XXVII
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Gratuidad
y Responsabilidad ante la Vida
El Sínodo de la Amazonía
Está comenzando en Roma el Sínodo extraordinario sobre
la Amazonía que, convocado por el Papa Francisco, se celebrará del 6 al 27 de
octubre de 2019 con el tema: “Nuevos
caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. Oremos para que este
encuentro de Obispos y representantes de las comunidades indígenas de la
Amazonía con el Papa sea una oportunidad decisiva para asumir en el mundo las
medidas adecuadas, exigibles desde la justicia ecológica, que permitan encauzar
los graves problemas de la Madre Tierra, nuestra Casa Común, amenazada en los
últimos tiempos por la nefasta intervención humana en el hábitat de todos. Hay
varios temas en las lecturas bíblicas de este domingo que iluminan las
actitudes de los creyentes también en el abordaje de los problemas que presenta
la complejidad de la Amazonía, pues nos invitan a reflexionar sobre la
gratuidad y la responsabilidad en la vida integral desde la fidelidad a Dios.
El justo vivirá por su fe
La profecía de Habacuc gira en torno a una expresión
formidable de la revelación divina: “El justo vivirá por su fe” (Hab 2,4), que constituye la clave de interpretación de todo
su mensaje y cuya resonancia ha sido múltiple en textos capitales del Nuevo
Testamento (Rm 1,17; Gal 3,11; Heb
10,38). En la historia del Antiguo Testamento, cuando el pequeño pueblo de Dios
experimenta la doble injusticia de estar sometido a imperios extranjeros,
primero el asirio y después el babilónico, y al trasiego interno de gobernantes
no menos injustos, la voz de Habacuc se pregunta por el sentido de las
desgracias, la violencia, las catástrofes y las luchas.
La fe y la fidelidad
Parecería como que Dios no existiera en una situación
tan crítica. Sin embargo, la visión del profeta mira en profundidad la historia
y, más allá de las apariencias, anuncia que el malvado sucumbirá, pero que el
justo vivirá por su fidelidad. La palabra clave para identificar al justo es la
fe entendida como fidelidad, es decir, como permanencia en la confianza en
Dios, más allá de todas las circunstancias y situaciones de crisis. Tanto el
término hebreo originario (emunah) como el griego correspondiente (pistis) expresan
la fe y la fidelidad. La una hace posible la otra. Además esta palabra expresa
también la fidelidad de Dios al hombre. Por eso la correspondencia de ambas
permite experimentar la salvación, no sólo en el más allá, sino también en el
aquí y ahora de nuestra historia.
La fidelidad es fe y confianza en Dios
Teniendo en cuenta todos los matices y variantes de los
textos bíblicos antes citados podemos entender la fe como una respuesta a la
fidelidad salvadora y rehabilitadora de Dios, de modo que la fe abarca el
carácter de don y de respuesta, de gracia y de libertad. Es al mismo tiempo fe
humana y fidelidad divina. Lo formuló brillantemente K. Barth
en su comentario a la Carta a los Romanos cuando
decía: “Donde la fidelidad de Dios encuentra la fe del hombre allí se revela la
justicia de Dios. Entonces el justo vivirá”. Por tanto, desde la perspectiva
humana, la fidelidad es fe y confianza en Dios.
El gran dinamismo de la fe
En el evangelio de Lucas los apóstoles pedían al Señor
Jesús el incremento de su fe, pero Jesús no da una respuesta que implique un
aumento cuantitativo sino que remite a los discípulos a la calidad y
autenticidad de la fe, indicándoles qué clase de fe es la que se requiere en la
vida cristiana, y, al compararla con un grano de mostaza y con la capacidad de
arrancar de raíz, mediante la palabra, una morera y plantarla en el mar (Lc 17,5-10), se revela todo el dinamismo y la fuerza de la
misma fe. Por pequeña y paradójica que parezca, la fe es confianza en Dios y
fidelidad a la misma. La fe es confianza plena en Dios y en el reconocimiento
de su señorío y soberanía sobre todas las cosas y sobre la historia.
El cumplimiento del deber con responsabilidad
Este tipo de fe supone el reconocimiento de la condición
de criatura ante la grandeza de su Señor y se muestra en la fidelidad
permanente mediante el cumplimiento del deber personal con responsabilidad y
con humildad. La fidelidad al Señor implica considerar la vida siempre como un
servicio a Dios y la perseverancia en el cumplimiento del encargo que Dios nos
encomienda a cada uno, de modo que, tras la misión cumplida, podamos decir con
toda humildad: “meros siervos somos, hemos hecho lo que debíamos hacer”.
La lógica de la gratuidad
Podemos reflexionar acerca de dos tipos de actitudes
fundamentales que pueden marcar nuestra vida y nuestra relación con Dios y con
toda persona. Son dos tipos de lógica: la lógica de la gratuidad en el
ejercicio de la responsabilidad y la lógica del interés personal o provecho
particular. La lógica de la gratuidad sitúa a la persona en el ámbito de la
gracia y posibilita percibir la vida, las personas, las cosas, las relaciones
humanas, los quehaceres ordinarios y los acontecimientos de la historia como
algo que viene dado. La vida viene dada. Ninguno de nosotros ha elegido nacer.
Por eso la vida es un regalo. Para los creyentes, este grandísimo don viene de
Señor Dios, y para los no creyentes que viven esta misma actitud, aunque no
haya un Otro de referencia como sujeto de este don, sin embargo, pueden
experimentar el regalo sin determinar en último término su origen. Otra actitud
muy diferente ante la vida es la que se basa sólo en la obtención del beneficio
propio por encima de cualquier consideración. En esa perspectiva se sitúa la
reivindicación permanente y progresiva de beneficios que se conciben
inmediatamente como derechos exigibles a los demás respecto a uno mismo.
La excelencia de la gratuidad en el Evangelio
El Evangelio presenta la excelencia de la gratuidad en
todo tipo de comportamiento por encima de cualquier interés particular en las
relaciones. El discurso del Evangelio se mueve en la lógica relacional, de
encuentro personal, bajo la clave de la gratuidad, incluso cuando se trate,
como en el caso del texto dominical de hoy, de las relaciones entre un siervo y
su señor. Esta lógica reconoce la identidad del otro, acepta la responsabilidad
que se deriva de la relación humana y posibilita el desarrollo de la misma
mediante la superación de la lógica de lo debido y exigible para hacer
prevalecer la lógica del don y del servicio gratuito, sin esperar nada a
cambio.
Jesús está entre nosotros como el que sirve
En otro lugar del Evangelio de Lucas es el Señor el que
rompe los límites de lo estipulado y se convierte en servidor de los siervos
(cf. Lc 12,37). Pero este comportamiento servicial
del Señor no se puede reclamar nunca, no es un derecho de nadie, sino la máxima
expresión de su amor gratuito. Jesús llevará a sus últimas consecuencias esta
lección cuando en la última cena, tras la institución de la Eucaristía y
dispuesto ya para la entrega hasta la cruz, dice a los discípulos: “yo estoy
entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).
Espíritu de audacia en los testigos del Evangelio
Este dinamismo de la gracia, de la gratuidad, de la
fidelidad y de la responsabilidad es el Espíritu que Pablo quiere avivar en
Timoteo para que sea verdaderamente testigo del Evangelio con fortaleza, con
amor y con sensibilidad, y guardar así el espléndido tesoro de la fe (2 Tim
1,6-8.13-14). Pablo exhorta a través de esta carta, particularmente a los más
responsables en la Iglesia, a tener un espíritu, no cobarde, sino de energía y
de audacia, sin ningún temor a dar la cara por el Evangelio. Pidamos también
nosotros la ayuda del Espíritu para que seamos verdaderos siervos de Dios,
justos en la fidelidad a Dios y muy responsables ante los desafíos de las
crisis del tiempo presente, entre los cuales ocupa un primerísimo plano de preocupación
en este momento, el clamor de la Amazonía, de sus tierras y de sus gentes, de
sus culturas y de sus etnias. Oremos por el Sínodo de la Amazonía.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura