COMPARTIENDO
EL EVANGELIO
Reflexiones
de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas
por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Décimo
tercero durante el año, Ciclo C
Evangelio
según San Lucas 9, 51-62
Cuando
estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó
decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de Él. Ellos partieron
y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo
recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan
vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo
para consumirlos?» Pero Él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro
pueblo. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: « ¡Te seguiré adonde
vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo
sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a
otro: «Sígueme». Él respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi
padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos;
tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero
permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto
la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».
EL
QUE ESCUCHA BIEN, RESPONDERA BIEN
Aquí hay algo muy
importante: el Señor pasa, llama, toca, habla, comunica; y resulta que los
receptores de esa invitación tienen diferentes respuestas. La primera es cuando
les dijeron a los discípulos que no los querían recibir porque ellos iban a
Jerusalén, que eran considerados sus enemigos; ante eso la reacción de Santiago
y Juan era de castigarlos pero Jesús los reprende y ejerce su misericordia y su
paciencia. Esa misericordia y esa paciencia la tiene el Señor con todos. Con
ustedes, conmigo, con el mundo, con todos.
En segundo lugar vienen
los personajes, los interlocutores que, de alguna manera, están más cerca y que
están entusiasmados, sorprendidos, que quieren seguirlo pero ofrecen algunas
resistencias. A veces el miedo, otras veces el temor a que sea demasiado
pesado, o el temor al compromiso de toda la vida, distintos temores. Eso pasa y
sigue pasando hoy en día.
“No quiero pensar porque
si tengo que pensar puedo cambiar de estilo de vida”, “no quiero darme cuenta
que hay gente que sufre, sino yo tengo que amar y sufrir por los demás”, “no
quiero pensar que hay otros que me necesitan, porque si me necesitan tengo que
atenderlos y van a demorar el apuro de mi vida”…y así sucesivamente; esas cosas
están en la iniciativa pero después están en la negativa de la repuesta.
Creo que,
fundamentalmente, lo que debe animar no son las posibilidades o las realidades
de los conflictos, sino la intensidad del amor con que uno pueda reconocer al
Señor. Cuando uno ama, no se queda en la complicación de los medios; cuando uno
ama, ama, se entrega, se da, corre el riesgo, corre la aventura. Hoy quizás hay
pocos seguidores no porque hay “aumento de riesgos”, hay pocos seguidores
porque hay poco amor y poca fe en Aquél que nos llama.
Que Dios nos siga
llamando, pero que haya personas capaces de escuchar, porque el que escucha
bien responderá bien.
Les dejo mi bendición:
en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén