3º Cuaresma-A
CONVERSACIONES CONFIDENCIALES
Padre Pedrojosé ynaraja díaz
Os estoy escribiendo, mis queridos lectores, teniendo ante mí el icono
de la samaritana. Por si no lo sabéis, os diré que así como en la cultura
occidental el artista, con más o menos acierto, pinta lo que a él le gusta y le
parece, con total libertad de expresión plástica, la cultura oriental en
cambio, exige que se sea fiel a una tradición establecida. Mi icono es
exactamente igual a los que uno observa en la preciosa basílica del pozo de
Jacob, a las afueras de Nablus, en territorio palestino.
Es este precioso rincón de Tierra Santa, uno de los parajes más
interesantes que el peregrino puede visitar. Centrándome exclusivamente en el
recinto indicado, permitidme que os explique algún detalle. A expensas del
último Zar de todas las Rusias, se empezó a edificar
a principios del siglo XX una basílica en recuerdo del encuentro y conversación
de Jesús con la vecina recién llegad. Empezó pero no pudo acabar, la revolución
bolchevique paralizó las obras, llegando a levantar sus muros algo así como 3 o
4 metros. De tal manera la había visto yo en sucesivos viajes, ahora bien, la
última vez que estuve en tal sitio tuve la satisfacción de contemplar el templo
totalmente terminado y preciosamente adornado con vidrieras, lámparas e iconos.
Íbamos acompañados del Hno Rafael Dorado, el mejor
padrino que uno podía tener para estos menesteres. Disfrutamos del encuentro
con el clérigo, responsable de la basílica, “escritor” de todos los iconos y
dotado de una cordialidad que gracias a la ayuda del amigo franciscano, traductor
y conocedor de estos lugares y de las personas que por allí habitan, pudimos
compartir. Por supuesto que no se pagaba entrada y el amable pope ofrecía
gentilmente un vaso de agua sacado al instante del mismo pozo.
Emocionado por los contenidos del lugar y la espiritualidad del
artífice, le encargué el icono que ahora tengo a mi lado, como os decía antes.
El evangelio de Juan, ya lo sabemos, trasmite mucho más de lo que
significan sus palabras, sin que por ello el significado obvio deba ser falso.
Uno contempla y asimila mucho más de lo que se entera.
No ignoro algunas teorías de estudiosos que profundizando en el
texto, nos desvelan nociones que a simple vista uno no alcanza a ver, pero,
pese a ello, me detendré a comentaros, queridos lectores, sencillas enseñanzas
que espero no se interpreten tampoco como profanación de las sublimes
revelaciones que los entendidos descubren.
El encuentro con la anónima mujer, lo veo en mi interior,
paralelamente al que el mismo evangelio nos cuenta que el Señor tuvo con Nicodemo
o con Marta y María, las de Betania. Permitidme, pues, que lo comente con
cierto humor en este caso y mereciéndome la fortuita entrevista todos los
respetos.
Pese a que no se pueda dudar de la autenticidad del pozo, ya que es el
único que existe en la comarca, tal como lo vemos hoy, de ninguna manera lo
sería en tiempos de Jesús. Imagine el lector una hondonada, grande de diámetro
y de profundidad. Se llega a la proximidad del propiamente pozo, mediante
peldaños escavados en las paredes y aun así, al llegar abajo, todavía la
superficie del agua está aun más profunda. He tenido
la suerte de poder observar un manantial semejante por el desierto de
Sin, durante un desplazamiento a Egipto siguiendo la ruta del Éxodo.
Este emplazamiento, siendo como es al aire libre, permite no obstante,
concentrarse en la conversación, sin que el movimiento o las miradas de
transeúntes que por el camino pasen distraigan el confidencial diálogo.
Rodeados de soledad y envueltos en silencio, con el ánimo abierto de los dos interlocutores,
debemos enterarnos nosotros ahora de lo que dijeron. Por si no se entiende la
advertencia, prevengo que en nada se asemeja a los intercambios que hoy en día
puedan existir entre jovenzuelos por whatsApp.
Ir a por agua era norma propia de cumplir muy de mañana. A la hora que
nos señala el texto no es extraño que no hubiera nadie en el momento en que
Jesús se acerca al pozo. La imaginación de Dios es fabulosa, digo y repito
siempre. Este encuentro ningún entendido de las costumbres de aquel pueblo se
le hubiese ocurrido imaginar.
