III
Domingo de Adviento, Ciclo A
Preparando
la alegría del pesebre
Las convulsiones del
momento presente
En esta hora de gran
convulsión de la historia los cimientos de la civilización se tambalean con más
fuerza y se resquebrajan de diferente manera los edificios de muchos países.
Desde Bolivia, la zarandeada por la corrupción y la violencia y a la
expectativa de unas nuevas elecciones, que deberían marcarse como objetivo primordial
la recuperación y consolidación estructural de la democracia, so pena de recaer
en otro caudillismo, desde una España descabezada e ingobernable, cuyo gobierno
se las da de ser rotundamente progresista, dependiente toda ella de los
caprichos y tropelías independentistas de un catalanismo rancio y trasnochado…,
parece que seguimos a la deriva por los abismos de la sinrazón, de la
insensatez y del egoísmo de los individuos y de los partidos políticos que han
dejado de tener como objetivo el bien común para encaramarse en la conquista
del poder a cualquier precio.
¡Qué pena de país!
¡Qué pena de país! -
me decía una persona, trabajadora inmigrante en España-. ¡Un país tan hermoso y
lo que están haciendo de él! Realmente es verdad que lo que está sucediendo es
muy grave, pues uno de sus síntomas revela la inseguridad y la falta de
garantías básicas de la convivencia en un Estado supuestamente avanzado y con
democracia arraigada. Un país, donde no se pudo jugar en su día la fiesta de un
partido de fútbol como el Barcelona-Madrid, refleja un mal muy profundo, que
los políticos de turno no saben ni afrontar ni resolver. Esperemos que el
catalanismo sunámico no llegue a amargarnos más la
fiesta de uno de los pocos escapes sociales del presente como es el evento
deportivo del clásico del fútbol mundial, partido que ya se tuvo que aplazar en
su día.
La falta de sentido y
de esperanza
Cada vez se echa más
en falta la perspectiva del sentido, que viene marcado por la historia, que
nunca se debe olvidar para no caer en los errores del pasado, y que está
abierto al futuro como horizonte donde los grandes valores de la justicia, de
la igualdad, de la libertad y de la paz permitan vislumbrar una tierra nueva,
la casa común de la familia humana, donde las diferencias entre pueblos y
personas se vivan como enriquecimiento mutuo en el respeto y en la valoración
de lo diferente. Y si falta el sentido se derrumba la esperanza.
La Navidad alienta la
esperanza y la alegría
En esa perspectiva
puede ayudarnos mucho a alentar nuestra esperanza la celebración anual de la
Navidad, pues en ella celebramos el nacimiento de un hombre que es Dios, Jesús,
cuyo camino iniciado en la pobreza de un establo y rematado en la fidelidad a
Dios Padre hasta la cruz, nos conduce con su Espíritu a la gran esperanza de
una humanidad redimida, como la que nos dibuja de manera formidable el profeta
Isaías, el poeta bíblico de la alegría, cuyo canto hoy resuena a gloria bendita
en el adviento del Mesías y con él la llegada de una humanidad nueva.
La alegría del Belén
en la vida cristiana
Por eso el papa
Francisco nos ha indicado en su última carta apostólica que hagamos el Belén y
vayamos al pesebre, llenos de alegría, como los pastores y los magos. “Así nace
nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin
distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en
el misterio”. Y la alegría en la esperanza es también el mensaje fundamental de
este domingo. El papa Francisco decía ya en la Evangelii
Gaudium: “Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría” (EG 1). Estas palabras son como la seña de identidad del papa que vino
de América Latina. Y es que la Iglesia en América, una Iglesia en salida y
misionera, ha enarbolado, como bandera de su misión, el Evangelio, siguiendo
las pautas del Concilio Vaticano II y la gran renovación que éste supuso como
inicio de una transformación profunda de la Iglesia en el mundo contemporáneo,
particularmente a partir de los textos de la Constitución Gaudium
et Spes y del Decreto Ad Gentes. Esta impronta
misionera se ha visto reflejada posteriormente en la doctrina de todos los
papas postconciliares, pero ha sido especialmente impulsada con el signo de la
alegría del encuentro con Jesucristo por el papa Francisco en sus documentos Evangelii Gaudium (2013), Amoris Laetitia (2016) y Gaudete et Exsultate (2018) tal
como sus mismos títulos indican.
El domingo de la
alegría y en la dicha de la Virgen María
Por eso las podemos
retomar en este tercer domingo de Adviento, llamado también el domingo “gaudete”. En la fiesta de la Purísima del pasado domingo
conmemoramos a la Virgen María como protagonista de la plenitud de la gracia y
de la alegría de la dicha en este tiempo del Adviento En ella se manifiesta la
alegría que procede de Dios, desde el saludo del ángel (Lc
1,28: “alégrate, llena de gracia”) hasta la visita a Isabel y el canto del Magnificat, donde aparecen la alegría y la dicha
correspondiente a la fe (Lc 1, 39-45). En la reacción
de Isabel ante la cercanía del nacimiento de Jesús destaca su alegría inmensa.
La misma alegría que María canta poco después al iniciar el Magnificat
es la que Isabel comunica al decir que la criatura “saltó de alegría” en su
vientre. Los labios de Isabel proclaman dichosa a María: “Dichosa tú que has
creído que se cumplirá lo que dice el Señor. El Magnificat
(Lc 1,46-55) es la exultante manifestación del credo
mariano. En él aparecen los términos de la alegría (“se alegra mi espíritu”, Lc 1,47) y de la dicha en el verbo “felicitar” (“me
felicitarán todas las generaciones”, o “dichosa me dirán todas generaciones” Lc 1,48). Unirse a María en su canto nos permite
identificarnos con ella en el descubrimiento gozoso del Dios de los pobres, del
Dios de la misericordia que actúa en la historia suscitando, generación tras
generación, la liberación de las personas y de los pueblos a través de los
testigos primordiales de su justicia.
