SOLEMNIDAD
DOMINGO DE PENTECOSTES, CICLO C
PENTECOSTÉS:
Pablo un laico espiritual.
Hay dos caminos para acercarnos a la
fiesta de pentecostés, fiesta del Espíritu Santo:
En Lucas, autor de los Hechos de los
Apóstoles, se enfatizan aspectos diferentes; para él el don del Espíritu es un
evento fundamentalmente centrado, un ruido, una ráfaga que lleno toda la casa,
lenguas de fuego que se repartieron y posaron sobre los apóstoles, se llenaron
del Espíritu Santo; y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el
Espíritu les permitía expresarse (Hecho 2,1-13). El punto central es el
lenguaje del Espíritu quien había vencido todo límite de muerte.
Lucas narra lo ocurrido al terminar
los cincuenta días de la pascua, pentecostés (Hch
2,13); luego el encuentro del crucficado-resucitado,
con Jesús; con el nombre de vocación de Saulo (9,1-19; 22,5-16; 26,9-18).
No es impensable que las imágenes que
Lucas utiliza en el capítulo segundo de los Hechos. para
narrar el cumplimiento de la promesa del Espíritu hecha por Jesús a sus
discípulos, haya tenido como origen la primera carta de Pablo a los Corintios:
“Por el mismo Espíritu Dios concede a uno el don de la fe, a otro el hablar de parte
de Dios, al otro el hablar un lenguaje misterioso y otro en fin, el don de
interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que
reparte a cada uno sus dones como Él quiere” (1 Cor
12,10-11). “Busquen pues, el amor…El que habla de parte de Dios, habla a los
hombres, los beneficia espiritualmente, los anima y los consuela,…contribuye al
bien de la iglesia. Deseará que todos ustedes tuvieran el don de expresarse en
ese lenguaje misterioso; pero prefiero que tengan el de hablar de parte de
Dios, pues es más útil el que comunica mensajes de parte de Dios, que quien
habla un lenguaje misterioso; a no ser que también interprete ese lenguaje para
bien de la iglesia” (1Cor 14,1-5)
Pablo tiene su experiencia narrada por
el mismo en la carta a los Gálatas . “Porque quiero
que sepáis, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano,
pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de
Jesucristo. Seguramente habéis oído hablar de mi conducta anterior en el
judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla,
y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación,
aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis antepasados. Más, cuando
aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a
bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles, al
punto, sin pedir consejo a hombre alguno y sin subir a Jerusalén para ver a
quienes eran apóstoles antes que yo, me dirigí a Arabia y de nuevo regresé a
Damasco” (Ga 1,11-17).
Se trata de la experiencia de un laico
quien más íntimamente conoció al Espíritu Santo, como el Cristo de la pascua;
el histórico Jesús prepascual ya había muerto sin
Pablo haberlo conocido; y el Espíritu Santo lo reconoció a él, como hijo de
Dios, por el bautismo.
De los 27 libros de la Biblia (N.T) 13
son de Pablo; y de los 28 Caps de Hechos, 16 son
sobre él; signo de la importancia del laicado en la experiencia del
acontecimiento más importante del mundo, la resurrección de Jesús; el segundo
en importancia es la trasformación interna que realiza el kerigma de la muerte
y resurrección de Jesús en Pablo y posteriormente en los discípulos y nosotros
debido que si fuera por esfuerzo humano no podríamos superar el egoísmo.
EL
BAUTISMO QUE LO ACOMPAÑÓ SIEMPRE.
El encuentro del resucitado con Pablo
en Damasco que ha sido narrado tres veces por los Hechos termina con “el
bautismo para el perdón de los pecados” que era el rito cristiano para “estar
en Cristo” y pertenecer a la comunidad. Narra el libro de los Hechos que
“Ananías fue, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: Hermano Saulo,
Jesús el señor que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado
para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo. En ese mismo
momento se le cayeron de los ojos una espese de escamas y recuperó la vista; y
a continuación fue bautizado. Luego comió y recobró las fuerzas” (Hecho
9,17-19).Este fue el bautismo que siguió como
presencia diaria de la muerte y resurrección de Jesús. “Ya no vivo yo,
pues es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). “Mi vida presente [la vida en la
carne] la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gal 2, 20). “Estoy crucificado en Cristo” (Gal 2, 19). “Y
encontrarme en él, no en posesión de mi justicia y religión, la que viene de la
Ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se
funda en la fe, a fin de conocerle a él [a Cristo] y la virtud de su resurrección
y padecimientos, configurándome con su muerte para alcanzar la resurrección de
los muertos” (Flp 3, 9-11).
