«400 años de concepción de la sierra»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para la
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
[8 de diciembre de 2019]
En nuestra Patria, por una
autorización de la Santa Sede, desde hace algunos años, cuando coincide un
domingo de Adviento con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, se permite
celebrar a nuestra Madre en esta fecha, el 8 de diciembre, que es tan
significativa para los cristianos en nuestra tierra. Este año queremos celebrar
y agradecer a Dios por los 400 años de Concepción de la Sierra Concepción que fue
una de las reducciones jesuíticas de los 30 pueblos guaraníes. Concepción fue
una de las comunidades más importantes sobre el río Uruguay fundada por San Roque
González de Santa Cruz. Viviremos con intensidad esta celebración con la misa
de la mañana y tendremos la gracia que durante el día estará el corazón
incorrupto de nuestro querido Santo. Esta será una celebración clave en el
camino del año Mariano que estamos viviendo como Iglesia en la Argentina
En relación a esta celebración de la
Inmaculada habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza,
especialmente ligado a nuestros niños y jóvenes. Debemos reconocer que teniendo
en cuenta los peligros que acechan al tema de la vida en todas sus dimensiones,
y el ambiente sobre todo que ofrecen algunos medios de comunicación, hablar de
la pureza en los niños y jóvenes parece absurdo. Por un lado, nos
escandalizamos de la violencia y los problemas juveniles, y por otro, la
comunicación consumista, el alcohol y la droga entre otros, se multiplica
descontroladamente.
Hace algún tiempo, los obispos
argentinos, hemos enviado un mensaje que expresa nuestra preocupación sobre el
tema de la droga y el narcotráfico en donde señalamos que «la sociedad vive con dolor
y preocupación el crecimiento del narcotráfico en nuestro país. Son muchos los
que nos acercan su angustia ante este flagelo. Nos conmueve acompañar a las
madres y los padres que ya no saben qué hacer con sus hijos adictos, a quienes
ven cada vez más cerca de la muerte. Nos quedamos sin palabras ante el dolor de
quienes lloran la pérdida de un hijo por sobredosis o hechos de violencia
vinculados al narcotráfico. Sabemos que este problema es un emergente de la
crisis existencial del sentido de la vida en que está sumergida nuestra
sociedad. Se refleja en el deterioro de los vínculos sociales y en la ausencia
de valores trascendentes. Cuando este mal se instala en los barrios destruye
las familias, siembra miedo y desconfianza entre los vecinos, aleja a los
chicos y a los jóvenes de la escuela y el trabajo. Tarde o temprano algunos son
captados como ayudantes del “negocio”. Hay gente que vende droga para
subsistir, sin advertir el grave daño que se realiza al tejido social y a los
pobres en particular… Lo que escuchamos decir con frecuencia es que a esta
situación de desborde se ha llegado con la complicidad y la corrupción de
algunos dirigentes. La sociedad a menudo sospecha que miembros de fuerzas de
seguridad, funcionarios de la justicia y políticos colaboran con los grupos
mafiosos. Esta realidad debilita la confianza y desanima las expectativas de
cambio. Pero también es funcional y cómplice quien pudiendo hacer algo se
desentiende, se lava las manos y “mira para otro lado”. Esta situación está
dejando un tendal de heridos que reclaman de parte de todos, compromiso y
cercanía. Jesús nos pide que nos inclinemos ante quien sufre y que tratemos con
ternura sus heridas. San Pablo nos enseña a “tener horror por el mal y pasión
por el bien” (Rm 12, 9). Por eso no debemos quedarnos
solamente en señalar el mal.
Alentamos en la esperanza a todos los
que buscan una respuesta sin bajar los brazos: A las madres que se organizan
para ayudar a sus hijos. A los padres que reclaman justicia ante la muerte
temprana. A los amigos que no se cansan de estar cerca y de insistir sin
desanimarse. A los comunicadores que hacen visible esta problemática en la sociedad.
A los docentes que cotidianamente orientan y contienen a los jóvenes. A los
sacerdotes, consagradas, consagrados y laicos que en nuestras comunidades
brindan espacios de dignidad humana. A los miembros de fuerzas de seguridad y
funcionarios de otras estructuras del Estado que aún a riesgo de su vida no se
desentienden de los que sufren. A todos los que resisten la extorsión de las
mafias».
La droga no es el único mal que
padecen nuestros jóvenes y adolescentes. Seguramente podríamos enumerar una grilla
larga de males que se suman a esta plaga.
En este día en que celebramos a
Nuestra Madre en su Inmaculada concepción, le pedimos su intercesión por
nuestros niños y jóvenes, por el respeto a su dignidad y pureza. Ellos son el
presente y el futuro, y todo lo que invirtamos en ellos, será un signo de
esperanza.
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas