerza del Espíritu, ha llenado toda su
vida y que concluye en la Hora decisiva de la muerte. Esta Hora no se presenta
ya en el evangelio de Juan como un momento trágico, sino como la consumación
del amor hasta el final.
Glorificar y amar
Glorificar y amar son los verbos claves
y repetidos en el fragmento evangélico de este domingo. El amor de Cristo ha
convertido su muerte en cruz en un acontecimiento de gloria. Y
por eso es la hora de la glorificación, la del Padre en el Hijo y la del Hijo
en el Padre, la glorificación de Dios en el Hombre y la del Hombre en Dios (Jn 13,31-35), pues un amor de estas características es lo
que ningún ojo vio jamás ni ningún oído oyó, es un amor tan novedoso en la
historia humana que marca el comienzo de una nueva historia orientada de manera
irreversible hacia un final casi inimaginable pero maravillosamente real, y que
en el género apocalíptico se describe como la boda de la nueva Jerusalén, la
humanidad redimida, con Dios su esposo, en un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1-5). El templo de la Sagrada Familia de Barcelona,
obra todavía inacabada de Gaudí, es una representación novedosa de la Jerusalén
celeste en el arte de la arquitectura.
“Como yo os he amado”
La lógica de Jesús fundamenta el mandamiento nuevo en su
propia experiencia. El Evangelio consiste en el anuncio de que Dios nos amó
primero, como más adelante dirá Jesús: “Como
el Padre me amó, así también yo os amé, permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Y este anuncio de gracia divina está patente en
el amor consumado hasta la muerte en la persona de Cristo y es el origen de
todo amor porque Dios es amor. En el texto joánico de
este domingo, la triple formulación del mandamiento del amor dado por Jesús a
sus discípulos, como seña de identidad y de pertenencia a su grupo, nos da
también la clave de su novedad, pues en el corazón del mandato: “que os améis unos a otros,” se
encuentra la expresión: “como
yo os he amado” (Jn 13,34), cuyo valor no es
meramente comparativo ni ejemplarizante sino que revela un hecho fundante. El término
polivalente “como” es
conjunción comparativa y causal y no significa sólo “a la manera de”, pues no
es un símil ni una comparación, sino que remite al amor como fundamento y causa
de todo lo que dice posteriormente.
El amor consumado hasta el fin
Jesús nos ha amado hasta
el final (en griego, eis
telos: Jn 15,13),
es decir, totalmente y hasta el último suspiro. Por eso en la cruz, según Juan,
Jesús dice una palabra recapituladora de toda su vida y de su muerte, que en
griego suena casi igual y tiene la misma raíz: “tetelesthai”, es decir, “está
cumplido”(Jn 19,30). Y entonces Jesús entrega su Espíritu que es la
fuente del amor. Es como la firma del evangelio de la gloria en la Hora
definitiva del gran Amor consumado. De ese amor nace el mandato, precedido de
la experiencia que lo fundamenta y lo sustenta. El amor de Jesús es fundamento,
sobre el que se asienta la novedad del amor cristiano, es un amor hasta dar la
vida, y la palabra que lo anuncia es también eficiente (o performante, como
se diría actualmente según las categorías lingüísticas de Austin), pues
transmite a los discípulos la fuerza que él lleva consigo capacitándolos para
vivir de igual modo este tipo de amor, cuya altura es verdaderamente divina.
Amar es desvivirse por los demás
Este amor de Jesús consiste en desvivirse por los demás
y en exponer la vida a favor de los otros, tal como él hizo en la cruz. Ése es
el amor que revela al Padre, y que constituye la alegría en plenitud para la
vida humana. Por eso ese amor es la glorificación de Dios y del Hijo del
Hombre, de lo humano y lo divino. El amor de Jesús ha quedado patente a lo
largo de su vida, pero, en el proceso de su muerte injusta, tal como él la
afrontó y vivió, hay mucho más que un asesinato. En este tipo de muerte se
consumó el amor más grande de la historia humana, el que consiste en dar la
vida por los demás, por los amigos y por los enemigos, por los justos y los
injustos, por los pobres y por los pecadores.
Jesús nos capacita para vivir su mismo amor
El evangelista Juan proclama la glorificación del Hijo
del Hombre en la Hora clave de la historia mediante la transformación de la
muerte en vida. Es la hora de la pasión en el amor, la hora del grano de trigo,
la de Jesús, que anuncia su muerte, dándole un sentido totalmente positivo,
pues, como había dicho anteriormente, cuando Él sea levantado de la tierra,
tirará de todos hacia Dios (cf. Jn 12,32-33). Aquella
era la hora de la gloria y de la vida a través de la muerte. En su muerte se
consuma un amor sin límites, un amor a fondo perdido, un amor que todo lo
perdona, que todo lo espera, que todo lo aguanta, que todo lo cree (cf. 1 Cor 13,7). Es el amor que no pasa nunca, porque es eterno.
Es el amor de quien nos amó hasta el fin y en ese amor inmenso, misericordioso
y bueno está Dios, porque es Dios mismo. Ese amor es el que hace nuevas todas
las cosas (Ap 21,1-5). Y ese amor se consuma entre el
cielo y la tierra en el Jesús de la cruz. Él nos capacita por su sacrificio
redentor, por la acción de su Espíritu y con su ejemplo para que todos nosotros
cumplamos también nuestra misión como discípulos y discípulas que hacen visible
ese nuevo Amor. En virtud de ese amor y gracias a él se hace posible la novedad
del mandato: “que os améis
unos a otros como yo os he amado”.
La prioridad misionera de hacer nueva la familia
Orientados por este tipo de amor y mirando hacia la
realidad de la familia, con el objetivo de hacer también “nueva” la familia,
podemos destacar una de las principales propuestas del V Congreso Americano Misionero (V CAM 2018), que
indica que hay que trabajar en un diseño específico de atención a la
institución de la familia y a los problemas familiares desde la Iglesia. A
imagen de la familia trinitaria y de la familia de Nazaret las familias
cristianas deben ser comunidades domésticas de vida y de amor auténticamente
cristiano. Para ello es preciso trabajar en el campo educativo y catequético en
la formación de los jóvenes para que experimenten la vivencia madura del amor
como entrega total al otro. Es necesario trabajar sistemáticamente en la
atención eclesial desde las parroquias a los problemas de las parejas, antes,
en y después del matrimonio. Es urgente consolidar el respeto a la dignidad de
la persona en el marco familiar para que ningún miembro de la familia sea
maltratado, particularmente las mujeres y los niños. Es también urgente educar
en el respeto a la vida como un don de Dios desde el primer momento de la
concepción hasta la muerte natural. Es apremiante asimismo educar a los jóvenes
desde las familias y desde las parroquias en el sentido y en el valor cristiano
de la sexualidad.
La entrega de la vida, fundamento de la alegría
Que este amor nuevo y eterno nos renueve profundamente
para vivir cada uno en la vocación a la que ha sido llamado, tanto en la vida
matrimonial como en la vida religiosa y sacerdotal, es decir, para hacer de la
vida una entrega marcada por todas las notas del amor, contenidas en 1 Cor 13: con paciencia y actitud de servicio, sanando la
envidia y sin hacer alarde ni agrandarse, con amabilidad y desprendimiento, sin
violencia interior y desde el perdón, alegrándose con los demás y disculpando
todo, confiando en los demás, esperándolo todo y soportándolo todo de los
otros. Este amor es el fundamento de la verdadera alegría que Jesús nos
comunica antes de morir (Jn 15,11) y después de
resucitar (Mt 28,9).
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura