III Domingo de Cuaresma, Ciclo
A
La
Samaritana
El
encuentro de Jesús con la samaritana
El evangelio de la Samaritana (Jn
4,4-43) con su riqueza simbólica revela un nuevo horizonte de dignidad y de
grandeza para la mujer en su encuentro con Jesús, encuentro que se convierte en
paradigma de la relación del ser humano con Dios en espíritu y verdad.
El
diálogo con Jesús reestructura la vida
En la región de Samaría, que era símbolo de prostitución para
los judíos desde los tiempos del profeta Oseas, Jesús traspasa las fronteras
sociales y religiosas y de género para hacerse el encontradizo y necesitado
ante una mujer marginada por su condición de mujer, por su forma de vida y por
ser de Samaría. A través del diálogo se crea una relación profunda, que
posibilita a la mujer el reconocimiento de su peculiar historia personal y de
su condición social y religiosa, y permite la reestructuración de su vida en
virtud de la acogida y de la apertura a Jesús como fuente de agua viva. El agua
viva representa el don del Espíritu de parte de Jesús que restablece la
dignidad de la mujer cambiando su identidad de marginada en testigo ante los
suyos de la humanidad nueva que emana del Mesías Jesús. El paso de Jesús la ha
convertido en un manantial de vida nueva.
Cristo nos abre a todos la Escritura para conseguir el
cambio de mentalidad
El Papa Francisco, en la carta de la institución de la fiesta de
la Palabra de Dios, Aperuit
Illis (AI), pretende abrirnos
las Escrituras como Cristo hizo con la samaritana y con los discípulos de Emaús
para que nuestros ojos, cegados, obcecados y atrapados por muchas otras realidades
de la vida, experimenten la gran alegría y la apasionante emoción del corazón
que nos lleve a un cambio de mentalidad y de vida. Esta una nueva visión del
hombre y del mundo y la apertura misionera definitiva nos convierte en testigos
de su presencia y del Evangelio en nuestra tierra.
Una escena fascinante y reveladora
Hay elementos extrańos y fascinantes en el texto. El encuentro
es entre un hombre y una mujer, entre un judío y una samaritana. Sobre todo es
sorprendente la referencia improvisada de Jesús al marido de la mujer. En el
trasfondo del texto resuenan ecos del Antiguo Testamento. En el profeta Oseas
la prostituta y la adúltera (Os 3,1) simbolizan el Reino de Israel, cuya
capital es Samaria. Allí se había abandonado al verdadero Dios (cf. 2 Re
17,29-32) y se habían construido cinco ermitas. Se percibe en el fondo la
cuestión del culto diferente, que tras el cisma de Jeroboán
y Roboán, en el siglo X a C., se desarrolla en
Jerusalén y Garizim (1 Re 12,25-33). El encuentro con
Jesús es revelador y desvelador. Es revelador de su identidad última, como
hombre, profeta, Mesías y Salvador del mundo. Y es desvelador de la identidad
humana, mujer, prostituta, sin marido, que pasa a ser discípula y testigo de la
verdad.
En el
diálogo se revela quiénes somos nosotros
Este tipo de encuentro con Jesús es al que nosotros estamos
llamados en la Cuaresma, un encuentro en el que Jesús nos pide agua de nuestro
pozo, nos pide lo que somos y tenemos, no importa cuál sea la oscuridad ni
cualquier otra circunstancia de la vida pasada. Él se hace el necesitado para
darnos de su propia agua, el agua de la vida, el agua de la vida nueva y
eterna. Al contacto con él, en diálogo con él, progresivamente se va desvelando
quiénes somos nosotros.
żEstá
Dios con nosotros o no?
Si miramos hacia la humanidad es posible que seamos de aquellos
que se quejan de Dios, como el pueblo de Israel (Ex 17,3-7) hasta querellarse
con Dios en Meribá. Ante las múltiples dificultades
de la vida en el ámbito social y político, y ante los problemas naturales de la
condición humana, podríamos decir que todos tenemos motivos para preguntarnos
“żEstá o no está el Seńor en medio de nosotros?” En medio de la epidemia
mundial del coronavirus podemos preguntarnos dónde está Dios ahora…
Probablemente ocurra lo mismo si centramos la atención en nosotros mismos y
descubrimos que frecuentemente estamos sin fuerza y somos pecadores, sobre todo
si nos dejamos ver e interpelar por Jesús, el cual, como a la Samaritana, nos
conoce muy bien en nuestro interior y en nuestra historia.
Jesús
es el Mesías salvador
Sea cual sea nuestra circunstancia y nuestro estado, al
encontrarnos con Dios en Jesús hemos de decir, con el Salmo 50, que en esa
querella particular de la humanidad con Dios, éste resulta inocente, puesto que
la gran manifestación de su amor no es otra que la entrega de la vida de Cristo
por nosotros, pecadores. Así se revela como profeta, Mesías Salvador. Por eso
nos regala con su persona el don de Dios y de su Espíritu. Él es la fuente de
agua viva que se convierte en cada uno en manantial que brota hasta la vida
eterna.
El
culto en espíritu y en verdad
Jesús propone, además, un nuevo culto, el culto al Padre en
espíritu y en verdad, en el amor y en la verdad, simbolizados en el agua viva.
Ha llegado la hora de la transformación del culto, la hora de abandonar un
culto exterior, formal y ritualista para vivir el culto interior. Ese culto es
la transformación del corazón por el Espíritu, que capacita a los seres humanos
para hacer la única ofrenda agradable a Dios, la de la propia vida. La
propuesta de Jesús es adorar al Padre en la Verdad, que es Cristo y bajo el
impulso del Espíritu. El Espíritu es el amor. Y este amor ha sido derramado en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Ese amor es
Cristo, que, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros (cfr. Rom 5,1-2.5-8).
De
nuevo, la Palabra es trascendental
En la vivencia del culto auténtico que lleva consigo la
transformación del corazón humano por medio del Espíritu de Dios, la Palabra de
Dios es trascendental, pues la Palabra es el Espíritu articulado que ordena el
universo y reordena a cada persona para que entre en comunión con Dios y
experimente como la salvación. El Papa Francisco (AI 9) nos recuerda además la
función del Espíritu que transforma en Palabra de Dios la palabra de los
hombres escrita de manera humana. En la Segunda Carta a Timoteo, que constituye
de algún modo su testamento espiritual, san Pablo recomienda a su fiel
colaborador que lea constantemente la Sagrada Escritura. El Apóstol está
convencido de que «toda Escritura es inspirada por Dios es también útil para enseńar,
para argüir, para corregir, para educar» (Tim 3,16).
La
Sagrada Escritura realiza su acción en quien escucha
“Al evocar sobre todo la recomendación de Pablo a Timoteo, la
Dei Verbum subraya que «los libros de la Escritura enseńan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas
letras para nuestra salvación» (DV 11). Para alcanzar esa finalidad salvífica,
la Sagrada Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de
Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana (cf. DV 12). El papel
del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura es fundamental” (AI 9). Gracias al
Espíritu la Palabra escrita es siempre nueva y por eso “La Sagrada Escritura
realiza su acción profética sobre todo en quien la escucha” (AI 12).
La
religión es la comunión íntima con Dios
En la escena evangélica de la samaritana en nuestro recorrido
cuaresmal hacia la pascua es muy importante la posición de Jesús respecto al
culto religioso. Para él, ni el monte Garizím de
Samaría, ni el monte Sión de Jerusalén, ni cualquier
otro sitio, santuario o tradición son ya lugares de los que dependa el culto
auténtico. La religión que Jesús propone es la comunión íntima con Dios Padre,
el cual busca quienes lo adoren “en espíritu y en verdad”. Un poco antes, con
la expulsión de los mercaderes (Jn 2,13-22), el
evangelio de Juan había mostrado que el templo de Jerusalén era una institución
caduca, sustituida por la persona de Jesús como nuevo templo de Dios.
Jesús
llama a la entrega sincera de la vida
Cuando Jesús habla ahora del culto lo hace para sustituir el
orden religioso antiguo. El culto que el Padre quiere es el culto que se
realiza desde la entrega sincera de la vida por amor a los demás, especialmente
a los más necesitados y marginados, en el reconocimiento de que Jesús es la
fuente de agua viva, el Mesías y el Salvador del mundo.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura