DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO CICLO C
DE LA FURIA A LA CONFIANZA
La parábola
es una forma poética de catequesis y un recurso pedagógico para enseñar; no se
usa mucho en la predicación por ser ésta doctrinal y no requerir ni siquiera de
ejemplos. La parábola es un relato en el que siempre sucede algo que llena el
corazón de gozo por lo encontrado o concedido: “veo que este es un pueblo
testarudo, voy a descargar mi furor contra ellos, y de ti voy a hacer una gran
nación. Pero Moisés desarmó la ira del Señor diciéndole ¿Por qué Señor vas a
descargar tu furor contra tu pueblo, el que sacaste de Egipto con mano fuerte y
gran poder? Acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac e Israel; jurando por tu
vida tu les prometiste que les darías una descendencia
como las estrellas del cielo. Entonces el Señor se conmovió y no le aplicó al
pueblo el castigo anunciado” (primera lectura)
En la Nueva
Alianza, Nuevo Testamento no hay que luchar tanto para calmar la furia de
Yahvé, porque el Señor ha confiado en nosotros, por el bautismo, como confió a
Pablo, el servicio de transmitir la experiencia de la fe; a pesar de los
obstáculos de la vida anterior. “Pero nuestro Señor tuvo compasión de mí, que
no tenía fe y no sabía bien lo que hacía. Y en un derroche de generosidad me
dio la fe y el amor que me hicieron cristiano”. Lo mismo ocurre en nosotros por
el bautismo. Sabemos, por experiencia lo que nos reitera Pablo: “Si vino para
salvar a los pecadores yo soy el primero. Si tuvo compasión de mi fue para
mostrar toda la grandeza de su corazón; y yo sirviera de ejemplo a todos los
que hayan de creer en Él con miras a la vida eterna” (segunda lectura).
UNA FIESTA AMISTOSA E INCLUYENTE.
Ni la oveja
extraviada entre cien, ni la moneda perdida entre diez, tampoco el hijo
desagradecido son otros sino nosotros. ¿Quiénes somos entonces? El hijo mayor
que por celos no logró arruinar la compasión de su padre.
La alegría
particular de las tres parábolas no sería completa si
solo “le volviera el alma al cuerpo” al pastor de la oveja perdida, a la mujer
de la moneda de plata embolatada o al Padre por el retorno del hijo; sin
incluir a los que en ese momento de infortunio se compadecieron. La fiesta fue
amistosa, comunitaria e incluyente. La invitación decía: ¡Que alegría encontré
la oveja que se me había perdido! ¡encontré la moneda
que se me había perdido! ¡encontré al hijo mío que
estaba muerto y resucitó! ¡estaba perdido y lo
encontramos!” La fiesta comprendió además el cambio de la imagen justiciera de
Dios por la de un Dios Padre compasivo, con entrañas de misericordia y humano
que nos trasforma interiormente en hijos de Dios.
TENEMOS UN CORAZON DE ESCRIBA Y
FARISEO
La acción
interna del Espíritu por el bautismo fue lo que no aceptaron los Escribas y
Fariseos en relación a la inclusión de los pecadores en la comunidad por parte de Jesús. Todos llevamos en el
corazón un escriba por el apego a la ley, un fariseo por la falta de la
compasión como amor entrañable al servicio de los demás, como le ocurrió a
Pablo. Estas parábolas más que explicarlas hay que dejarlas que hagan eco en el
interior del creyente para que transformado el corazón de los responsables de
la proclamación de la palabra y de quienes la reciben. Cuando las parábolas se
exceden en explicaciones entorpecen la escucha que es lo que transforma, alegra
el corazón y nos mantiene en paz, signo de la muerte-resurrección de Jesús en
nuestro interior.
¡Oh Dios crea
en mi un corazón puro! (Sal 50).