DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO CICLO C  

 

LA PAZ ES EL INICIO DE LA EVANGELIZACION

 

Para Pablo, que es anterior a los evangelios, lo que importa es “la cruz en la que el mundo quedó crucificado para él; a su vez él crucificado para el mundo”; por esta crucifixión interior en la que el Espíritu lo trasforma se origina una nueva creación. El signo de esta nueva creación es la paz y la misericordia divina con nosotros el Israel de Dios. Pablo llevaba en su cuerpo la marca de los sufrimientos por predicar la paz de la cruz que uniría los dos pueblos judíos y paganos.

 

Lucas presenta en el evangelio la asignación que se hace al grupo de discípulos con otros setenta y dos: para que de dos en dos prepararan el lugar a donde Jesús debía de llegar. Setenta y dos significa la totalidad de los misioneros por la paz, como plenitud de vida y motivo de alegría.

 

Es tan importante la paz promulgada tres veces el mismo día de la resurrección que está al inicio de la evangelización como saludo a quienes integran la familia; Y si hay allí quien la merezca, los deseos de paz se cumplirán en ella; si no, nada pierde el testigo del evangelio. Solo si hay ambiente de paz les permite el Señor quedarse en esa casa para comer y dormir, porque el obrero de la paz tiene derecho a su salario. La paz es el signo de que “ya llega Dios a reinar sobre ustedes”. No deben alegrarse de la victoria parcial de los enemigos de la paz; “alégrense mas bien de que sus nombres están escritos en el cielo” por su misión de paz.

 

LA FAMILIA SOSTIENE LA PAZ

 

“Jesús vio la caída del mal”. La fuerza del mal y de la paz se contraponen en su lucha al interior del hombre. El mal nunca ha vencido la paz, por tratarse la paz del resucitado que ya venció la muerte y por ello no vuelve a morir; y su nombre es Espíritu Santo

 

El envió de los setenta y dos para la misión de paz exigía la oración para que los enviados fueran hombres de paz que están “como corderos en medio de lobos”. Otros perfiles no menos importantes son: el descargo de intereses económicos, “ni dinero, ni morral, ni sandalias; y sin entretenerse con los saludos de la calle”, los cuales son demasiado prolongados entre los orientales, o las visitas casa por casa, lo que constituía un deber social; se trataba más bien de un cambio de estilo de vida sobrio como los caminantes griegos, los peregrinos judíos y discípulos cristianos a quienes se les confiaba un mensaje de suma importancia: la paz. Por la misión de la paz no podían dejarse acaparar por otros. Si por la libertad humana no se quiere recibir la paz; entonces, “Quítense el polvo de los pies” significa no dejarse embolatar o aturdir por los rechazos o fracasos en la misión de paz. Así los apóstoles debían incansablemente anunciar y dar paz; pero se requería de un interlocutor en la familia que fuera amigo de la paz. La paz se puede contagiar, así crece la paz como experiencia de familia y puente para la paz social como se encuentra en la primera lectura, donde Jerusalén puede ser nuestro país: “Feliciten a Jerusalén, gocen con ella, todos los que la aman. Únanse en la alegría todos los que la acompañaron en su luto”, “Voy a conducir hacia Jerusalén, como un rio, la paz. Como consuela una madre a su hijo, así los consolaré yo a ustedes; en Jerusalén encontrarán este consuelo” (primera lectura)

 

EL LUGAR DE LA PAZ

 

Para Jesús el lugar propio de la paz es la casa, la familia; de ahí fue de donde primordialmente salió y se sigue originando la violencia como resultado de múltiples desacuerdos familiares no perdonados o reconciliados oportunamente. La paz duradera para ser sostenible si se cohesionan bien familia y sociedad, puede ser más sostenible por la familia que por la paz, exclusivamente en manos de la política que nos polarizó, incluso a la iglesia. Tal vez que la polarización como ha dicho un alto jerarca: “fue porque cada obispo es representante de sus comunidades; y cada uno reacciona desde lo que ha vivido. Pero eso no nos preocupa; sino que se pierda el horizonte”. A lo mejor el horizonte puede estar doctrinalmente claro; pero es la polarización política al interior de la iglesia la que requiere de reconciliación que pasa por el perdón y porque no decirlo, por una buena liturgia penitencial.

 

“Señor tu nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú” (Si 26,12).