TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXVII C
(6-octubre-2019)
Jorge Humberto
Peláez S. J.
¡Señor, auméntanos la fe!
ü
Lecturas:
o
Profeta
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
o II
Carta de san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
o Lucas
17, 5-10
ü Una
lectura atenta de los textos bíblicos que nos propone la liturgia de este
domingo nos permite descubrir, como eje articulador, el don de la fe:
o Una
fe robusta en Timoteo, colaborador muy cercano del apóstol Pablo.
o Una
fe que se rebela ante el aparente triunfo del mal. El profeta Habacuc hace una
oración, pero su estilo es contestatario.
o Una
experiencia de fe, la fe de los Apóstoles, que ellos perciben como débil e
incompleta, que todavía deberá pasar por la experiencia pascual para
consolidarse.
ü Los
invito a reflexionar sobre estos tres tópicos o aspectos que nos presenta la liturgia
de este domingo, pues en nuestra historia personal de salvación, nuestra fe en
Jesucristo ha pasado por diversos momentos que se acercan a las experiencias de
los protagonistas de estas lecturas: momentos de consolación y entusiasmo;
momentos de oscuridad y crisis; y, en la vida diaria, un cierto aburguesamiento
de nuestra fe en el sentido de que nos sentimos cómodos y seguros siendo
católicos, pero sin intenciones de cambios profundos en nuestro estilo de vida
para ser coherentes con el Evangelio.
ü Empecemos
por el texto de la II Carta a Timoteo. ¿Quién era el destinatario de este
escrito? Timoteo fue un discípulo de san Pablo; el estilo afectuoso de la carta
manifiesta una relación muy cercana, como de un padre con su hijo. La Carta
contiene un mensaje de aliento. Exhorta a Timoteo a seguir avanzando en su camino
espiritual: “Querido hermano: Recuerda y reaviva el don de Dios que recibiste
por mi medio cuando te impuse las manos”. Pablo obra como el maestro que sigue acompañando
y motivando a su discípulo. Esto nos recuerda que no podemos avanzar solos.
Necesitamos el apoyo y la palabra de aliento de los demás. En el terreno espiritual,
la Iglesia siempre ha recomendado la conveniencia de tener algún tipo de
acompañamiento espiritual que nos ayude a iluminar el camino, discernir, evitar
espejismos e interpretaciones equivocadas respecto a la voluntad de Dios en nuestras
vidas.
ü El
crecimiento y maduración en la fe es un proceso que nunca termina. Infortunadamente,
muchas personas se quedan con una formación religiosa básica, elemental, la que
recibieron como preparación para la Primera Comunión, la cual se derrumba ante la
primera crisis o ante las preguntas que van apareciendo a lo largo de la vida,
que requieren, para ser respondidas, una mayor preparación.
ü Pasemos
a otro protagonista de las lecturas de este domingo, el profeta Habacuc, que
vive hacia finales del siglo VI AC, una etapa muy difícil dentro de la historia
del pueblo de Israel. En ese momento se encontraba bajo el dominio de los asirios
que fueron desplazados por los babilonios. Si los asirios fueron crueles, los babilonios
los superaron.
ü Ser
testigo de semejante crueldad produce una honda crisis en el profeta Habacuc,
que era un judío piadoso y sólido creyente en Yahvé. En medio de su dolor,
dirige a Dios una oración que es un grito de protesta: “Señor, ¿hasta cuándo
pediré auxilio sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo me quejaré de la violencia
sin que vengas a salvarnos? ¿Por qué me dejas ver tanta maldad y sufrimiento?
¡No veo más que destrucción y violencia, discordias y peleas que se arman!”
ü Honestamente,
tenemos que reconocer que con frecuencia hemos sentido, como Habacuc, rabia
ante las crueles injusticias que vemos a nuestro alrededor y cómo los
victimarios siguen libres. El último dolor que aflige a los colombianos, en
medio de una historia de sangre y lágrimas de muchas décadas, es el asesinato
de cientos de líderes sociales, que han sido silenciados porque sus reivindicaciones
sobre la propiedad de la tierra eras incómodas.
ü Esta
oración contestataria de Habacuc nos ayuda a entender que a Dios podemos
expresarle todos nuestros sentimientos y preocupaciones, sin que antes tengan
que pasar por el filtro de una censura que las purifique de las impertinencias.
Lo central en la relación de fe es la confianza total. A través de sus parábolas,
Jesucristo nos dio a conocer el amor misericordioso de Dios, que no conoce
límites. Así pues, la confianza en el amor misericordioso de Dios nos permite ampliar
el abanico de nuestras oraciones, que pueden ser de alabanza, acción de
gracias, petición y también – por qué no – de protesta por lo que nos hace
sufrir, particularmente cuando se trata de los más vulnerables.
ü Finalmente,
nuestra meditación se detiene en una conmovedora petición que los Apóstoles hacen
a Jesús: “¡Auméntanos la fe!”. Si
los Apóstoles son conscientes de la fragilidad de su fe, a pesar de estar en
comunicación diaria con el Maestro, ¿qué podremos decir nosotros?
ü Nuestra
fe es embrionaria. Apenas ha alcanzado las primeras etapas de desarrollo. Por
eso se marchita y, en algunos casos, muere ante una crisis o un escándalo o un
golpe que recibamos en la vida. Nuestra confianza en Dios no es total, sino condicionada.
Creemos en Dios, pero… hasta cierto punto,
pues también le creemos al horóscopo, a las estupideces que circulan por las
redes sociales o al chisme de la vecina.
ü Al
escuchar esta petición que le hacen sus Apóstoles, el Señor responde con la
parábola del grano de mostaza: “Si la fe que tienen fuera tan grande como un granito
de mostaza, le ordenarían a este árbol de morera que se arranque de raíz y se
plante en el mar, y les obedecería”.
ü La
fe es un regalo de Dios y no el resultado de una decisión de la voluntad o de
un aprendizaje a través de juiciosas lecturas:
o Este
regalo se pide en la oración. Por eso es tan importante la petición de los Apóstoles:
“¡Auméntanos la fe!”
o La
total confianza en Jesucristo se irá consolidando a medida que avancemos en el conocimiento
de su persona y de sus enseñanzas. Y esto se va logrando a través de la
meditación de los Evangelios y la participación en los Sacramentos.
o Recordemos
que los pobres son los predilectos del Señor. Lo que hagamos con ellos es como
si lo hiciéramos con Él. “Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de
beber”.
ü Necesitamos
revisar a fondo nuestra comprensión de la fe, que no es un conjunto de dogmas
ni un cuerpo de normas morales. La fe es una relación especialísima que se
establece entre Dios y nosotros, en la que la iniciativa viene de Él, y depende
de nuestra libertad aceptar o rechazar esta invitación a compartir la vida
divina. La fe una relación existencial, caracterizada por un amor y una
confianza totales. El centro de esta experiencia existencial, que transforma nuestro
ser y nuestro actuar, es Jesucristo, que dio su vida por nuestra salvación.
ü Como
conclusiones de esta meditación dominical:
o Sintámonos
fortalecidos en nuestro camino de la fe, como se sintió Timoteo al leer las palabras
de Pablo, su padre espiritual.
o A
imitación de Habacuc, en nuestra oración expresemos todos nuestros sentimientos,
seguros de que el Señor nos comprende y escucha.
o Con
los Apóstoles, pidámosle al Señor que aumente nuestra fe, pues vacilamos en las
crisis y pretendemos suplantar su plan de salvación con la agenda de nuestros intereses
personales.