«la santidad comunitaria»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para la Solemnidad de Pentecostés
[09 de junio de 2019]
En este domingo estamos celebrando la
gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San Juan (20,19-23), nos
muestra a Jesucristo resucitado, enviando a sus Apóstoles: «Como el Padre me
envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn
20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener
los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: «Al
decirles esto sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan» (Jn 20,22-23).
Es bueno recordar que estos hombres
eran como nosotros. Los relatos que nos narran los textos bíblicos no los
muestran como un grupo de perfectos. Pedro, cuando es elegido, se reconoce como
pecador y, en el contexto de la Pasión de Jesús, lo niega tres veces. Juan y
Santiago pretendían los mejores lugares, provocando los celos de los otros
discípulos. Estos hombres y algunos otros discípulos, junto a María, estaban
orando en el «cenáculo», en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito
prometido, el Espíritu Santo, descendió sobre ellos (Hch 2). En esa mañana
nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta
el final de los tiempos. En esta reflexión de Pentecostés quiero especialmente
tener presente a la Iglesia. Los cristianos, por el bautismo, somos parte de la
Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo el Señor tiene, por un lado, una dimensión de
compromiso personal, y por otro, una dimensión comunitaria, eclesial.
Es importante decir esto porque en
nuestro tiempo el individualismo es muy fuerte. No faltan aquellos que se
manifiestan católicos cuando, en realidad, sus criterios, opciones y modo de
vida no son compatibles ni están en comunión con la Iglesia. Sin la referencia
comunitaria-eclesial, terminamos acomodando la Palabra de Dios, a nuestra
medida, gustos o propias ideologías.
Todos los cristianos estamos llamados
a vivir nuestra fe en comunidad, en la Iglesia. Porque Dios no nos llama a una
santidad individualista, aislados de los demás. La Trinidad nos invita a una
santidad comunitaria y a una misión compartida. Es en la comunidad de la
Iglesia donde formamos nuestra fe, nos animamos entre los cristianos en las
dificultades.
La experiencia comunitaria y eclesial
es parte de un proceso de maduración de nuestra fe. En ese caminar vamos
formando nuestra conciencia y nos hacemos responsables más profundamente del
compromiso con Jesucristo, el Señor. Sin esta dimensión comunitaria de la fe,
difícilmente podremos asumir una espiritualidad y compromiso cristiano en
nuestra manera de pensar, criterios de juicio y normas de acción.
El Papa Francisco nos dice que «en
Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los
transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a
entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para
anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía),
en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo
hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de
quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere
evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre
todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios» (EG 259)
Hace casi 2000 años desde aquel
Pentecostés que la Iglesia sigue anunciando a Jesucristo por la fuerza del
Espíritu Santo que la anima. Nosotros estamos llamados a ser los testigos en
este inicio de milenio. Sabemos que esto no es fácil por la complejidad de
nuestro tiempo, pero no es poco contar con la certeza que el Espíritu nos
acompaña y seguirá acompañándonos hasta el final de los tiempos.
Hasta el próximo domingo y ¡Feliz
Pentecostés!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas