Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo,
Ciclo C
Cristo,
Rey del Perdón, en un mundo en convulsión
La fiesta de Cristo Rey
En un mundo en convulsión, preocupados por la
paz en Bolivia y por la España a la deriva, la fiesta de Cristo Rey nos acerca al
misterio de la persona de Cristo manifestando su señorío y
su soberanía en el
orden histórico y cósmico, en el orden personal y eclesial, y nos trae un mensaje de Perdón. En el camino
a Jerusalén, desarrollado ampliamente por el evangelista Lucas, Jesús ha ido
proclamando el Reino de
Dios con su palabra y con sus obras, con su mensaje de bondad, de
misericordia y de perdón, con su Buena Noticia para los pobres, con su llamada
a la conversión y su oferta de salvación para los pecadores y con la palabra
profética de justicia ante los ricos y poderosos de la religión y del sistema
vigente. Pero después de ser entronizado Jesús al entrar a Jerusalén y de ser
aclamado como rey, viene lo decisivo. El
Reino anunciado tiene que pasar por la cruz. Ahí es donde encontrará
su último trono humano quien empezó su reinado en la pobreza inefable de un
establo. Y en ese trono es donde proclamará la primacía
del Perdón en el Reino que él inaugura con su entrega en la cruz.
Un Rey que salva desde la cruz
Lucas refleja en la escena
del crucificado (Lc 23,35-43) diversos aspectos repetidos, subrayados
y destacados, que son dignos de atención: 1º) El tema más frecuente es el de la salvación, entendida solamente
como liberación de la muerte inminente: "Que se salve a sí mismo".
2º) La burla de la
que es objeto Jesús no es sólo una cuestión de incapacidad personal como en
Mt/Mc ("a sí mismo no se puede salvar") sino una provocación
religiosa, pues toca aspectos esenciales de la teología. No se mofan solamente
del Rey de Israel, sino del mismo Dios: "el
Mesías de Dios: el elegido". De este modo la provocación que suscita es
todavía mayor. 3º) Las actitudes contrapuestas de los dos malhechores
crucificados con Cristo revelan en qué consiste realmente la
salvación como entrada en el Reino de Dios, de la que es punto de partida
la experiencia de perdón. El Reino consiste
verdaderamente en estar con
Cristo. Jesús implora primero el perdón al Padre por todos sus hermanos y
lo ofrece a todos, pero además lo concede al que se arrepiente en cualquier
momento de la vida, incluso a punto de morir.
La vida entregada abre el camino del perdón
La burla mesiánica de unos y otros y el
contenido divino de esas burlas nos plantean la gran paradoja del Evangelio. Jesús es Mesías en la cruz
y sólo desde la Pasión y por medio de su sangre, es decir, a través de la vida entregada, será
posible la reconciliación, el perdón y el Reino. A partir del gran
biblista del siglo XX, R. Schnackenburg, en su obra, Reino
y Reinado de Dios, se puede hablar del Reinado de Dios para subrayar al
aspecto de la relación personal de amor que Dios establece con los hombres
introduciéndolos en un dinamismo de vida nueva, marcada por la experiencia
determinante del señorío eficaz de su amor en todos los ámbitos de la vida
humana, con una proyección interior y social de gran hondura. Dios es el protagonista
en esa relación y los seres humanos tenemos la capacidad para corresponder
libremente a tal propuesta de gracia. Jesucristo,
muerto y resucitado, es el Reinado de Dios en la historia.
El reinado de Jesús es el reinado del perdón
Por eso Jesús es, en verdad, el Rey. Pero su
realeza no corresponde a los cánones de este mundo. Si queremos llamar a Jesús
Rey, hemos de hacer como el buen ladrón: Invocar primero su reino. Sólo descubriendo primeramente su
Reino podemos llamar a Jesús Rey. Y para descubrir su Reino es necesario entrar de lleno en el Evangelio.
Con Jesús llega el Reino prometido de justicia a favor de los pobres, el Reino
del Padre por el que hemos de trabajar constantemente. Es el Reino de la bondad
y de la misericordia, el Reino de la verdad, del perdón y de la alegría, el
Reino que conduce a una fraternidad universal, cuyas puertas se abren a fuerza
de amor hacia los desheredados y crucificados de esta tierra encadenada, a
fuerza de oración insistente al Padre y a fuerza de anunciar y vivir la verdad
del Evangelio. Ese es el
Reinado de Jesús. Sólo entrando en esta nueva mentalidad del Evangelio
podremos invocar realmente a Jesús como Rey. Pero un Rey servidor y no
dominador. Jesús es el Rey Pastor y no explotador. Es el Rey Pastor que, por amor
al rebaño de Dios, se convierte incluso en pasto de la humanidad hasta ser
injustamente condenado.
Jesús trae la salvación
Otro aspecto reclama una especial atención: Con los crucificados junto
a él Jesús inaugura el
Reino de Dios. Junto a Jesús, víctima inocente, está la reacción insolente
y descarada de quien se burla de él, del que lo insulta y lo provoca. Y él
sigue callado. Sin embargo el otro malhechor, aún estando en la misma
situación, reconoce su verdad, la verdad de su culpa y sale en defensa del
inocente, y por ello increpa a quien lo insulta. Con sólo defender al justo y
al inocente ha sido suficiente para que a este hombre la historia lo reconozca
como el "buen ladrón". Jesús
anuncia la salvación a quien reacciona solidariamente ante la agonía de los
inocentes y la muerte de los justos. El paso decisivo de este hombre
arrepentido ha sido suplicar sólo un recuerdo de Jesús en su Reino y así
arranca una palabra liberadora que sale del corazón misericordioso del Señor:
"¡En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso!"
Jesús ofrece y concede el perdón
A Jesús, como a aquel padre de la parábola de
los dos hijos, no le importa mucho el pasado desgraciado de este hombre. Al más
mínimo indicio, a la más mínima señal de arrepentimiento, Jesús concede el perdón y con él la
salvación. Si la súplica de perdón al padre era una puerta abierta por
Jesús para que a lo largo de la historia la verdad inocultable de la culpa
humana pudiera encontrar siempre la misericordia divina, y en ese encuentro la
justicia y la paz se besen, ahora se ha hecho posible el abrazo entre la
misericordia, que en Jesús viene del cielo, y la verdad, que en el arrepentido
brota de la tierra. Allí está ya la salvación definitiva y el Reino de Dios,
que Jesús ha inaugurado en la tierra. Es
un Reino de perdón para el que reconoce la verdad, su propia verdad
personal y en ella la verdad del hombre y la verdad de Dios. Es un Reino de
amor en el tiempo presente, al que se puede acceder Hoy mismo cuando, como
alguien se solidariza con Jesús y con toda vida víctima inocente como él.
El perdón se ofrece a todos
Pero el perdón no
se puede exigir ni con él se puede hacer chantaje, no es ningún derecho; a lo
sumo es objeto de súplica, porque el perdón es más bien una experiencia de
gracia indebida, es un don inmerecido, es un regalo por excelencia, que marca
el comienzo de una vida nueva, que rehabilita a todos los que lo experimentan
trasladándolos al Reino de la luz de Jesús, y suscita una alegría desbordante
en el hombre pecador y reconciliado con Dios gracias a la Sangre de Cristo. En
todo caso, para experimentar la
alegría de la salvación es preciso siempre el reconocimiento de la
verdad, porque ésta no puede ser ocultada, enmascarada o ignorada por el perdón. Ciertamente el perdón de Dios se ofrece a
todos, pero no todos entran en el Reino en el Hoy de este tiempo
presente, porque no
siempre, ni todos, invocamos el Reino desde la Verdad y desde el reconocimiento humilde de
nuestro pecado.
Jesús, el Justo, plenitud de la creación
Finalmente, Jesús en la cruz se revela como el hombre inocente y justo,
que, en medio del espectáculo inhumano, violento e injusto, consuma su
fidelidad al Padre, perdonando a los que lo están matando. Jesús había enseñado
a perdonar a los enemigos y a poner la otra mejilla. En la cruz se cumple la
palabra del perdón que había enseñado, (Perdónalos, porque no saben lo que
hacen), haciendo visible un amor inaudito que, en el himno de Colosenses (Col
1,12-20), es imagen del
Dios invisible, y al mismo tiempo el origen y la plenitud de toda la creación.
El valor del perdón ante la convulsión social
En medio de la convulsión
social que impera en nuestro mundo, que se palpa en tantos países de
la tierra, y que se nota de cerca en la fractura
social de los lugares donde más hermanos nos sentimos, desde la aventura independentista en
la España invertebrada hasta
la barbarie de
violencia desatada en Bolivia tras
el fraude electoral del 20 de octubre, viene bien una palabra evangélica que
hable de un reinado del
perdón y de la reconciliación,
que no es instaurado por los medios del poder de turno, sino mediante el perdón
ofrecido por el justo que
murió en la cruz. También en política hay que destacar el valor inefable
del perdón. Sólo el perdón puede culminar un diálogo reconciliador, mediante el
cual se reconozca a los otros, se valore a los adversarios políticos, se asuman
las responsabilidades de las culpas propias y de los errores cometidos,
especialmente con los más vulnerables, víctimas siempre de los poderes
fácticos. Sólo el perdón
político traerá la paz y la justicia.
Sólo el perdón conduce a la paz
La asignatura pendiente de la transición
política española fue la ausencia
del perdón, un perdón que debería haber sido ofrecido, pedido y concedido
por parte de las dos Españas. Pero nos quedamos sólo en el consenso, y aquello,
siendo excelente, no era suficiente. Había que madurar el perdón político y esa
es la asignatura pendiente todavía en España, porque, en Cataluña, los
independentistas catalanes campan a sus anchas, ninguneando a los no independentistas,
y en el resto de España, la izquierda autodenominada como “rotundamente
progresista” parece que va a gobernar frente a una derecha fragmentada e
ineficiente. De igual modo, pero con consecuencias incomparablemente más graves
por los muertos, en Bolivia la falta de verdadero diálogo, por incapacidad para
el mutuo reconocimiento de las partes, se ha convertido en pecado mortal
estructural. Sólo el
perdón, que libremente se
ofrece, humildemente se
pide y generosamente se
concede, puede conducirnos a la paz y a la justicia en un Reino de amor y
libertad.
Oremos por la paz
En el Reinado
de Jesús se puede entrar en cualquier momento. Sólo es preciso que nos pronunciemos en defensa de
los inocentes y de las víctimas, que confrontemos nuestra vida con el
Justo y reconozcamos la verdad de nuestras culpas. Cualquiera de estas
reacciones nos permitirá hoy
mismo experimentar la salvación. Miremos, por
tanto, en el crucificado a
los crucificados inocentes de nuestro mundo de hoy y sólo así
encontraremos el Reino de Dios y su justicia, en el cual Jesús es el verdadero
Rey. Vaya desde aquí nuestro apoyo y felicitación a la Conferencia Episcopal y
a los obispos de Bolivia, los cuales, sin ningún poder político pero con toda
autoridad moral, están siendo mediadores de la reconciliación y del perdón en
Bolivia. Sigamos orando por la eficiencia de su mediación y por la paz en Bolivia, en
justicia y libertad.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura