DOMINGO I TIEMPO DE ADVIENTO - CICLO A
“DESPERTEMOS DEL SUEÑO”
Empezamos en
Colombia el Adviento en medio de reivindicaciones y esperanzas, con un lenguaje
mezclado de reconocimientos como derechos pero, desconociendo los deberes, al
menos el vandalismo que no le importa ni deberes ni derechos sino arrasar con
todo cuanto tenga que ver con lo institucional.
En la segunda
lectura Pablo nos advierte: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo
amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No
adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos,
se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no
hace mal al prójimo. El amor es, por tanto, la ley en su plenitud. Y esto,
“teniendo en cuenta el momento en que vivimos porque es ya hora de levantarse
del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la
fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras
de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día,
procedamos con decoro: nada de (vandalismo o desenfrenos); nada de rivalidades
o polarizaciones, de envidias o rencores. Revestíos más bien del Señor
Jesucristo y no os preocupéis de la carne, el egoísmo, para satisfacer sus
ambiciones. (Ro 13,11-14)
PAZ A VOSOTROS.
Isaías un
profeta del siglo VIII antes de Cristo en Jerusalén, escribió algo que también
encontramos en Miqueas; muy esperanzador para nuestra paz si no perdida bien
embolatada: ocurrirá en el avenir un proyecto de paz del cual Dios será Dios el
garante: “De las espadas se forjarán arados y de las lanzas podaderas; ya no
alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra
¡Casa de Jacob, país en marcha! ¡Caminemos a la luz del Señor! (primera
lectura).
LA PAZ EL DON DE UNA CONQUISTA
Isaías intuye
otra paz inspirada más tarde por el resucitado para que comprendamos la buena
noticia del amor de Dios regalándonos su paz. Ningún signo de muerte en los
acontecimientos que ahora nos ocurren puede ser más fuerte que la vida
prometida por el evangelio en términos de paz: “paz a vosotros”, repitió tres
veces Jesús al atardecer de su primer día de resucitado” (Jn
20,19ss); y el evangelista pone en labios de Jesús: “Les dejo la paz, mi paz
les doy; no se la doy como la dan ustedes, el mundo. No se turbe vuestro
corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).
“Él
resucitado es nuestra paz, el que de dos pueblos hizo uno, derribando con su
cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y
cláusulas, creando así en su persona, de dos una sola y nueva humanidad,
haciendo las paces. Por medio de la cruz, dando muerte en su persona a la
hostilidad, reconcilió a los dos con Dios, haciéndolos un solo cuerpo. Vino y
anunció la paz a ustedes los lejanos, la paz a los cercanos. Ambos, con el
mismo Espíritu y por medio de él, tenemos acceso al padre” (Ef. 2,14-16). Esa
es la paz que recibimos, comulgamos y compartimos como palabra de Dios y
Eucaristía, en medio de los conflictos Digamos todos de corazón: “Jerusalén
(país) que haya paz en aquellos que te aman, que haya paz en tus montañas y que
reine la paz en cada casa. Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir:
la paz esté contigo. Y por la casa del Señor, mi Dios, te pediré para ti todos
los bienes” (Sal 121)