Pablo acepta la muerte de Cristo,
significada en su bautismo como valor salvífico; identificando así la cruz y
resurrección de Jesús con la vida del creyente en comunidad. Este camino
implica muerte y requiere experiencias interiores, morir a la antigua identidad
y forma de vida, y resucitar a una nueva identidad y forma de vida. Es
necesario morir y resucitar con Cristo. El crucificado fue Cristo y no Pablo,
pero Pablo había experimentado una crucifixión y muerte interior. El antiguo
Pablo había muerto y había nacido el nuevo Pablo.
A
PABLO LE CAMBIARON DE CORAZÓN.
La transformación experimentada por
Pablo implicó el cambio de un corazón desgastado por otro nuevo; algo así como
lo que ocurre con los trasplantes en la cirugía moderna. Pero aquí se trata de
algo más profundo, real pero no físico; el espíritu del antiguo Pablo ha sido
reemplazado por el Espíritu del resucitado (llamado Espíritu Santo porque ya no
vuelve a morir).
El estado de “muerte” propio del
creyente es una de las consecuencias del bautismo (Rm,
4-11). Se trata de una muerte al pecado por la cual el creyente queda liberado
de su poder y de sus pretensiones. Esta muerte comporta una transformación
permanente de la propia vida. Si el creyente en Cristo está muerto al pecado;
su nuevo estado, que pasa por la muerte y resurrección de Jesús, es “ser
viviente para Dios”. Siempre se debe enfatizar que Él viviente tiene relación
con la muerte por haberla superado. El vivir auténtico de Pablo es la Vida
Nueva, vivir para Dios, cuyo término es la resurrección futura, por tener la
semilla de la vida eterna. La convicción que Pablo tenía de que Dios había
resucitado a Jesús se fundamentaba en su propia experiencia. “Porque yo les
trasmití en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras, y que fue sepultado, resucitando al tercer día
según las Escrituras, y que se apareció a Pedro y luego a los doce…y después
de todos se me apareció también a mí,
como si se tratara de un hijo nacido fuera del tiempo (no significa que esta
experiencia cesó con la suya sino que, probablemente fue la última experiencia
de la lista). Yo que soy el menor de los apóstoles, indigno de llamarme apóstol
por haber perseguido a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo
que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he
trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios
conmigo. En cualquier caso, tanto ellos, como yo; esto es lo que
anunciamos y esto es lo que ustedes han
creído” (1Cor 15,3-11).
Así podremos entender que la
experiencia del bautismo en Damasco incluyó la fiesta de pentecostés del
capítulo segundo, libro de los Hechos como la fiesta bautismal que perdona los
pecados y da origen a la comunidad.
EL
KERIGMA FUE NUESTRO PENTECOSTÉS.
Es Pablo mismo quien nos da razón de
lo ocurrido a él para darnos la buena nueva, como el kerigma y pentecostés, que
también nos ocurrirá a nosotros por el bautismo. En efecto, por el bautismo
hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte; para que así
como Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así
también nosotros llevemos una vida nueva. “Porque si hemos sido injertados en
Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su
resurrección. Sepan que nuestra antigua condición pecadora quedó clavada en la
cruz con Cristo, para que una vez destruido este cuerpo marcado por el pecado,
no sirvamos más al pecado; porque cuando uno muere queda libre del pecado. Por
tanto si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, una vez resucitado entre los muertos, no vuelve a morir, la
muerte no tiene ya dominio sobre él. Porque cuando murió, murió al pecado de
una vez para siempre; su vivir, en cambio, es un vivir para Dios. Así también
ustedes, considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios, en unión con
Cristo Jesús” (Ro 6,5-11).
Ser bautizado significaba
simbólicamente, ser sepultado con Él por el bautismo en la muerte, a lo que
sigue la resurrección: así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así
también nosotros podemos caminar en novedad de vida, es decir, la novedad que
resulta de un trasplante del Espíritu,Pentecostés,
realizado mediante el acto de morir y resucitar con Cristo. Así también puede
entender el bautismo como el primer culto cristiano. El bautismo nos recuerda
a pentecostés porque pentecostés ocurrió
con el bautismo.
JUNTOS
EN CRISTO, COMUNIDAD E INCLUSIÓN
Cristo es el indicativo y definitivo
criterio espiritual de las comunidades que fundó Pablo. Llamó primordialmente a
una vida en comunidad, distinta cualitativamente de la forma como vivía la
sociedad de Israel en el legalismo y el imperio romano bajo la esclavitud de su
mal llamada “paz romana” acompañada por el “patronazgo”.
La nueva vida como la interpretó la
cultura occidental y la desarraigó la cristiandad no era para originar una
“espiritualidad privada o de masas” que con el correr del tiempo llegarían a
ser el mayor obstáculo para lo que Pablo llamó “Vivir en Cristo, en el
Espíritu”, comunidades incluyentes. Se trataba por lo tanto de un mensaje
universal que hacía parte de pentecostés.
Para Pablo, la vida “En Cristo”, “En
el Espíritu”, fue siempre un asunto de vida en comunidad. No se trataba
simplemente hacer parte de la Iglesia sino crear comunidades incluyentes como
alternativa a “la sabiduría del mundo”. Además “en Cristo” también tenía para
Pablo otras dimensiones de su experiencia pascual: “Ya no hay condenación para
los que están en Cristo Jesús”, “El Espíritu de vida en Cristo Jesús”,
“Vosotros estáis en el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en
vosotros”, “Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece”, también
habla del Espíritu de Dios, para decir cuál era el fundamento de las comunidades.
La vida en el Espíritu es el tema central de Romanos capitulo octavo.
LOS
DÉBILES SON NUESTRO PENTECOSTÉS.
La acción del Espíritu por el bautismo
hace comunidades incluyentes; no solo por ser excluyentes, la sociedad
religiosa de Israel y el imperio pagano de Roma; sino también advierte Pablo:
“Porque los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” ) “Y a los que consideramos menos cuidados, los rodeamos
de especial cuidado. También tratamos con especial cuidado los que consideramos
más descuidados” “mientras que otros miembros que están bien cuidados no nos
necesitan; pues Dios ordenó el cuerpo, poniendo un máximo cuidado a quienes
carecen del mismo” , “para que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos
los miembros se preocupen los unos de los otros” (1Cor 12,22-25).
Nuestra sociedad en casi todos los
niveles excluye a los miembros más débiles; siendo por la acción del Espiritu, acogidos en comunidades de creyentes o
instituciones laicales. Allí sin discriminación alguna se convierten en
personas indispensables. El cuerpo del resucitado, la comunidad, no se entiende
sin esos miembros frágiles, porque son los que se encargan de jalonar la
capacidad de servicio de toda la comunidad. Al ser acogidos no sólo recuperan
su identidad y su dignidad, sino que provocan el servicio y se convierten en el
recuerdo permanente de quien nos salvó: el crucificado. Resucitado por medio de
la comunidad. “Los débiles” en comunidad o fuera de ella nos permiten actuar y
comportarnos como creyentes por la compasión y el servicio; único camino para
buscar restituirles o instituirles su posición como personas humanas en medio
de una sociedad inhumana. Todos los días, por causas diversas, muchas de ellas
incontrolables para nosotros, hallaremos en las comunidades o fuera ellas
miembros frágiles que nos dan la posibilidad de pasar de la cruz a la
resurrección.
¡SOMOS
DÉBILES POR TURNOS!
Es la dinámica del cuerpo, la
comunidad, “hoy por ti, mañana por mí”. En Pablo el cuerpo no es una estructura,
una institución o una empresa. La función del cuerpo es poner al servir a todos
sus miembros, damos vida entregando la vida que el Espíritu ha puesto en
nuestros corazones para cambiarnos y hacernos menos egoísta; la compasión es el
único camino.
Los órganos más débiles y humildes del
cuerpo, en la dinámica cristiana, se transforman en el centro de la comunidad,
son un pentecostés. El cuerpo, aquí, contrario a toda experiencia de la
sociedad, no gira en torno a los integrantes más poderosos, fuertes y dominantes.
Por el contrario, se mueve alrededor de los pobres, de los débiles, de los
enfermos, de los necesitados, porque es la manera de devolverles la identidad y
la dignidad, al compartir y al crecer en la solidaridad con ellos, para vencer
las limitaciones acumuladas en su historia personal. En la medida en la que
nos entregamos a ellos, ellos nos salvan a nosotros de hundirnos en el “ego”,
como misión del Espíritu en pentecostés.
