Solemnidad.
Domingo de Pentecostes
Querían
interrumpir el embarazo pero la niña nació viva
Una sociedad
decadente y miserable
Este hecho pone de manifiesto
diversos aspectos de la sociedad decadente y miserable en la
que vivimos. Esa miseria, indigna de seres humanos, dotados de espíritu y
conciencia, aunque a veces no lo parezca, se hace patente en varios fenómenos
convergentes en este hecho, entre los cuales destaca la violencia
machista, la pobreza cultural de una sociedad
despiadada, la falta de educación moral, de información sexual y de
formación humana, el descarte mortal de los no nacidos, la
legalidad cruel de una legislación asesina, el atentado directo
contra la vida incipiente… Sin embargo, entre tanta maraña maligna ¡Se abrió
paso la vida! La niña nació.
Gracias al Espíritu
dador de vida
Conmocionados por este hecho, que se
debe revisar en toda su complejidad para depurar responsabilidades, nosotros
invocamos hoy al Espíritu de Dios en Pentecostés para que
transforme los corazones, las mentalidades, las ideas, los valores y los
comportamientos de quienes propician, perpetran y permiten semejantes crímenes
y atrocidades. Sólo los médicos objetores de conciencia mostraron el nivel
moral exigible en una sociedad que respete los valores humanos fundamentales.
Por esta vez, la vida de la niña, contra viento y marea, salió
adelante. El Espíritu, dador de vida, la mantuvo con vida. Y
la misión evangelizadora de la Iglesia también sigue adelante sembrando por
doquier el Evangelio de la vida y sus valores. Sigamos orando: ¡Oh
Señor, envía tu espíritu, que renueve la faz de la tierra! Como
decíamos desde el comienzo de la cuaresma en la oración del Salmo 50:
"Renuévame por dentro con Espíritu firme, no me quites tu santo espíritu,
afiánzame con espíritu generoso", para que se realice en nosotros la
transformación de nuestra mente y de nuestro espíritu.
La venida del
Espíritu Santo
Al final del tiempo pascual la
Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, la venida del
Espíritu Santo sobre los discípulos que estaban reunidos con la Virgen
María. Ellos se convirtieron en testigos del acontecimiento trascendental
de la historia de la humanidad, que ha tenido lugar en la persona y en el
misterio de Jesús de Nazaret. Su pasión y crucifixión, las
causas históricas que le condujeron a la muerte violenta e injusta, la
primicia de su resurrección de entre los muertos y el valor redentor de
la misma para todo ser humano constituyen el núcleo esencial del Evangelio y el
germen de la nueva humanidad. Los testigos de aquellos
acontecimientos recibieron de Jesús su Espíritu, su ímpetu, su aliento y su
fuerza para transmitir por toda la tierra la gran noticia del evangelio,
proclamando la más profunda verdad del ser humano, a saber, que todos
somos hijos muy amados de Dios y, por tanto, que estamos
llamados a vivir en una auténtica fraternidad.
Las dos versiones del relato
de la efusión del Espíritu
La Biblia relata el misterio de
la venida del Espíritu en dos versiones. El texto lucano de los
Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo
presenta en el día de Pentecostés como una manifestación portentosa de
Dios, con los elementos simbólicos del viento, del ruido y del
fuego, signos de la potencia divina, que impulsa al testimonio de la fe en
la diversidad de lenguas, pueblos y culturas resaltando desde el principio la misionariedad constitutiva de la Iglesia. Esa misma
diversidad de dones que emanan de un mismo Espíritu de amor es destacada por
Pablo (1Cor 12,1-31) poniendo de relieve el valor de la pluralidad de los
miembros y funciones de la comunidad cristiana edificada por el amor para
formar un solo cuerpo. La efusión del Espíritu según el cuarto
evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más
personal. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales
propias del crucificado en las manos y el costado, el que exhala sobre los
discípulos su aliento y su Espíritu.
