DOMINGO 7º. - ORDINARIO, Ciclo A
DE QUE DIOS DICE A FREGAR, DEL CIELO
LLUEVEN LAS ESCOBETAS
Hace 10 años
mi vida dio un giro de 180 grados, pues yo me consideraba un buen cristiano
porque no faltaba nunca a la misa dominical, pero el resto de la semana la
verdad era toda para mí. Pero “un bien día”, que más bien fue todo lo
contrario, asaltaron a mi papá, lo secuestraron y fue un infierno reunir entre
mis hermanos y yo la cantidad solicitada. Se reunió la cantidad y mi papá nunca
fue entregado. A consecuencia de ello, mi madre que ya era grande de edad, no
resistió la presión y murió al poco tiempo. Desesperado, sin padre y si madre y
sin perrito que me ladre, como dice el dicho, pretendí buscar solución a mi
soledad y así caí en el alcohol y las drogas.
Perdí la noción del tiempo y se nublaron las ideas que movían mi mundo
hacia el futuro. Me encontraba atrapado. Sin embargo, un día un amigo me pidió
que lo acompañara porque tenía que entregar un encargo en la notaría de su
parroquia. Como me pareció inofensiva su petición, lo acompañé y me pidió que
lo esperara un momento sentado en la banca de la iglesia. Mi amigo tardaba y me daba pena salirme y
dejarlo esperando cuando volviera.
Buscando algo
en qué entretenerme, vía unas hojas con las lecturas del domingo anterior. Y todo fue tomarlas en mis manos, cuando
sentí que todo daba vueltas en mi cabeza y el piso se me hundía, pues me
encontré con aquellas palabras de Cristo: “Han oído que se dijo: AMA A TU
PROJIMO Y ODIA A TU ENEMIGO. YO EN CAMBIO, LES DIGO: AMEN ASUS ENEMIGOS, HAGAN
EL BIEN A LOS QUE LOS ODIAN Y RUEGUEN POR LOS QUE LOS PERSIGUEN Y CALUMNIAN,
PARA QUE SEAN HIOS DE SU PADRE CELESTIAL, QUE HACE SALIRSU SOL SOBRE LOS BUENOS
Y LOS MALOS Y MANDA LA LLUVIA SOBRE LOS JUSTOS Y LOS INUJSTOS”. Estas solas palabras despertaron en mis
sentimientos encontrados, pues me di cuenta que desde el día del secuestro de
mi padre , nunca pude volver a dormir sosegadamente
como lo hacia antes, además de que mi corazón se
carcomía interiormente pensando y odiando a todos los que habían intervenido en
la detención de mi padre y la muerte de mi madre. En un momento sufrí pensando en la inutilidad
de mi vida desde que el alcohol y las drogas entraron en mí, y sentí que el
odio que había ocupado todo mi ser, me había enfermado sobre todo a mí mismo y
me había quitado la tranquilidad, mientras que las personas que
nos había perjudicado quizá estarían tranquilas desfrutando de lo que nos
habían arrebatado. E inconscientemente levanté la vista y me encontré con la
figura de Cristo crucificado, con su corazón abierto, con sus ojos ya cerrados,
pero con una ligerísima sonrisa que quizá fue lo último que hizo en vida,
ofreciendo todo su sufrimiento y sus dolores por nuestros propios pecados.
Sentí que aquella sonrisa era para mí y que aún había esperanzas de mi
regeneración. Lloré y lloré lagrimas
amargas, pero lágrimas esperanzadoras, al fin y al cabo, porque supe que el
perdón de Cristo a todos los hombres me alcanzaba a mi
y a todos los que nos habían lastimado. Cuando mi amigo regresó, con un retraso
que supuse era premeditado, no pude sino darle un fuerte abrazo, porque con su
invitación había propiciado que yo encontrara después de muchos años, a mi Dios
y a mi Salvador, y di gracias a María, porque ella me había puesto en el camino
de salvación y recordé que siempre había llevado conmigo, en mi pecho la
medalla de María con los brazos abiertos, invitándome al perdón y a la gracia.
El padre
Alberto Ramírez Mozqueda invita a mis lectores a
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