TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XIX C
(11-agosto-2019)
Jorge Humberto Peláez S.J.
La
fe como eje articulador de nuestra vida
ü Lecturas:
o Libro
de la Sabiduría 18, 6-9
o Carta
a los Hebreos 11, 1-2. 8-12
o Lucas
12, 32-48
ü Las
lecturas de este domingo nos ofrecen unas reflexiones muy profundas e
iluminadoras sobre la fe como valor supremo que nos ayudan a articular nuestra
vida y dar coherencia a lo que pensamos y hacemos. Cuando hablamos de la fe no
estamos pensando en un conjunto de enseñanzas y principios morales. Nos
referimos a algo mucho más profundo; se trata de una experiencia de totalidad
que nos mueve a construir a nuestro proyecto de realización personal centrado
en una confianza ilimitada en Jesucristo, a quien confesamos como nuestro Señor
y Salvador.
ü Estar
anclados en Jesucristo, revelador del Padre, nos da las claves para asumir el
pasado y el presente y proyectar el futuro; esta confianza en Jesucristo nos da
una perspectiva particular para relacionarnos con los demás, con la naturaleza
y para usar adecuadamente los bienes materiales.
ü ¿Cómo
desarrollan las lecturas dominicales esta reflexión sobre el significado de la
experiencia de fe?
o El
libro de la Sabiduría y la Carta a los Hebreos nos narran cómo vivieron el pueblo
de Israel y sus grandes figuras la confianza en Yahvé.
o El
relato del evangelista Lucas nos transmite una catequesis de Jesús a sus
discípulos, que tiene como introducción unas expresiones llenas de afecto: “No
temas, rebañito mío, porque su Padre tuvo a bien darles parte en su Reino”. A continuación,
va explicando, con profundo sentido pedagógico, lo que significa hacer parte del Reino de los cielos y
cómo este don de Dios transforma radicalmente nuestra comprensión de la
actividad humana.
ü Ayudados
por la imaginación, viajemos a través del tiempo y asumamos el rol de
observadores virtuales de lo que sucede dentro de la comunidad de Israel. Moisés
les ha comunicado que Yahvé ha escuchado sus lamentaciones y ha decidido
liberar al pueblo de la esclavitud y conducirlo a la tierra prometida. El
pueblo confía plenamente en el Dios de la alianza y emprende el camino; la
promesa de Yahvé es la garantía para lanzarse hacia lo desconocido. No necesitan
otro tipo de seguridades. La fe en Yahvé es el eje articulador de toda la vida
religiosa, social y política del pueblo elegido, y configura su identidad como comunidad.
ü Esta
profunda convicción la expresa bellamente el libro de la Sabiduría: “Con
anticipación revelaste, oh Dios, a nuestros padres lo que iba a suceder la noche
de la primera Pascua, para que cobraran ánimo al saber con certeza en qué
promesas tenían puesta su esperanza”. En esto consiste la esencia de la fe:
confiar totalmente en Dios y disponernos a cumplir su voluntad. Todas las
incertidumbres quedan relativizadas. El Dios siempre fiel disipa nuestras
dudas.
ü Confiado
en la promesa de Yahvé, el pueblo inicia su peregrinación, como antes lo había
hecho Abrahán, padre de todos los creyentes, quien abandonó la tierra de sus
mayores, en compañía de su esposa, sus empleados y rebaños. Dios recompensó la
fe de Abrahán, permitiéndole engendrar un hijo en su ancianidad.
ü Esta
profesión de fe, cimentada en la confianza, se expresa en muchos pasajes del
Antiguo y del Nuevo Testamento; basta con recordar los Salmos, que proclaman a
Yahvé como la roca, el alcázar, la protección.
Esto sale de lo más profundo del corazón del salmista, que interpreta
los sentimientos de sus hermanos. En este mismo orden de ideas, es conmovedora
la confesión de Pedro: “¿A quién iremos, Señor, si tú tienes palabras de vida
eterna?”.
ü Teniendo
como telón de fondo estas profundas experiencias de confianza total en Dios,
preguntémonos qué significa para nosotros la fe, tema que suena extraño en una
cultura secularizada en la que Dios es considerado un invento de culturas
primitivas para explicar el origen del universo; en nuestro tiempo, la
confianza es un valor prácticamente inexistente y es muy difícil asumir compromisos
a largo plazo.
ü Si
somos honestos, tendremos que reconocer que nuestra relación con Dios no es
suficientemente transparente y está llena de condicionamientos: es una relación
interesada pues acudimos a Él cuando estamos en problemas; somos avaros en el
tiempo que le dedicamos (participación eucarística y oración); y asumimos nuestras
responsabilidades con bastante flexibilidad teniendo en cuenta que no se afecte
nuestro bienestar.
ü La
fe de Abrahán y la del pueblo que emprende el camino de la liberación nos está diciendo
que creer en Dios y abrirnos a su acción salvífica no es un ejercicio intelectual.
La fe es abrir la mente y el corazón a la persona de Jesucristo resucitado, que
es camino, verdad y vida.
ü El
evangelista Lucas nos presenta una catequesis de Jesús a sus discípulos, en la que
explica con sencillez y profundidad cómo el Reino transforma nuestra manera de
ser y de vivir: “No temas, rebañito mío, porque su Padre tuvo a bien darles
parte de su Reino”.
o Al tener parte en el
Reino, la relación con los bienes materiales se
vive de manera diferente: “Consigan provisiones que no se pierdan, riquezas en
el cielo, que no se acaban, porque allí no hay peligro de ladrones ni polilla
que destruya. Porque donde esté su riqueza, allí estará su corazón”.
o Al tener parte en el
Reino, la relación con el tiempo presente se
modifica. En una opción de vida materialista, la gente se aferra al presente y
al disfrute que le proporciona el instante. Jesús propone una lectura diferente
del presente ya que éste es frágil. Por eso dice a sus discípulos: “Estén
preparados y con las lámparas encendidas, como haciendo guardia de noche”. La
vida la tenemos prestada; cada día es un regalo.
o Al tener parte en el
Reino, se desploman nuestros delirios de
grandeza. Los grandes avances de la ciencia fácilmente nos hacen olvidar nuestra
condición de creaturas. Nos creemos dueños de la vida y olvidamos nuestra
pequeñez. No somos dueños de nada. Somos simples administradores. Dice Jesús:
“¡Dichoso ese servidor, si al volver el señor a la casa, lo encuentra
cumpliendo su deber! De verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus
bienes”.
ü La
fe es un regalo precioso que hemos recibido de Dios, que debemos agradecer y
cuidar. La fe nos ayudará a escoger el camino del bien y nos conducirá a la
casa de nuestro Padre. Confiados totalmente en su amor providente, avanzamos en
medio de las incertidumbres de la vida, sabiendo que no estamos solos. Esta
confianza total en Dios, nos invita a establecer una relación libre de apegos a
los bienes materiales, a vivir el presente de manera responsable y administrar
fielmente la casa común que se nos ha confiado.