Entre judíos y samaritanos existía ancestral antipatía. No es momento
ahora de explicar los motivos de tal actitud. Añádase que es una mujer sola,
junto a un varón solitario. La mujer va provista de los medios que le son
precisos para sacar el agua que necesita. El Señor, no. Lo sensato es que se
ignoren ambos. No ocurre así. El Maestro se humilla a pedirle ayuda. La mujer
con cierto orgullo e ironía, le interroga altiva ¿cómo te atreves a dirigirme
la palabra y pedirme a mí precisamente ayuda?
La ironía es eficaz arma. Jesús también la uso con Nicodemo. Si
supieras con quien estás hablando, muy otra fuera tu actitud…
¿A qué viene tal farol, si ni siquiera tienes un recipiente para poder
beber el agua ?…
El agua de aquí es como otra cualquiera guardada en un vulgar aljibe,
la que yo podría proporcionarte es agua viva, que se abre camino por
entre las rocas resquebrajándolas, la que deleita al peregrino y sacia dando
vida al rey, sin acabarse nunca… la que tiene mayores cualidades.
¡anda ya! Pues proporciónamela ahora mismo y
me ahorraré volver por aquí
Vete a casa y vuelve con tu marido y ya hablaremos
No tengo marido, le contesta altiva. No se da cuenta de que la
sinceridad con la que ha contestado la está comprometiendo.
Ya lo sé, has tenido otros que te han dejado o les has dejado
tú, vete a saber, y ahora te juntas con uno que no llega a serlo, pero te
contentas con un sucedáneo…
Sin duda la mujer enrojecería de vergüenza y rencor escondido, se
siente vencida, pero no derrotada, es astuta y desvía su enojo hacia terreno
político, campo muy idóneo para tratar con un varón, que de esto ella
tiene amarga experiencia.
Jerusalén o el Garizín, que está aquí al
lado encima nuestro ¿a quien
le das tú la razón?
Que no, que no se trata de disputas raciales, que yo te hablo de algo
serio, aunque no quieras tu entrar en este campo de juego...
Quiero que sepas que a Dios en cualquier momento y lugar podrás
encontrarlo.
La mujer está desconcertada, nunca nadie con ella había hablado de tal
forma y seriedad. Su confusión es tan grande como la satisfacción de que
alguien la trate con distinción. Los hombres a ella nunca se habían dirigido de
esta manera, se veía ahora ella misma que una mujer importante, algo muy
superior al cuerpo en el que los hombres se fijaban solamente. Guardaba su
secreto en el rincón más escondido de su corazón y este desconocido le ha
hablado de él sin ofenderla, nunca lo hubiera imaginado. Incomprensiblemente,
no está irritada porque haya desnudado su interior, tal vez, piensa
ahora, deseaba que alguien la conociera tal como era, sin buscar nada a cambio
y en aquel momento sintió por Él admiración.
Está pensativa, cabeza gacha y mirada hacia arriba suplicante,
cuando llegaron inesperadamente los discípulos. No les hizo ningún caso,
lo tenía decidido, nadie quería que distrajese la experiencia que estaba
saboreando su corazón, hasta entonces insatisfecho.
Abandonó el cántaro allí mismo y se fue corriendo en busca de los
suyos, era preciso que lo supieran, había encontrado al Mesías, les decía
acalorada, sin otra prueba, sin demostración alguna, que no fuera su
experiencia personal.
Los vecinos, incomprensiblemente, la escucharon, su cambio, su mirada
y entusiasmo, les convenció y acudieron a donde les había indicados. No les
decepcionó a ellos tampoco. Tanto les satisfizo que insistieron que se quedase
con ellos unos días. El Señor accedió, dando a la vez una lección a sus
discípulos que habían asistido hasta entonces desconfiados.
La primera
apóstol de los samaritanos fue una mujer, que ni siquiera nos dejó su firma. El
segundo fue el diácono Felipe.
Preparado el pueblo y enraizada la Fe en las personas, sin decisiones
burocráticas ni nombramientos, acudieron los apóstoles Pedro y Juan a
confirmarlos en el Espíritu, que hasta entonces había actuado de incognito.
¿no será este una lección para nuestros tiempos?
Si la evangelización es la necesidad inmediata ¿a qué ocupar el tiempo en
disputas de si se precisan sacerdotes femeninos o presbíteros casados?