XXVIII
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Gracias
a Dios por su creación y por la salvación en Cristo
En oración con el Sínodo de la Amazonía
Una de las intervenciones decisivas de esta semana en el
Sínodo de la Amazonía ha sido la del brasileño Carlos
Alfonso Nobre, ganador del Premio Nobel de la Paz
2007, climatólogo, uno de los principales expertos en calentamiento global, que
ha estado estudiando la Amazonía durante cuarenta años, y ha resumido los temas
de un documento creado específicamente para el Sínodo. Él recuerda que la
Amazonía es el corazón ecológico del planeta, con una inmensa biodiversidad, y
ha denunciado, al igual que la encíclica Laudato Si’, del
Papa Francisco, los desastres actuales: “Estamos
muy cerca del colapso de la selva amazónica, lo dice la ciencia con
absoluto rigor”. Y recordaba que si no existiera el bosque amazónico “el
calentamiento global sería aún más rápido y más dramático”. Por ello invitaba a
“cambiar nuestra forma de vida y reducir drásticamente la producción de dióxido
de carbono". También el Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia),
Mons. Sergio Gualberti ha afirmado que “el fenómeno de la globalización
de la lógica capitalista ha incidido fuerte y negativamente en la identidad, el
modo de vida, el sentido religioso y espiritual de los indígenas amazónicos, hiriendo gravemente el medio
ambiente, la biodiversidad y sus fuentes de sustento”.
No nos está permitido acortar la
vida en el planeta tierra
A estas alturas del siglo XXI
podemos reconocer que en este mundo secularizado, en el cual se vive
frecuentemente de espaldas a Dios y como si éste no existiera, hemos perdido el
sentido de la trascendencia y, por lo general, no somos capaces de reconocer la
presencia del Dios Creador en el origen y desarrollo de la vida. La falta de
conciencia conduce a la falta de gratitud y a la falta de responsabilidad sobre
la obra creadora de Dios. Y las consecuencias son catastróficas y nos llevan al
colapso ecológico por no saber cuidar el hábitat común. Dios es el Creador y Señor de toda
vida, pero a nosotros nos
toca custodiar la vida humana desde su origen hasta su final natural y
estamos llamados a respetarla y cuidarla (Gen 2,15). De la evolución y de la
teleología de los seres vivos podemos percibir la bondad de Dios en su creación
para hacer de ella una historia de dones. Igual que, según la ley de Dios, no
está permitido cortar la vida personal, tampoco
nos está permitido acortar su final, e igual que la tierra es don del
Creador, que hizo posible la aparición del fenómeno de la vida hace millones de
años con la combinación del carbono, tampoco nos está permitido recortar esa
misma vida con la superproducción de dióxido de carbono. La vida, desde su
origen hasta su final, la vida del individuo y la de la especie humana, es un
don, que hemos de agradecer y cuidar. Gracias
a Dios por su creación y por la vida que recibimos de Él, que es el
Creador.
Gratuidad y universalidad en el
mensaje evangélico
Los textos litúrgicos de este domingo, especialmente el
del leproso agradecido (Lc 17, 11-19), nos introducen
plenamente en dos temas teológicos: el tema de la
gratuidad como gran valor de la fe cristiana que nos permite
experimentar la salvación también en el aquí y ahora de nuestra historia y el tema de la universalidad de la
salvación mediante la ruptura de fronteras realizada por Jesús al
mostrar como paradigma de la fe al leproso samaritano. Tanto Pablo como Lucas
reflejan el don de la salvación universal y de la nueva vida, por medio de la
fe en Jesucristo y en su Evangelio, más allá de cualquier diferencia étnica,
social, nacional o lingüística.
