DOMINGO 3º. DE ADVIENTO 2019

¿A QUIEN LE HACEMOS CASO?

 

La Palabra de Dios nos deja con una inquietud: el Profeta Isaías siete siglos ante de Cristo afirma “¡Animo! No teman.  He aquí que su Dios viene ya para salvarlos” y el Apóstol Santiago por su parte trata de apaciguar los ánimos diciendo: “Sean pacientes hasta la venida del Señor”.  Y eso nos llevaría a preguntarnos a quien le hacemos caso. Pero el Apóstol mismo nos da la respuesta con un ejemplo que la verdad es convincente:  tenemos que ser como el labrador que siembra confiado su semilla, sin saber lo que ocurrirá, pero la siembra al fin, aunque tenga que estar pendiente de los tiempos, de las tempestades, de las plagas y de los pájaros que tratar de arrebatarle la cosecha. Pero con todo el sembrador deposita su semilla y espera pacientemente el fruto. No puede hacer más, porque la semilla tiene fuerza interna, y Dios da la fuerza para que el agricultor tenga los frutos para su mesa.

La cuestión viene a resolverse definitivamente con la actitud de Juan Bautista y Cristo. Sabemos que el Bautista fue señalado para dar a conocer entre los hombres al Salvador del mundo, nacido un poco después de él. Y Juanito, as+ le podríamos llamar, se dedicó a su labor, con una palabra recia, dura, casi diríamos despiadada, llamando a los hombres a la conversión. Y lo logró pues las multitudes venían a él pasa ser bautizados en medio del desierto y a la orilla del río Jordán.  Por esa franqueza suya, recordando aquello de “ponte a decir verdades y perderás amistades” se ganó la enemistad de los poderosos que al final lo hicieron morir de una manera trágica y por u motivo que tenía mucho de vanidad, orgullo y despotismo del poderoso Herodes..Estando ya en la cárcel, al final de su vida, supo de la acogida sensacional que Cristo estaba teniendo entre las gentes, con una palabra que en poco se parecía a la suya, y no por desconfianza ni porque no lo supiera, sino quizá porque sus apóstoles se mostraban un poco sorprendido de que aquél que su maestro había bautizado, ahora se convertía en cierto modo en rival suyo. Por eso Juanito, envía a sus apóstoles a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” la pregunta quedó sin respuesta Sin embargo, Cristo invitó a los apóstoles del Bautista a que le acompañaran un día y observar su actitud  entre la gente.  Cuando terminó el día, que a lo mejor fueron varios, los envió con la respuesta no teórica sino basada en lo ellos habían podido observar con sus propios ojos:

“Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres ser les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se siete defraudado por mí”,

La respuesta de Cristo  Jesús  al Bautista nos deja también  nosotros la respuesta a nuestra pregunta inicial, si ya está  Cristo con nosotros, si tenemos el Espíritu del Señor, somos nosotros, el cuerpo místico de Cristo, los que tenemos que hacer realidad en nuestro mundo, su presencia transformadora, recordando que el cristiano tiene que fundamentar su fe en Cristo Jesús, y luego, manifestar esa fe, ese Cerdo, en la asamblea eclesial, en la alabanza al Altísimo, en la oración y sobre todo en la participación activa en la Eucaristía dominical y de cada día. Pero esas dos manifestaciones del cristiano, quedarían truncas, inconclusos, si no se manifiesta en el mundo, manchado por el pecado y lleno de lacras y de crímenes, de desigualdades sociales y de un profundo desinterés por los demás, hasta hacer de este mundo, un mundo habitable donde los hombres sientan que están realizando el Reino de Dios, haciendo posible todo eso que Cristo le manifestó al Bautista, hacer que los ciegos vean,  que sientan la luz del sol que sale sobre buenos y manos y que nunca se ha ocultado un solo día, que los sordos oigan y se interesen unos por otros, que los cojos y los tullidos recobren sus facultades para que puedan andar y contemplar este mundo bello que hizo el Señor para todos los hombres.

Esto queda manifestado en ese proemio de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.”

Bellas palabras del Concilio pero que para nosotros se convierten pues,  en un verdadero ´programa, en un motivo básico para transformar el mundo en el que nos encontramos para agilizar la venida del Señor, dando entonces cabida a ese sueño del Profeta Isaías, que trascribimos en parte: “regocíjate tierra estéril  y sedienta, que se alegre el desierto y se cubra de flores , que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de julio. Los hombres verán entonces la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos cansadas. Afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: “Animo, no teman. He aquí que viene su Dios, viene ya a salvarnos.  Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los  oídos  de los sordos se abrirán saltará como un venado el cojo y la lenga del mudo cantará.  Todos vendrán con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría, serán su escolta el gozo y la dicha, por que la pena y la aflicción habrán terminado.”,

Que nadie esconda pues, la mano y el rostro y que con la alegría que nos da sabernos en las manos del Señor, esperemos con gozo esta Navidad ya próxima.

Tu amigo el P. Alberto Ramírez Maqueda