Los débiles
en comunidad; no se entiende en las sociedades, ni en las organizaciones, ni en
las empresas de la tecnología porque a lo mejor perderían sus mejores ingresos
o incluso caerían en la quiebra financiera. Este criterio paulino respecto al
cuerpo, sólo se entiende desde el Espíritu de pentecostés. Es un actuar del
Espíritu conformar una comunidad de hermanos donde circula la vida y se
transmite “el acontecer del resucitado”. La sociedad está montada bajo la ley
del más fuerte, no desde el servicio a los débiles. De los marginados sólo se
ocupó Dios desde el Éxodo: “Yahvé dijo a Moisés: he visto la aflicción de mi
pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores, y conozco sus
sufrimientos; he bajado para liberarlo”... (Ex 3,7ss). "El pueblo creyó, y
al oír que Yahvé había visitado a los israelitas y había visto su aflicción, se
postraron y adoraron." (Ex 4, 31).
BAUTISMO PRESENCIA DE PENTECOSTÉS.
Pentecostés
no tiene presencia histórica si no es por el bautismo, la comunidad y los
incluidos por su debilidad. Así pues lo que aparece en nosotros es la entrega y
esta entrega es signo de que el Espíritu de Dios está en el otro. Ir hacia a
donde vive Dios, se llama conversión.
Un cristiano
responsable de su bautismo no sólo hace presente la pascua en su vida. También
hace crecer esta experiencia, pues él mismo se transforma en otro servidor, al
estilo de Jesús. Hay comunidad cuando una persona es capaz de salir de sí misma
a servir a otro diferente donde reside el Espíritu.
PENTECOSTÉS ES UNA REVELACIÓN.
Cada persona
es una revelación de Dios a la comunidad; “A cada cual se le otorga la
manifestación de Espíritu para provecho común". El carisma es la persona
con lo que tiene. ¿Para qué son los carismas? La finalidad de la comunidad cristiana es edificar
personas. Construir o reconstruir personas eliminando obstáculos para que el
Espíritu obre sobre lo más difícil en superar; el egoísmo, es más posible en
comunidad que de forma individual; puesto que en la comunidad los hermanos
tienen los carismas que son valores salvadores, ya experimentados en el camino
de la fe, para ofrecerlo a otros. E igualmente los carismas son dones de Dios
que pasan por los otros hacia mi, pentecostés, el Espiritu, no hace nada que no pase por intermediarios. La
pluralidad en la fe no es algo para tolerar sino la obra del Espíritu actuando.
Los carismas no son cualidades especiales de especiales personas en especiales
circunstancias. Pablo piensa que cada uno con lo que es, es un carisma, un
pentecostés, con una función en la comunidad. Son los aconteceres de Dios
salvando por medio de personas; y éstas son una mediación dándose. Somos uno,
porque tenemos análogo Espíritu, que nos empuja a buscar no el interés propio
sino el de los demás; entonces el Espíritu, pentecostés, es el denominador
común de todos los creyentes; no son las devociones y menos la novena al
Espíritu Santo.
LA EXHORTACIÓN DE PABLO.
Este texto es
una extrapolación permitida y legítima, porque la revelación es progresiva y
nos ilumina la gravedad de nuestra situación actual llena de: polarizaciones,
odios y venganzas, prejuicios y mentiras, difamaciones y murmuraciones, posverdad y corrupción; mediados en buena parte por “las
redes” a nombre de la libertad de expresión e información.
Pablo escribe
a los Efesios desde la cárcel en un discurso exhortativo y social que adquiere
carácter de testamento por ser la despedida de un padre a quien se le aproxima
la muerte y una sociedad o cultura que han perdido el rumbo. La exhortaciòn constituye el punto culminante de la
espiritualidad, pentecostés, en Pablo, como servicio a los creyentes es un
problema político de primer rango en la sociedad de entonces y de ahora. Lo que
a él le interesa es la superación de las dolorosas fronteras y la
reconciliación a través del encuentro entre el Espíritu del resucitado con el
Espíritu de toda persona humana de buena voluntad.
“Los exhorto a proceder como pide su vocación:
con toda humildad y modestia, con paciencia soportándonos unos a otros con
amor, esforzándose por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la
paz. Uno es el cuerpo, uno es el Espíritu, como es una la esperanza a la que
han sido llamados, uno el señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios Padre de
todos, que está sobre todos, entre todos y en todos” (Ef
4, 1-6).
Gracias a
este laico espiritual, Pablo, que nos permitió acceder al Espíritu de Jesús,
pentecostés por un sendero laical: “Traten de imitarme como yo imito a Cristo”
(1 Cor 11,1).
P. Emilio Betancur.