COMPARTIENDO
EL EVANGELIO
Reflexiones de
Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por
radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Domingo XXIII
Del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Evangelio
según San Lucas 14,25-33.
Junto con Jesús iba un
gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y
no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus
hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El
que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de
ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos,
no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó
a edificar y no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro,
no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que
viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está
todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera,
cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi
discípulo."
EL CRISTIANO
TIENE QUE TOMAR DECISIONES
Ciertamente es un texto bastante complicado pero muy simple. En primer
lugar nos muestra una jerarquía de realidades, jerarquía de valores. Lo
principal es Dios, la Fuente del Amor, y es evidente que esa fuente de amor es
Dios y que nunca puede estar en segundo, tercero o cuarto lugar. Pero ese amor
de Dios nos lleva a ese amor a los hermanos, a la familia, a los padres, a los
hijos, a los abuelos, a los nietos; porque los amores no se dividen pero SI
tienen principalidad y un cierto orden. De allí que el amor a Dios es primero y
principal, y desde ese amor a Dios uno tiene que saber amar a los demás. Pero
también tiene que amarse a sí mismo, porque si no se ama, si no se tiene,
difícilmente podrá amar a los demás.
En segundo lugar, en la vida hay que hacer una comparación, un juicio, un
discernimiento; uno no puede vivir “durando”, “pasándola”, o “vegetando” como
quien dice. En la vida hay que tener criterios: de dignidad, de personalidad,
de valores, juicios que uno tiene que realizar -los juicios evangélicos, el
criterio que hay que poner en práctica- porque muchas veces creemos que las
cosas se dan porque se dan y nada más. Las cosas se dan porque se dan, porque
se piensan, porque se deciden y porque se toman opciones. Un cristiano, un
creyente, tiene que tomar decisiones.
No es lo mismo ser una cosa que ser otra. No es lo mismo hacer el bien
que hacer el mal. No es lo mismo decir la verdad que mentir. No es lo mismo ser
justo, ser honesto, que robar. ¡No es lo mismo! ¡No tiene comparación! De ahí
la importancia de tener criterios. En la vida hay que jugarse y, por supuesto,
cuando uno quiere ser discípulo de Cristo tiene que unirse a un sacrificio; a
un sacrificio de amor, de entrega, de perseverancia. A la palabra SACRIFICIO le
tenemos miedo y a veces nos sacrificamos por otras cosas pero no por las
grandes cosas que debemos sacrificarnos.
El amor a Dios nos humaniza, nos hace más humanos, nos hace más hijos
suyos y nos ayuda a ser más hermanos entre nosotros. Pero tengamos criterio,
tengamos juicios, pensamientos, vivamos el Evangelio, apliquémoslo en nuestra
vida aunque eso cueste sacrificios. Ciertamente, en la vida hay que pensar, hay
que reflexionar, hay que decidir y hay que obrar. Hagámoslo, no nos vamos a
arrepentir.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén