TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XII C
Fiesta
del Cuerpo y la Sangre de Cristo
(23-junio-2019)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Sentido
profundo de la participación eucarística
ü Lecturas:
o Libro
del Génesis 14, 18-20
o I
Carta de san Pablo a los Corintios 11, 23-26
o Lucas
9, 11b-17
ü Hoy
celebra la liturgia la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Es una invitación
para detenernos a meditar sobre el Misterio eucarístico que, para muchos bautizados,
tiene el amargo sabor de la obligación. Quizás una deficiente catequesis ha
impedido descubrir su significado: cada domingo somos invitados a sentarnos a
la mesa del Señor y alimentarnos con el Pan de vida y el Cáliz de salvación. Es
como si perteneciéramos a ese grupo privilegiado de los discípulos que asistieron
a la Última Cena. Que esta fiesta sea la oportunidad de hacer un alto en el
camino y reflexionar sobre el alcance de la invitación que nos hace el Señor.
En el camino de la vida, que es largo y difícil, la Eucaristía es el momento
para recuperar nuestras fuerzas y alimentar el espíritu.
ü En
la primera lectura, tomada del libro del Génesis, se nos narra cómo el sumo
sacerdote Melquisedec y el patriarca Abrahán tuvieron una oración de acción de
gracias en la que el pan y el vino fueron puestos sobre el altar. El pan y el
vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, son expresión de la acción de
gracias por la protección que ha tenido Yahvé con su pueblo. En la Eucaristía,
instituida por Jesucristo, el pan y el vino adquieren una significación especialísima
al convertirse en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso la misa es la máxima
expresión de acción de gracias.
ü El
evangelista Lucas nos relata el milagro de la multiplicación de los panes. Este
milagro es como la anticipación de lo que será el Pan eucarístico en la vida de
las comunidades. Por eso el relato del milagro tiene profundas afinidades con
una celebración litúrgica.
ü Las
multitudes seguían a Jesús porque su Palabra respondía a sus interrogantes más
hondos y en Él encontraban el sentido de sus vidas. Jesús se conmueve ante esta
multitud que lo escuchaba con devoción y que no tenía cómo alimentarse. Entonces
el Señor realiza el milagro de dar de comer a unas cinco mil personas a partir
de cinco panes y dos pescados. El evangelista nos cuenta que después de quedar
satisfechos todos los presentes, sobraron doce canastos de pan. Este relato
contiene, entre líneas, un mensaje eucarístico: el Pan que nos ofrece el Señor,
que es el Pan de la Palabra y el Pan eucarístico, satisface nuestras necesidades
más profundas. Es el Pan que da la Vida eterna.
ü La
I Carta de san Pablo a los Corintios es uno de los primeros textos del Nuevo
Testamento. Lo escribió mientras vivía en la ciudad de Éfeso, entre los años 54
y 57 DC. Estaban vivos quienes habían comido y bebido con el Resucitado.
ü Por
eso es tan importante este testimonio de san Pablo sobre la institución de la
Eucaristía: “Yo recibí esta tradición que viene del Señor y que a mi vez les transmití:
que el Señor Jesús en la noche en que fue entregado tomó pan, dio gracias, lo
partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en
conmemoración mía. Lo mismo hizo con la copa…” Fieles a esta tradición, los
sacerdotes continuamos celebrando la Cena del Señor, que es memorial o
actualización del Sacrificio de Cristo y lo hace presente sacramentalmente en
medio de la comunidad. Por eso son tan significativas las palabras de san Pablo,
quien nos recuerda que los fieles “cada vez que comen de este pan y beben de
esta copa, anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva”.
ü La
participación en la Eucaristía dominical es un elemento central de nuestra vida
de fe. La relación con el Dios que nos ha sido revelado por Jesucristo necesita
ser vivida dentro de una comunidad que se reúne para alabar a Dios, agradecer
sus beneficios, nutrirse de su Palabra anunciada por la Iglesia y compartir el
Pan de vida. El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es “cumbre y
fuente de la vida cristiana”.
ü Para
ser coherentes con esta centralidad dela Eucaristía, hay que preparar
cuidadosamente la celebración: los cantos, las lecturas, la homilía, la oración
de los fieles. Es una grave irresponsabilidad que, por falta de una adecuada preparación,
los cantos sean desafinados, las lecturas sean proclamadas por lectores
incompetentes y la homilía sea desgreñada e incoherente.
ü La
vida espiritual de los sacerdotes debe estar anclada en el misterio eucarístico.
Lo peor que nos puede pasar es caer en la rutina y que dejemos de sorprendernos
ante el regalo infinito que el Señor nos ha hecho de poder pronunciar las
palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo que será entregado por
ustedes”. Son las mismas palabras y los gestos del Señor en la Última Cena.
ü La
celebración eucarística no termina con la bendición que sirve de conclusión al
rito. La Eucaristía debe continuar a lo largo de la semana y acompañarnos en
todas nuestras actividades.
ü Para
concluir esta meditación en la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, queremos
destacar tres puntos:
o La
importancia de una adecuada preparación para la Primera Comunión, de manera que
la atención de los niños no quede atrapada por la fiesta y los regalos que
recibirán, sino que comprendan la importancia de la invitación que el Señor les
hace.
o La
responsabilidad de los padres de familia como educadores de la fe y primeros
evangelizadores. Sin su testimonio es imposible que la semilla de la fe crezca
vigorosamente.
o El
cuidado que deben tener los sacerdotes en la preparación y celebración de la
Eucaristía, la cual debe llevarse a cabo con un profundo sentido pedagógico que
conecte el mensaje del sacerdote con las particularidades culturales de la
asamblea litúrgica.