I Domingo de Adviento, Ciclo C
La gran esperanza en el Hijo del
Hombre
La esperanza en la venida del Señor
El mensaje bíblico de este domingo primero de Adviento en el que los
cristianos empezamos nuestra preparación para celebrar
la Navidad aviva en nosotros la
esperanza de la venida
última y definitiva del Señor con la gloria propia del Resucitado. La
palabra de Dios nos habla hoy del anuncio
de la venida del Señor. Isaías nos proporciona una visión espléndida
del fin de los tiempos con la casa de Dios como centro y cumbre de una riada
humana de pueblos numerosos encaminados hacia el Señor a través de su ley y de
su palabra (Is 2,1-5). Pablo señala la cercanía de la
salvación para los creyentes en Dios, como motivo central de una nueva conducta
en la luz (Rm 13,11-14) y Mateo anuncia la llegada
repentina del Hijo del
Hombre (Mt 24,37-44), pero podemos centrarnos en esto último y
contemplar la figura enigmática del Hijo del Hombre que viene y cuyo origen se
remonta a la tradición apocalíptica del libro de Daniel (Dn
7,13).
El Hijo del Hombre, juez y víctima, servidor y liberador
Según los evangelios, Jesús se presenta como Hijo del Hombre revelando
tres facetas de sí mismo, unas veces se manifiesta como juez de la humanidad (Mt
24-25), otras como sufriente
y víctima de la injusticia de los hombres (Mc 8,31; 9,31; 10,33), y
otras como servidor y liberador
del hombre (Mc 10,45). Cuando en la Iglesia se habla de Adviento y de
la venida del Hijo del Hombre se refiere principalmente a la llegada gloriosa
de Cristo en la parusía, vencedor de la muerte, señor del cosmos y juez de la
historia y de la humanidad.
El Hijo del Hombre trae el perdón y viene como servidor
Pero el que vendrá en el futuro definitivo es el mismo que vino ya
y sigue viniendo trazando el camino de la verdad, asumiendo el proceso de
liberación del hombre y afrontando su destino de sufrimiento y de muerte por la
causa del Reino de Dios. Y es el
mismo Hijo del Hombre que actúa con autoridad entre los suyos, ofreciendo el perdón al
paralítico (Mc 2,10), interpretando la mediación religiosa de la ley y del
sábado en función del ser
humano (Mc 2,18), y que muestra su identidad como servidor de todos (Mc
10,45).
Venida imprevisible y tajante
Al presentar la venida
del Hijo del Hombre el evangelio de hoy subraya dos aspectos: Su carácter imprevisible y su carácter
de juicio tajante. En
primer lugar, el que viene como vencedor de la muerte lo hará de manera
repentina y sorprenderá a
todos, de igual manera que el diluvio pilló por sorpresa a los
contemporáneos de Noé. Según el evangelio, aquellos andaban distraídos respecto
a las señales de parte de Dios y no se daban cuenta de la llegada del diluvio
destructor. Actividades cotidianas de la vida, tan normales como comer, beber,
casarse o emparejarse son las acciones más naturales de la vida humana. Pero
son consideradas como una desatención o distracción respecto a las señales que
marcan lo último y lo fundamental de la historia de la humanidad.
Contra la superficialidad espiritual
De ese modo en el evangelio se interpreta que la generación de Noé
no es que fuera condenada por inmoralidad sino por una gran superficialidad espiritual:
“No se enteraban de nada” (Mt 24,39). Dejarse
arrastrar por las preocupaciones cotidianas absorbe la percepción
profunda de una existencia abierta a Dios y a un futuro en la espera de la
venida del Señor. Pablo también reclama su atención en todo ello apelando a tomar conciencia del momento en que
vivimos y a darnos cuenta de lo que está pasando (Rm
13,11).
Juicio tajante y responsable
En segundo lugar, la venida de Jesús conlleva un juicio tajante. Mediante
el paralelismo de las imágenes de dos hombres y de dos mujeres que son
tajantemente separados se muestra la contundencia del juicio que inaugura la
venida del Hijo del Hombre. Éste viene con
decisión y provocando escisión: "Estarán dos en el campo: uno se
lo llevarán, y a otro lo dejarán" (Mt 24,40). Esta separación es sinónimo
de juicio sobre la
responsabilidad personal e ineludible de cada persona.
Vigilantes a la llegada del Señor
Finalmente se cuenta la última parábola del ladrón que viene a
deshora y de repente para evocar la irrupción inesperada del día del Señor. La custodia y la vigilancia del dueño de
la casa es la garantía de la defensa de la misma frente a cualquier
intromisión. Ésta es la misma actitud espiritual que debe caracterizar a los
discípulos que no deben dejarse atrapar por el cansancio o por la indiferencia,
por la relativización o por la vagancia (o flojera), sino que están llamados a vivir vigilantes en la espera
imprevisible de su Señor.
Fe, resistencia y oración
Por tanto el mensaje de Jesús a sus discípulos es una llamada a la vigilancia constante y a la
responsabilidad, a la fe activa, a la resistencia firme y a la actitud de
oración permanente. El imperativo “velad”
o “estad atentos” es el mismo utilizado en la interpelación de Jesús a
los discípulos en Getsemaní (Mt 26, 38.40.41). Desde aquí se percibe cuál es la
señal a la que realmente hay que estar atentos en la perspectiva cristiana.
Atentos a la hora del sufrimiento de cualquier persona humana y vigilantes para estar a la altura de la solidaridad
requerida en la hora del dolor y avivar siempre la esperanza.
Nos hace falta avivar la esperanza
En las circunstancias que nos toca vivir en Bolivia es importante avivar la esperanza. Para ello
es bueno que los creyentes nos concentremos en el Hijo del Hombre, Jesucristo,
cuyo nacimiento celebramos pronto en Navidad.
El adviento es una ocasión propicia para “darnos
cuenta” de lo que en el mundo está pasando y seamos capaces de
analizar los acontecimientos sociales y políticos de esta coyuntura del país, y
debemos hacerlo abriéndonos a la gran
esperanza, la que trae Jesucristo con los valores
del Evangelio, sabiendo que los cambios que deben realizarse en este país
deben tener como objetivo político en la próxima legislatura, no tanto el
encumbramiento de ningún caudillo, ni la imposición avasalladora de cualquier
ideología, ni la ostentación de ningún fundamentalismo religioso, cuanto la
recuperación y la consolidación de una democracia plural, donde se instaure el
respeto a todos, a la vida, a la dignidad de toda persona humana, a las ideas y
a la libertad, el diálogo entre los diferentes, el ejercicio de la flexibilidad
en la búsqueda del bien común, la moral de la transparencia y la justicia que
atienda a los últimos de la sociedad en una paz duradera. En esta búsqueda de la
paz, vaya nuestro apoyo y felicitación
a los Obispos de Bolivia que están trabajando por la paz, en todo
momento, con ahínco, a través de la Permanente de la Conferencia Episcopal.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura