IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Con San José caminemos como hijos de la luz
También celebramos San José
Inmersos en la crisis del coronavirus, ha pasado
casi desapercibida la fiesta
de San José, el 19 de Marzo, que por ser el que hizo las veces de padre (padre putativo) de Jesús,
ha hecho que se pueda celebrar en esa fecha el día
del padre. Por ello querría empezar refiriéndome a San José, el hombre
justo y bueno, esposo de María, el cual, estuvo dispuesto a realizar la
voluntad de Dios, orientando su vida, su camino y su destino, a cuidar la vida de Jesús y de su
madre, protegiéndolos
de la muerte, que Herodes había dictado. Por eso celebramos su día como
solemnidad. La misión de S. José fue proteger y cuidar al niño para que saliera
adelante su vida. Esta es también la gran misión de la comunidad cristiana y de
toda conciencia responsable en la vida de la Iglesia: Proteger
y defender a los más débiles y a los inocentes, particularmente a los
niños, a los ancianos y a todo tipo de pobres e indefensos es la gran tarea de
la Iglesia siempre, pero especialmente en esta crisis mortífera del coronavirus.
Caminamos hacia la luz del
Resucitado
Y
si salimos por un momento de la atmósfera del coronavirus caeremos en la cuenta
de que estamos ya en el cuarto domingo del camino cuaresmal hacia la Pascua. En
ella celebraremos la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y para ello la
Iglesia nos va ofreciendo cada domingo un motivo catequético de carácter
bautismal que nos ayude a renovar la fe en Jesucristo mediante la revisión de
la vida a la luz de la fe e iluminados por la palabra de Dios, de modo que toda
nuestra personalidad quede transformada para vivir en la bondad, en la justicia
y en la verdad propia de los hijos de Dios. En este domingo el signo pascual y
bautismal es la luz. La
luz del mundo es Cristo y su victoria sobre la muerte proclama el triunfo
definitivo de la luz sobre la tiniebla, de la gracia
sobre el pecado y del bien sobre el mal. De esa luz, que es Cristo, todos nosotros
podemos participar hasta convertirnos también nosotros en luz, con él y por
medio de él, pues somos hijos de la luz. Esto es lo que se simboliza en el
fuego de la vigilia pascual, del cual surge la luz del cirio, símbolo del
Resucitado, en el que todos los bautizados participamos con nuestra propia
vela.
Dios mira el corazón
La
palabra de Dios dominical desarrolla su particular catequesis acerca de la luz.
La elección y unción de David como rey por parte del profeta Samuel (1Sam 16,
1b.6-7.10-13a) revela que Dios
no se fija en las apariencias sino que mira el corazón, e igual que elige a David, el ascendiente
mesiánico, siendo el hermano menor de los hijos de Jesé, nos escoge a cada uno
de nosotros, fijándose en nuestro corazón y suscitando la transformación
interior que el Espíritu realiza en cada uno de nosotros para formar parte de
un pueblo mesiánico.
La nueva visión de la realidad
con la luz de Cristo
La
carta a los Efesios (Ef 5,8-14) muestra a Cristo como luz, que desvela toda sombra y oscuridad de la
vida humana, dejándola al descubierto y así todo lo descubierto se transforma
en luz, hasta el punto de que cada
persona llega a ser también luz que destella con sus obras, bondad, justicia y
verdad. En este mundo de mentira y corrupción, de injusticia y
de autojustificación, de malicia y de egoísmo,
necesitamos encontrarnos con la luz para tener una nueva visión del hombre, de
la vida, del mundo y de Dios. Necesitamos encontrarnos con Cristo, luz que haga
ver la luz.
La curación del ciego anuncia la
hora de la gloria de Jesús como Señor
La curación del ciego en el evangelio de Juan (Jn
9,1-41) escenifica en una narración bellísima ese proceso iluminador del ser
humano en el encuentro con Jesús. Este amplio relato constituye el eje del
mensaje dominical. La curación
del ciego de nacimiento es el penúltimo de los siete signos de este evangelio
que anuncian la hora de
la gloria en la Pasión y glorificación de Jesús. El milagro es mucho más que un
hecho prodigioso, puesto que la curación inaudita del ciego de nacimiento es la
ocasión y el signo para encontrarse con Jesús y
creer en él como Mesías, Hijo del Hombre y Señor.
