PASCUA
– FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR C
(2-junio-2019)
Jorge Humberto Peláez S.J.
La
Ascensión, un nuevo modo de presencia de Jesucristo
ü Lecturas:
o Hechos
de los Apóstoles 1, 1-11
o Carta
de san Pablo a los Efesios 1, 17-23
o Lucas
24, 46-53
ü Hoy
celebra la liturgia la fiesta de la Ascensión del Señor. Cuarenta días después
de la Resurrección, el Señor culmina el ciclo que había comenzado con la
Encarnación. El SÍ de María, que acogió el mensaje del ángel que la invitaba a
colaborar en el plan de salvación, dio inicio al hecho más extraordinario de la
historia espiritual de la humanidad. El Hijo Eterno del Padre se despoja de los
atributos de la divinidad y asume nuestra condición humana. Esto sucede por una
simple razón: el amor infinito de Dios, quien decide recomponer la relación con
la humanidad, que había sido rota por la soberbia humana que quiso hacernos
semejantes a Él.
ü Ese
camino iniciado con la Encarnación, concluye con la Ascensión del Señor resucitado,
que retorna al Padre. En el texto de la Carta a los Efesios que acabamos de
escuchar, el apóstol Pablo nos habla del poder que desplegó Dios Padre “al
resucitar a Cristo de entre los muertos y darle asiento a su derecha en el
cielo, por encima de todos los tronos y grandezas, poderes y autoridades, en
una palabra, de todos los seres llámense como se llamen, en este mundo o en el
otro. Todo lo puso bajo los pies de Cristo, y a Él le dio la primacía absoluta haciéndolo
cabeza de la Iglesia”.
ü La
auto-manifestación de Dios en la historia se inicia con la Alianza que Yahvé
establece con Abrahán, nuestro padre en la fe; es el primer capítulo de la historia
de la salvación. El segundo capítulo y clímax de esta historia, es Jesucristo,
revelador del Padre, quien es la realización de la promesa. El tercer capítulo
es el tiempo de la Iglesia, que tiene como punto de partida la Ascensión del Señor
y el don del Espíritu Santo en Pentecostés; la Iglesia tiene como misión anunciar
la Buena Noticia de la salvación.
ü En
la primera lectura que hemos escuchado, tomada de los Hechos de los Apóstoles, encontramos
una explicación muy interesante sobre los cuarenta días que transcurrieron
entre la Resurrección del Señor y su Ascensión a los cielos. Leemos en este
texto: “Después de su pasión se les manifestó en persona dándoles numerosas
pruebas de que estaba vivo, y durante cuarenta días se dejó ver de ellos y les
habló del Reino de Dios”.
ü Cuando
el texto de los Hechos de los Apóstoles nos habla de cuarenta días, no debemos pensar
en cuarenta días calendario. Recordemos que el número cuarenta es simbólico y
expresa un proceso que se lleva a cabo, un camino que se recorre: durante
cuarenta años peregrinó por el desierto el pueblo de Israel; durante cuarenta
días Jesús ayunó en el desierto. Lo que nos quiere decir esta observación de los
Hechos de los Apóstoles es el proceso espiritual vivido por los apóstoles y los
inmediatos seguidores del Señor después de la Resurrección; el Señor resucitado
los acompaña para confirmarlos en la fe y así culminar el proceso formativo que
había llevado a cabo durante su vida pública; les ratifica la misión que les
había confiado y les anuncia la inminente presencia del Espíritu Santo, quien acompañará
a la Iglesia hasta el final de los tiempos.
ü Después
de la Resurrección, el Señor les da numerosas pruebas de que está vivo y que no
es una ilusión o un fantasma. Él está vivo y seguirá presente en su Iglesia de una
manera diferente pero real y eficaz. El Señor resucitado confirma la fe de sus discípulos.
Utilizando una imagen del mundo de la educación, podríamos decir que la Ascensión
y Pentecostés son la culminación de un intenso proceso de formación teológica. A
partir de ahora dejan de ser discípulos y se convierten en maestros y pastores
de las nuevas comunidades de seguidores del Señor resucitado.
ü El
Nuevo Testamento nos ofrece dos versiones de la Ascensión del Señor. La
narración de los Hechos de los Apóstoles nos dice que los discípulos “lo vieron ascender hasta que una nube lo
ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al cielo viéndolo irse, se les
presentaron dos personajes vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué
hacen ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que les dejó para subir al
cielo, volverá de allí de la misma manera que lo vieron irse”. Esta llamada de
atención de estos dos personajes vestidos de blanco los sitúa frente a las
responsabilidades que todos tenemos como administradores de nuestra casa común
y como anunciadores del Evangelio; la espiritualidad no puede conducirnos a desconectarnos
de la realidad diaria.
ü La
segunda versión de la Ascensión del Señor la encontramos en el Evangelio de
Lucas: “Los sacó a Betania, levantó las manos y los bendijo. Y mientras los
bendecía, se alejó de ellos y fue subiendo al cielo. Ellos se arrodillaron para
adorarlo y después se volvieron llenos de alegría a Jerusalén”.
ü La
Ascensión del Señor está acompañada de sentimientos encontrados. Por una parte,
tiene un sabor triste porque es una despedida. Ya no volverán a encontrarse con
el amado Maestro con quien habían compartido momentos inolvidables; las conversaciones
que habían sostenido con Él los acompañarían durante toda la vida y sus
contenidos los repetirían incansablemente; lo habían escuchado hablar a las multitudes
y habían sido testigos de sus milagros. Al verlo perderse entre las nubes, todo
eso no volvería a repetirse.
ü Pero
desde la fe todo era alegría, como lo acabamos de escuchar en el relato del evangelista
Lucas, pues su Maestro era glorificado, retornaba donde su Padre e iniciaba un
nuevo modo de presencia en medio de la comunidad eclesial.
ü Con
la Ascensión y Pentecostés terminan el periodo de formación como discípulos. Ahora
les corresponderá asumir sus responsabilidades como maestros y evangelizadores.