El domingo de la
alegría en los textos bíblicos
Hacia este tipo de
alegría plena apunta también el gozo mesiánico de este domingo tercero de
Adviento en que la Iglesia celebra ya la alegría anticipada de la Navidad, pues
el que viene es Jesucristo, es Dios que “viene en persona, resarcirá y los
salvará” (Is 35,4). Ya cercana la navidad, todos los
textos bíblicos (Is 35,1-6.10; Sant
5,7-10; Mt 11,2-11) nos introducen en el gozo de un tiempo nuevo en la historia
de la humanidad, el del Mesías.
El canto de la
alegría en Isaías
“El desierto y
el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como
flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría” (Is
35,1-6). Así comienza Isaías su canto de alegría en el tiempo de la
restauración del pueblo de Judá al final del destierro de Babilonia en el siglo
VI a. Cristo, cuando ya se vislumbra el horizonte de la liberación y del
retorno a la tierra prometida. Es un momento vivido por el pueblo y por el
profeta como tiempo de intervención salvífica de Dios. Cuando se aviva la
esperanza del retorno se transfigura la situación dolorosa del destierro en
tiempo de expectativa gozosa e inquietante, donde se respira la alegría no en
virtud de lo que ha sucedido sino en virtud de lo que está por venir.
La alegría por Dios y
sólo por Dios
La poesía del DeuteroIsaías, tal como se denomina al segundo autor del
libro bíblico de Isaías, destila alegría y esperanza, proyectando la inminente
transformación de la realidad social y política del pueblo de Dios en imágenes
espléndidas de una naturaleza renovada y de una humanidad transfigurada, hasta
el punto de que “se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se
abrirán, saltará como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará”, porque
el sufrimiento y la aflicción se alejarán, para abrir un camino de alegría
radiante para la humanidad. Estas palabras de Isaías han sostenido el aliento y
la esperanza del pueblo de Israel a lo largo de toda su historia. En este
domingo siempre me complace recordar el testimonio del escritor judío y Premio
Nobel de la Paz, Elie Wiesel,
quien en el colmo de la paradoja, por estar sufriendo el desprecio al pueblo
judío, nos dice en qué consiste la más profunda alegría espiritual cuyo origen
es solamente Dios: “No hay mérito en danzar cuando todo marcha bien. Cuando las
cosas marchan mal y ya no osamos alzar la cabeza, y parece que el enemigo
triunfa, entonces, sí, se nos reclama que alabemos al Señor, fuente y
culminación de todo éxtasis... Si nos falta la alegría, ¡hemos de crearla,
hemos de extraerla de la nada! Que sea la ofrenda que hacemos a Dios: ¡Que sea Su fiesta, si no la nuestra”.
Solidaridad con los
que sufren la injusticia
Cualquier situación
humana de opresión y marginación, de explotación y de exclusión, en la que los
derechos más elementales del hombre sean conculcados es parecida a la situación
de destierro, desprecio o aniquilación que ha vivido el pueblo de Israel. Esta
semana hacemos memoria especial de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos para solidarizarnos con todos aquellos hermanos y hermanas que todavía
hoy sufren la injusticia de un mundo inhumano, donde los derechos humanos a la
vida, a la libertad y a la dignidad están siendo pisoteados.
Dichoso el que vive
la auténtica alegría del Reino de Dios en Jesús
El Mesías Jesús, cuyo
nacimiento histórico celebramos en navidad y cuya venida última esperamos con
alegría, se identifica ante Juan mediante sus obras, las cuales realizan lo que
anunciaba Isaías: “Los ciegos ven, los cojos andan... y a los pobres se les
anuncia la Buena Noticia” (Mt 11,5). El que vino y el que viene no es un Mesías
según las expectativas del adversario y recogidas en Mt 4,1-11. Jesús no es el
Mesías del éxito fácil, de la espectacularidad, ni del poder, sino aquél cuyas
obras y cuya palabra transforman al ser humano y las condiciones sociales de la
humanidad, proclamando sobre todo la dicha y la alegría de los más pobres de
esta tierra (Mt 5,3) no en razón de su situación presente, sino en virtud de
que Dios está de su parte y sin duda cambiará el rumbo de su historia. El Reino
de Dios inaugurado por el Mesías, sin embargo, sufre violencia desde el primer
momento de su anuncio. Juan, el precursor que lo anunció, está en la cárcel.
Jesús pasará por la cruz. Y todos los vinculados a este Mesías, por ser
víctimas de la injusticia humana o por la libre aceptación de su seguimiento
comprometido, siguen sufriendo la violencia que la llegada del Reino de Dios
comporta. Pero ¡Dichoso el que no se escandalice del proyecto mesiánico de
Jesús! La esperanza en Él y en su palabra es fuente inagotable de la alegría
verdadera. Pero sólo habrá alegría auténtica si a quien esperamos es al que se
acerca a los pobres anunciando la Buena Noticia y rehabilitando a los
marginados y desheredados de esta tierra. Y que entre los motivos de alegría
navideña destaque siempre el Niño Jesús en el Belén de María y José.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura