Dolor del alma, dolor de Iglesia

 

Un sabio que comprendía de humanidad, decía: “No te pregunto cuáles son tus opiniones o cuál es tu religión, sino solo cuál es tu dolor”. Y el gran Victor Frankl, añadía: “Vivir es sufrir, sobrevivir es encontrar sentido al sufrimiento”. Y el dolor, hoy, nos tritura, nos agota, nos derrite el alma. Y este dolor sobrepasa lo físico, escuece el espíritu. Es un dolor que proviene del pecado, de la violación de víctimas inocentes en la misma Iglesia. Y son los sacerdotes los victimarios, hoy más señalados.

Hoy la Iglesia celebra el día del sacerdocio. ¿Cómo podríamos celebrarlo? Solo ofrecemos nuestra debilidad y la cara enaltecida de la justicia con las víctimas. Esa es nuestra carta de presentación. Nadie regresa del dolor y continúa siendo el  mismo. El dolor purifica, sana, eleva, dignifica. Hemos aprendido la lección del polvo, de la miseria, de la humillación. De ahí nos levantamos, desde nuestro dolor diseminado.

Una santa colombiana, la Madre Laura, decía: “Todo amor se vuelve dolor. El amor reposado y sin dolor, no lo entiendo”. Nos duele la Iglesia, nos duelen tantas cosas, nos duele la fe de nuestros feligreses, nos duelen las lágrimas suplicantes de quienes han sufrido por nuestra culpa. Nos duelen también los victimarios, su desvergüenza, nos duele su calvario. También su cruz. Ojalá, su conversión y reparación.

Jesús nos habla de sus ‘ovejas”, de quienes escuchan su voz, de quienes lo siguen y saben de sus senderos, remansos e hitos de sus huellas. Queremos una Iglesia saneada, purificada, santa. Una Iglesia que asuma su Cruz, la misma de Jesús que sabe de escupitajos,  traiciones, encuentros, resurrecciones. Una Iglesia que sabe de sí: Su pequeñez y necesidad de perdón. Una Iglesia resurreccional que siembre la alegría y la esperanza.

Cochabamba 12.05.19

jesús e. osorno g. mxy

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