El Evangelio es el anuncio de Cristo crucificado
Pablo invita a Timoteo a hacer memoria del gran
acontecimiento del Evangelio (2 Tim 5,8-13). El anuncio de Jesucristo, el Señor
Resucitado, es el centro de todo el mensaje paulino. En nuestro mundo resuena
hoy también la palabra del apóstol, al recordar a todos los cristianos
perseguidos en el mundo y a todos los que sufren de una manera u otra. Los
creyentes, como Pablo, tenemos que recordar
su evangelio, que no es otro que el anuncio
de Cristo Resucitado. Utilizando un tiempo verbal que no tenemos en
castellano, el participio de perfecto griego, esta carta resalta el estado y el
efecto permanente del Resucitado como resultado del acontecimiento de la
resurrección de Cristo, un hecho que ya ha ocurrido en la historia y que ha
conseguido la salvación para el género humano. Este anuncio es la causa del
sufrimiento de Pablo y de su persecución hasta estar en la cárcel, pero él
sigue proclamando con una fuerza extraordinaria que la palabra de Dios no está
encadenada, y por medio de esa palabra se accede a la salvación conseguida ya
por Cristo.
La palabra comunica la presencia del Resucitado
En el mes misionero de la Iglesia, con la próxima
celebración del Domund, los cristianos hemos de tomar
conciencia de que nuestra palabra, una palabra solidaria con todos los que
sufren y con todas las víctimas del mundo, y especialmente si esta palabra va
acompañada del sufrimiento por la causa del Evangelio, es una palabra que comunica la presencia del
Resucitado, y hace partícipes a los creyentes en el misterio de Cristo.
Para ello el autor de la carta utiliza una serie de términos sumamente
significativos que expresan la íntima unión con Cristo por parte de los
creyentes. Algunos de ellos son exclusivos de Pablo y contienen su prefijo
preposicional favorito (en griego sun-, equivalente
en castellano al prefijo con-), para
manifestar que la fe es comunión profunda con Cristo al com-partir su
muerte y su vida, al resistir firmes frente al mal para com- partir con él su Reino. La
vida y el reinado de Cristo en nosotros triunfará si
somos capaces de morir con él y enterrar todos los males e injusticias de
nuestro corazón y de nuestro mundo, si sabemos enfrentarnos con firmeza y con
convicción a los desafíos del tiempo presente.
El Evangelio nos alienta en la lucha con el mal del
mundo
Pero hemos de ser conscientes también de que la victoria
está ganada por Cristo en su resurrección y de que él nos ha hecho partícipes
de ella. Ése es el Evangelio. Por eso nosotros tenemos capacidad para
enfrentarnos a todos los males, sobre todo, al de la injusticia de la humanidad
que, agrandando el abismo entre los ricos y los pobres, provoca las migraciones
de las poblaciones por motivos económicos o políticos, los 250 millones de
refugiados y emigrantes del planeta, las embarcaciones masivas de migrantes en
el Mediterráneo, la muerte silenciosa de las hambrunas del mundo y el
progresivo empobrecimiento de la inmensa mayoría de la población. Pero el único instrumento para esta lucha
contra el mal no es el uso de la violencia, sino la fuerza de la palabra convincente,
la que procede del
Evangelio, la que nada ni nadie puede someter, porque la palabra de Dios no
está encadenada. Y además tenemos la certeza de que, aunque nosotros fallemos y
seamos infieles, Cristo Resucitado permanece fiel y el efecto de su gracia en
nosotros sigue vigente, tanto en Pablo como en los creyentes y testigos del
Evangelio de toda la historia y también de hoy. Conocer este mensaje es abrir
caminos de esperanza y de salvación entre nosotros y en nuestro mundo.
Gratuidad es gratitud y agradecimiento
Por su parte, el relato evangélico del milagro
acontecido en el encuentro de Jesús con los leprosos revela aspectos esenciales
de la fe que verdaderamente lleva a la experiencia de la salvación (Lc 17,11-19); el más sobresaliente es la gratuidad, como experiencia de
gratitud y de agradecimiento en la vida humana. La fe se presenta aquí
como encuentro personal y confiado con Jesús que transforma y libera a toda
persona humana, independientemente de su lugar de procedencia y de su religión.
Sin embargo, el Evangelio resalta que la salvación sólo se produce cuando desde
la fe se reconoce el verdadero origen de la liberación y se agradece a Dios
dicha intervención histórica.
Jesús es portador de una palabra liberadora de toda marginación
En el camino a Jerusalén, destino de la vida de Jesús,
en la frontera de Samaría y Galilea, diez leprosos reclaman la atención y
compasión de Jesús. Además de la enfermedad física relativa a cualquier
afección cutánea, denominada generalmente lepra, aquellos hombres padecían la
enfermedad aún peor de la marginación y de la exclusión social y religiosa.
