El vástago humeante

 

Mucho humo, poco fuego. Mucha ceniza, poca brasa. La intensidad del fuego proviene de la leña que se junta y cada tronco, al calor de los demás, va consumiéndose, dándose todo. Y tras la consumación total, queda el rescoldo, aquel calorcito bajo las cenizas, capaz de dar cobijo y llenar el ambiente de un calor agradable y sostenible. Finalmente, el viento se lleva las cenizas que abonarán tierras estériles y harán germinar de nuevo, árboles gigantes que nos darán calor.

Jesús dice que “Él ha venido a traer fuego a la tierra”. Y lo que más quiere es que ya esté ardiendo. Es decir, que Jesús quiere la transformación, la renovación, un cambio sustancial. Y no quiere mero humo ni meras cenizas. Quiere arrasar. Quiero prender, consumir. No le gustan las mediocridades, las medias tintas, las máscaras o disfraces, busca un cristiano/a a carta cabal.

La confrontación de nuestras vidas con el Evangelio deja mucho que decir y que desear. Cuando más alcanzamos a una vida religiosa en la que se cumplen las normas, los rituales, los horarios. Pero fuego-fuego, calor-calor, nada de nada. Es lo que el Apocalipsis condena como ‘tibieza’, algo repugnable, capaz de causar nauseas. Los profetas quemaban, los testigos contagian la verdad, los discípulos prenden fuego.

Uno de los grafitis de la revolución de Mayo en Paris, año 68, siglo pasado, decía: “Si la juventud se enfría, la humanidad muere tiritando”. Es un diagnóstico sensible hoy a nuestra realidad. Las medias verdades, o los cristianos a medias nos están causando mucho daño. Tenemos que volver a calentar nuestras vidas en aquel rescoldo, referente único de nuestra Nueva humanidad y de nuestro testimonio de creyentes, Jesucristo.

Cochabamba 18.08.19

jesús e. osorno g. mxy

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