TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XVIII C
(4-agosto-2019)
Jorge Humberto Peláez S.J.
¡Vanidad
de vanidades, todo es vanidad!
ü Lecturas:
o Libro
del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
o Carta
de san Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
o Lucas
12, 13-21
ü En
el mundo de hoy, el éxito económico constituye la máxima aspiración. El dios
dinero tiene millones de seguidores. La gente está dispuesta a sacrificarlo
todo con tal de alcanzarlo: la vida familiar, la salud, los principios éticos.
Todos los mensajes de la sociedad de consumo presentan la riqueza como la llave
que abre las puertas de la felicidad, pues el dinero conquista el
reconocimiento social, compra sofisticados productos y despierta la avidez por
alcanzar el poder político.
ü Las
lecturas de este domingo hacen una crítica demoledora a esta religión de la
riqueza. Por eso no sería extraño que algunos feligreses se hayan sentido incómodos
al escuchar los textos. Conviene aclarar que las críticas en las que vamos a profundizar
no pueden interpretarse como un menosprecio de los bienes materiales, que son creados
por Dios y, por tanto, son buenos. Se trata del cuestionamiento de una escala
de valores equivocada que señala la riqueza como la gran motivación del trabajo
y un fin en sí misma. Los bienes materiales son un medio necesario para llevar
una vida digna, y su adquisición y manejo está sometidos a los dictámenes de la
ética. Los invito, pues, a iniciar esta meditación dominical con apertura de mente
y capacidad de auto-crítica.
ü El libro del Eclesiastés
contiene una frase muy impactante, que ha sido asimilada en el lenguaje
popular: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!” En pocas palabras, este
texto nos recuerda la fugacidad de la riqueza. Hoy nos acostamos ricos y mañana
amanecemos sin nada. Un pánico económico, un atentado, la decisión de un jefe
de estado que posee armas atómicas, un terremoto, el resultado de unas
elecciones convierten en escombros conquistas económicas que parecían muy robustas.
ü El
autor del libro del Eclesiastés recuerda la suerte que espera a muchas
herencias: “Hay personas que trabajan con arte, habilidad y éxito, pero después
tienen que dejarlo todo a alguien que no pasó ningún trabajo para conseguirlo”.
Un hijo o un yerno con exceso de iniciativa se encuentran, de la noche a la
mañana, con un patrimonio, y en poco tiempo lo derrochan emprendiendo proyectos
fantasiosos. Con frecuencia, en su caída arrastran a su familia. Esta triste
historia se sigue repitiendo. La mejor herencia que pueden dejar los padres a
sus hijos es una buena educación que les dé la caja de herramientas para abrirse
camino en la vida.
ü El Salmo 38
cuestiona la ambición por los bienes materiales cuando se la contrasta con la
brevedad de la existencia humana: “Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la
medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy. Me concediste un
palmo de vida, mis días son nada ante ti”. Dios nos ha prestado una parcela de
tiempo para que la administremos con responsabilidad.
ü Muchas
personas no vieron crecer a sus hijos ni tuvieron tiempo para compartir con
ellos, ni para cultivar un modo de vida saludable, ni para alimentar su vida
interior con lecturas, música y meditación porque se dejaron absorber por el frenesí
de los negocios y las actividades sociales. Al hacer el balance de su vida constatan
que tienen el corazón vacío, aunque sus cuentas bancarias están llenas de
dinero.
ü En
su Carta a los Colosenses, san Pablo
aborda la misma problemática desde la vida nueva que nos ofrece Jesucristo
resucitado: “Hermanos, ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá
arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Tengan su mente puesta
en los bienes del cielo, no en los de la tierra”.
ü Esta
exhortación de san Pablo no puede interpretarse como un llamado a convertirnos
en unos seres extraños, descuidados en nuestra apariencia, con hábitos alimenticios
desbalanceados, rezando todo el día. La espiritualidad que nos propone san
Pablo es una vida de oración muy sólida y una actividad orientada a la transformación
del mundo de acuerdo con los valores propuestos por el Señor. Debemos llevar la
Buena Noticia a la familia, a los negocios, a la vida social y política,
mostrando la capacidad transformadora del amor, la justicia, el servicio, la
honestidad.
ü Igualmente,
cultivar los valores del espíritu es un llamado a promover la cultura, las artes,
el cuidado de la naturaleza. Debemos fortalecer los vínculos de comunión que
nos unen a la creación. En su encíclica sobre El Cuidado de la Casa Común, el Papa
Francisco propone una conversión ecológica y una espiritualidad en armonía con
la naturaleza. Por eso hay que trabajar por la transformación de los hábitos de
consumo y superar el actual modelo económico que no es sostenible. La ambición
nos está llevando a destruir las condiciones de vida sobre la Tierra.
ü El evangelista Lucas
nos transmite unas enseñanzas de Jesús sobre la relación con los bienes
materiales; estas enseñanzas conservan su vigencia en nuestros tiempos, cuando
el dinero es la máxima aspiración de muchos. Meditemos en las palabras de
Jesús: “¡Cuidado con dejarse llevar de cualquier forma de codicia! Porque la
vida no está asegurada con los bienes que uno tenga, por abundantes que sean”.
ü Jesús
recuerda la fragilidad de la existencia humana. Ante la realidad inevitable de
la muerte desaparecen todas las diferencias sociales. Cuando nos presentemos
ante el tribunal de Dios, carecerán de importancia los cargos que hayamos
desempeñado y el patrimonio que hayamos acumulado. Rendiremos cuenta del amor, de
la solidaridad, de la reconciliación; el Señor nos dirá: “Tuve hambre y me
diste de comer, tuve sed y me diste de beber”
ü Al
principio de esta meditación afirmábamos que los textos bíblicos de este domingo
son una demoledora crítica a esta cultura que ha hecho del dinero la máxima
aspiración social. La propuesta que surge es una revisión a fondo de nuestra
escala de valores y de las prioridades que nos hemos fijado. Recordemos que el
dinero va y viene, y que los años pasan velozmente. Estas realidades nos hacen reflexionar
sobre nuestro proyecto de vida. De ahí la potencia de la expresión del libro
del Eclesiastés: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!