Sólo a distancia pueden dirigirse a Jesús implorando su misericordia, y él los
envía a los sacerdotes, como instancia religiosa y pública que puede
rehabilitarlos como personas dignas de la convivencia una vez producida la
curación. Lucas da a entender que Jesús
es portador de una palabra curativa de todo mal y liberadora de la marginación.
La fe es encuentro con Jesús, transformador de la
persona
La fe es, pues, en primer lugar, encuentro con Jesús desde
la fragilidad humana. Es un encuentro confiado que orienta a las personas a
actuar según la palabra de Jesús. Y cuando esto se lleva a cabo se empieza a
experimentar la maravilla de la transformación de la persona en
virtud de aquel encuentro confiado. Esto es lo que le ocurre a los diez hombres
leprosos que se encuentran con Jesús según narra exclusivamente el evangelio de
Lucas. Todos ellos experimentaron la intervención primera y curativa de Jesús a
través de su palabra. Sin embargo, no todos ellos percibieron su sentido más
profundo, ni experimentaron la salvación.
La celebración de la salvación rompe toda frontera
A ello dedica Lucas la segunda parte del relato, en la
que se narra cómo uno de los leprosos, un samaritano para más inri, es decir, un extranjero,
se vuelve para dar gracias a Jesús y a Dios por lo acontecido. El milagro se
relata siguiendo los parámetros de la curación de Naamán, el sirio leproso,
narrada en 2 Re 5,10-17, que anuncia el carácter
universal de la salvación, a la que Lucas también se refiere en el texto
programático de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16- 30).
De este modo, un forastero se presenta como modelo de fe frente a los judíos. La fe auténtica, la que lleva a
la experiencia de la salvación, requiere el reconocimiento
personal e ineludible del origen de la curación de la enfermedad y de
la palabra liberadora y rehabilitadora de la vida que se hace visible y público
en la acción de gracias. Sin esta última dimensión no hay una experiencia de
salvación. La experiencia de fe se manifiesta de forma gozosa en el
agradecimiento a Dios. Por eso la gratuidad, que expresa el sentimiento
personal de gratitud y lo celebra en la acción de gracias a Dios, es la nota
sobresaliente de la fe plena.
La gratitud por el don de la salvación
La fe que salva es un tema recurrente en Lucas (la
pecadora pública en Lc 7,50; la hemorroísa en Lc 8,49; el leproso samaritano en Lc
17,19; y el ciego de Jericó en Lc 18,42). El milagro
del leproso samaritano en el encuentro con Jesús revela la insuficiencia de una
fe meramente interesada o de una fe reducida a la contemplación de milagros.
Reconocer el don de la intervención de Dios en nuestra vida lleva a la gratitud por el don de la salvación.
Quien no da gracias nunca, aunque haya sido curado, no experimenta la alegría
de la salvación. Hacer memoria de Jesús y darle gracias por su palabra, por su
fidelidad y por salir a nuestro encuentro es necesario para gozar y disfrutar
la alegría de los redimidos. La Eucaristía, memorial de Cristo muerto y
resucitado, es el momento privilegiado de la acción de gracias entre
cristianos, que nos debe impulsar, como al leproso que ha experimentado la salvación,
a proclamar en alta voz la gloria de Dios en Cristo y en su palabra que cura y
puede salvarnos. El refrán castellano también confirma el gran valor de la
gratuidad y del agradecimiento por todo lo que la vida nos concede,
especialmente a través de la fe en Cristo, cuando dice: “Es de bien nacidos ser
agradecidos”.
La salvación universal ha llegado con Jesús resucitado
Así como la acción salvífica de Dios en la persona de
Jesucristo ya no conoce límites ni fronteras con los seres humanos, la acción
liberadora de unas personas hacia otras, de unos pueblos hacia otros y de unos
Estados con otros debe hacerse rompiendo todo tipo de fronteras étnicas,
raciales o nacionales. Con
Jesús resucitado ha llegado la hora de la salvación y de la liberación de todo
ser humano. Ése es nuestro Evangelio. Y esta palabra no está sometida
a ningún tipo de cadenas ni de mordazas.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y
profesor de Sagrada Escritura