Donación del
Espíritu del crucificado y resucitado
El relato de la aparición del
Resucitado a los discípulos en el cuarto evangelio (Jn
20,19-23) subraya la identidad del crucificado y resucitado, destaca la donación
del Espíritu del Resucitado a los apóstoles y resalta que el
medio adecuado para comunicar la fe en el Resucitado es eltestimonio
y la palabra. La fiesta de Pentecostés señala el fin de una etapa litúrgica
en la vida de la Iglesia que cada año permite renovar la vida de los creyentes
por la participación en los misterios de la fe, que tienen su eje en la pasión,
muerte y resurrección de Jesús. La victoria sobre la muerte y sobre el mal
es el comienzo de la nueva creación. El realismo de la muerte violenta e
injusta sufrida por Jesús como víctima de los poderes de este mundo ha dejado
la huella imborrable de la limitación humana en aquel cuyo amor ha traspasado
definitivamente el límite en virtud de su apertura al Espíritu transformador de
Dios. Jesús, Señor de la muerte y la vida, sigue dando su aliento de
vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu divino a la
humanidad entera.
La venida del
Espíritu Santo y la misión de la Iglesia
La venida del Espíritu Santo sobre
los discípulos, motivo de la fiesta de Pentecostés, es el fruto
principal y definitivo de la Pasión de Cristo. El Espíritu del Crucificado
Resucitado marca el comienzo y la misión de la Iglesia, haciendo de
los discípulos una comunidad viva, dinámica, plural, evangelizadora y
misionera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu por parte de Jesús como
un nuevo aliento, una nueva atmósfera, un nuevo brío. La literalidad
del texto original griego resalta el énfasis cualitativo: "Reciban
Espíritu Santo". Es el mismo Espíritu que Jesús entrega en la cruz al
morir (Jn 19,30). El Espíritu de Cristo, Crucificado
y Resucitado, da un nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo.
Testigos de la paz, de la
alegría y del perdón
Este Espíritu se hace
presente en la historia de modo singular como palabra generadora de
vida nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya
potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en
medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a través de la
palabra y del testimonio de los creyentes. Creer en el resucitado es seguir al
crucificado y reconocer al Jesús de la cruz como Mesías, Señor e Hijo de Dios.
Esta fe genera un nuevo estilo de vida que supera todos los
miedos y se nutre continuamente de los dones del
Espíritu: la paz verdadera y la alegría plena. Es el mismo Jesús
resucitado, inconfundible por las señales propias de su crucifixión en las
manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su
Espíritu, de modo que éstos sean receptores y, a la vez, testigos de la
paz, de la alegría y del perdón en el mundo.
El Espíritu Santo es como un
viento fuerte liberador
El Espíritu que
viene sobre nosotros, como vino sobre los primeros creyentes, irrumpe en el
mundo y lo podemos sentir como viento fuerte, como ruido impetuoso,
como fuego abrasador, que nos saca de la inercia anodina de la
pasividad, del indiferentismo, de la abulia colectiva, del miedo paralizante,
de la desidia y de la resignación ante el mal imperante. Ante la impotencia que
parece provocar en nosotros el mal en sus múltiples manifestaciones, como son las
conductas, actitudes y legislaciones proabortistas, el narcotráfico que
aniquila a tantos jóvenes, la corrupción que destruye la dignidad y la
credibilidad de las personas e instituciones, el interés meramente económico
absolutizado por las minorías pudientes del planeta, como si fuera el dios más
absoluto, la violencia estructural tanto del sistema social como de la
inseguridad ciudadana, la carencia de trabajo para tantas personas, es
posible, sin embargo, esperar al Espíritu de la vida que
viene también hoy a dar vida, a comunicar sus dones y
a ponerlos a nuestro alcance y al alcance de todos.
Los dones del Espíritu
Esos dones del Espíritu Santo
son siete, según la tradición profética (cf. Is 11, 1-2): sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Todos ellos pertenecen en
plenitud al Mesías. Y por ello Jesús, el Mesías crucificado y Señor de la
historia, puede comunicarlos a sus hermanos y lo hace en este día de Pentecostés.
Esos dones deben producir en nosotros los frutos que le son
propios: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad,
mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cf. Gá 5,22-23).
El Espíritu y la Nueva
Alianza con Dios
El Espíritu es
también el que nos capacita para permanecer en la Nueva Alianza con
Dios. La Alianza es la que fue sellada con la Pascua y la Sangre del
Señor. Esa nueva Alianza inaugurada irreversiblemente por Cristo consiste en la
participación de todo corazón humano en la misma transformación espiritual que
Jesús llevó a cabo con la entrega de la propia vida, abriéndose al Espíritu de
Dios en medio del sufrimiento injusto de su pasión. La transformación del
corazón humano, experimentada y comunicada por Cristo a todo ser humano, es el
dinamismo del amor inscrito en el interior de cada persona y mediante el cual
todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños, judíos y cristianos, tenemos
acceso a Dios gracias a Jesús, único mediador de la Alianza Nueva (Heb 9,11-15), que nos capacita por medio de Cristo para
vivir el perdón definitivo de Dios y para no pecar ya más. En esa
radical transformación del corazón humano anida la más profunda alegría del
Espíritu.
La Virgen María es la prenda
del Espíritu transformador del corazón humano
La presencia de la Virgen
María, madre de Jesús (Hch 1,14) y madre nuestra, es
muy importante en el comienzo de la Iglesia naciente, pues la apertura al
Espíritu por parte de la colmada de gracia al principio del evangelio de Lucas
(1,35) hizo posible el nacimiento del Mesías y, de la misma manera, su
presencia al principio de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra
de Lucas, la hace partícipe del nacimiento de la Iglesia, que es la
continuadora de la misión del Espíritu del Resucitado a lo largo de la historia
humana. La compañía de María como madre de Jesús y madre de la Iglesia es como
la garantía del Espíritu transformador de los corazones y el aval de la
gracia sobreabundante en la vida humana y en la Iglesia. Se le podría
llamar, por eso, prenda del Espíritu.
El respeto a la
vida como un don de Dios
En la Misión de la Iglesia
Latinoamericana necesitamos también un Pentecostés permanente, para que
el Espíritu impulse a todos los creyentes al testimonio de la vida en el
amor de modo que seamos testigos comprometidos de la verdad, de la
libertad y de la justicia, que son los valores que conducen a la verdadera paz
y al respeto a la vida de todos los seres humanos, especialmente de los no
nacidos. Así se ha ratificado también en las conclusiones del V Congreso
Americano Misionero: “Es urgente educar en el respeto a la vida como
un don de Dios desde el primer momento de la concepción hasta la muerte
natural. Es apremiante asimismo educar a los jóvenes desde las
familias y desde las parroquias en el sentido y en elvalor
cristiano de la sexualidad” (Documento Conclusivo, 97). Y
es indispensable revisar y abolir la legalización
permisiva del aborto en los términos proabortistas en que se encuentra
su legislación en muchos países moralmente decadentes aunque se autodenominen
progresistas.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura
Veni, Sancte Spiritus, Et emitte caelitus Lucis tuae radium. Veni, pater pauperum, Veni, dator munerum, Veni, lumen cordium. Consolator optime, Dulcis hospes animae, Dulce refrigerium. In labore requies, In aestu temperies, In fletu solatium. O lux beatissima, Reple cordis intima Tuorum fidelium. Sine tuo numine Nihil est in homine, Nihil est innoxium. Lava quod est sordidum, Riga quod est aridum, Sana quod est saucium. Flecte quod est rigidum, Fove quod est frigidum, Rege quod est devium. Da tuis fidelibus In te confidentibus Sacrum septenarium. Da virtutis meritum, Da salutis exitum, Da perenne gaudium. Amen. Alleluia. |
Ven,
Espíritu divino, Manda tu
luz desde el cielo. Padre
amoroso del pobre, Don, en
tus dones, espléndido, Luz que
penetra las almas; Fuente
del mayor consuelo. Ven,
dulce huésped del alma, Descanso
de nuestro esfuerzo, Tregua
en el duro trabajo, Brisa en
las horas de fuego, Gozo que
enjuga las lágrimas Y
reconforta en los duelos. Entra
hasta el fondo del alma, Divina
luz, y enriquécenos. Mira el
vacío del hombre, Si tú le
faltas por dentro; Mira el
poder del pecado, Cuando
no envías tu aliento. Riega la
tierra en sequía, Sana el
corazón enfermo, Lava las
manchas, infunde Calor de
vida en el hielo, Doma el
espíritu indómito, Guía al
que tuerce el sendero. Reparte
tus siete dones Según la
fe de tus siervos. Por tu
bondad y tu gracia Dale al
esfuerzo su mérito; Salva al
que busca salvarse Y danos
tu gozo eterno. Amén . Aleluya |