TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXXIV C
Jesucristo,
Rey del Universo
(24-noviembre-2019)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Una
cruz que se convierte en trono
ü Lecturas:
o II
Libro de Samuel 5, 1-3
o Carta
de san Pablo a los Colosenses 1, 12-20
o Lucas
23, 35-43
ü La
liturgia de este domingo celebra a Jesucristo, Rey del Universo. Con esta solemnidad
concluye el año litúrgico, durante el cual fuimos acompañando al Maestro en los
diversos momentos de su misión. El año litúrgico empieza con el tiempo de
Adviento, que es la preparación para la Navidad; y culmina con la fiesta de
hoy, cuando el Señor es exaltado como Rey del Universo, después de haber cumplido
la misión que el Padre le confió de redimir a la humanidad.
ü La
primera lectura de este domingo, tomada del II Libro de Samuel, nos ofrece el
contexto teológico y político para comprender este título de Rey que se aplica
a Jesucristo. En ese relato leemos la consagración de David, que es ungido como
Rey de Israel en presencia de todo el pueblo. Es una escena muy solemne,
cargada de significación.
ü En
la historia del pueblo de Israel, David ocupa un lugar destacadísimo pues es el
gran personaje político que será modelo e inspiración de todos los gobernantes
por su sentido de la justicia y su fidelidad a los mandatos de Yahvé. La
promesa de un Mesías es la motivación que le permite al pueblo de Israel superar
las numerosas crisis causadas por su infidelidad a la Alianza. La promesa de un
Mesías liberador es la gran ilusión. Y este Mesías pertenecerá a la familia de
David.
ü La
esperanza puesta en un Mesías se asoció con poder y gloria. Sería como un
regreso a la edad dorada del Rey David. Los discípulos de Jesús compartían este
imaginario de un Mesías triunfador, que restauraría las viejas glorias del
pueblo; por eso les costó mucho trabajo cambiar de esquema mental hasta que
comprendieron, después de la Resurrección, que el Reino del que les había hablado
su amado Maestro exigía, como etapa previa, sentarse en el trono de la cruz; había
que morir para resucitar.
ü Por
eso es tan impactante el contraste entre la primera lectura y el relato
evangélico. El relato del II Libro de Samuel nos muestra una página gloriosa de
la historia de Israel, la unción de David como Rey; un momento intenso, vivido
dentro de una profunda fe en Yahvé, y de orgullo como nación. El segundo
relato, del evangelista Lucas, nos describe un escenario sombrío, lleno de
dolor y sufrimiento. El Rey de Israel es crucificado. El pueblo desconcertado
se preguntaba: ¿es éste el Mesías anunciado?, ¿el descendiente de la casa de
David?, ¿el Rey en quien habíamos depositado nuestras esperanzas de liberación?
Es brutal el contraste de las dos lecturas; la primera nos habla de triunfo y
la segunda nos narra la aniquilación de un sueño.
ü El
relato del evangelista Lucas tiene unos elementos que hacen más dramática la
escena:
o En
la parte superior había un letrero que decía: “Este es el Rey de los Judíos”.
o Junto
a la cruz y mientras Jesús agonizaba, los soldados se burlaban de su título
real: “¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate!”.
o Se
desarrolla un fuerte debate teológico entre los dos ladrones que habían sido
crucificados junto a Jesús; el debate termina con unas solemnes palabras del
Señor: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
ü Esta
solemne fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, en la que el Señor aparece
sentado en el trono de la Cruz, rompe todos los esquemas de la lógica humana,
pues para unos es absurdo y para otros es locura. Las palabras rey y trono siempre han estado asociadas
con el reconocimiento social, la riqueza, las solemnes caravanas, los honores
militares. Ninguno de estos elementos aparece junto a Cristo Rey. Es un Rey
desde el despojo, la pobreza, los insultos.
ü Este
camino absolutamente nuevo se inició con la Encarnación del Hijo eterno de Dios
quien, al asumir nuestra condición humana, se despojó de los atributos propios
de la divinidad y nació en un establo. Jesucristo inauguró un Reino diferente, cuya
Carta Fundamental son las Bienaventuranzas. Una propuesta de felicidad
innovadora, alimentada por una profunda confianza en Dios, marcada por la
austeridad de vida, un agudo sentido de la justicia social, el amor y el
servicio.
ü A
lo largo de su predicación, Jesús insistió en estos mensajes, cuyo alcance no
podían comprender sus discípulos, porque su formación religiosa les había
inculcado una imagen diferente de Rey y Mesías. Una escena particularmente
intensa de esta propuesta disruptiva fue el Lavatorio de los Pies, cuando dio
ejemplo de un nuevo modelo de liderazgo que exige ponerse al servicio de los
otros.
ü Esta
fiesta de Cristo, Rey del Universo, sentado en el trono de la Cruz, es un impactante
mensaje para la Iglesia y para cada uno de los bautizados. El seguimiento del
Señor exige oración, desapego, sencillez, solidaridad con los pobres. Las actitudes
de dominio y orgullo son incompatibles con la persona y el mensaje de Jesús.