El proceso de la fe como visión y
testimonio
En
este evangelio se perciben tres procesos a la vez. Primero, el proceso progresivo de visión,
desde la fe ciega del invidente hacia la fe
testimonial hasta
culminar en la expulsión del mismo por ser testigo de Jesús. Segundo, el proceso revelador de la persona de
Jesús como Profeta, Mesías, Hijo del Hombre y Señor (Jn 9,
17.22.35.36.38). Finalmente el proceso de obcecación de los
dirigentes en su pecado de rechazo de Jesús y rechazo de la luz. El juicio por medio de
la luz se ha producido con Jesús.
Jesús es la luz del mundo
En
cuanto signo este milagro revela que Jesús es la luz
del mundo que juzga al mundo. El capítulo noveno de Juan
continúa la controversia con los líderes religiosos. Jesús es la luz del mundo que libera
de las tinieblas. El
ciego representa al pueblo en su impotencia sometido a los dirigentes. La
misión de Jesús es "abrir los ojos" (expresión que aparece siete
veces en el texto) al ciego y a los que no ven para que vean (el verbo ver se
repite nueve veces) y crean en Jesús como Señor; es la misión liberadora del
Siervo de Dios (Is 42,6; 35,1-10) que aparece también
en otros textos, como el de Is 29,18. El hombre es
debilidad y oscuridad pero Jesús amasa el barro con su saliva para que, como en
la primera creación, nazca un nuevo hombre, una nueva humanidad, el hombre del
Espíritu (Jn 3,6).
Creer en el Hijo del Hombre
Este
Evangelio parte de un milagro para mostrarnos no sólo que Jesús abre los ojos
al ciego para que vea sino para
que el hombre crea que Jesús es la luz y el Hijo del Hombre y quien se encuentra con él y lo reconoce
experimenta un cambio rotundo en su vida hasta el punto de ser considerado como
hijo de la luz una nueva criatura. Eso es lo que plenamente celebraremos en la
Pascua y lo que hoy anticipa la liturgia cuaresmal. Recogiendo la enseñanza de
la carta del Papa Francisco sobre la Palabra de Dios (AI 1), como estamos
recordando esta cuaresma, percibimos que para sacarnos de las tinieblas a su
luz maravillosa, Jesús nos habla al corazón y nos quita todas nuestras cegueras
abriéndonos las Sagradas Escrituras, como hizo con los discípulos de Emaús “Les
abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc
24,45).
Clarificación versus obcecación
Sin
embargo este proceso de clarificación
e iluminación de la vida en los que recuperan la vista y creen en
Jesús se produce a la par que otro proceso
de obcecación progresiva en los dirigentes fariseos, los
cuales, creyendo que ven, no perciben ni siquiera las evidencias de la
realidad. Los fariseos se niegan a reconocer varias cosas evidentes: 1) que el
ciego lo era desde nacimiento, 2) que lo haya curado uno que no cumple la ley
del sábado y, por tanto, 3) que el que lo ha curado sea el Mesías, de lo cual
concluyen que más bien todo lo contrario, un pecador. Los fariseos se oponen a
Jesús porque, en su obstinación, consideran pecador a uno que no respeta la ley
y cura en sábado a un hombre necesitado y además parten de la idea de que Dios
no puede escuchar a los pecadores. Por eso Jesús es no sólo la luz del mundo
que ilumina a todo hombre sino la
luz que desvela y juzga toda la obcecación progresiva de los que no quieren ver, de los que se cierran a la continua y
sorprendente intervención liberadora de Dios en la historia humana. Y por ello
el pecado persiste en ellos.
No hay peor ciego que el que no
quiere ver
Los ciegos son personas que no ven porque no han podido
ver nunca o porque han perdido la visión. Los obcecados son personas que no ven porque un objeto o
una realidad se interpone ante sus ojos y les impide
ver y, aunque creen ver, no ven ni siquiera lo que tienen delante de sus ojos.
Esto es lo que aparece hoy en el evangelio de la curación del ciego de
nacimiento y la narración de las controversias que suscita dicho evento. La
ceguera física es una anomalía que pertenece a la naturaleza humana, pero la
obcecación es un tipo de ceguera en el que la voluntad humana impide ver toda
la realidad y se ofusca tanto que no permite ver más que lo previsto
previamente por el sujeto. Dice el refrán que no
hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesús, luz del mundo, hace ver a
los ciegos, que son los pobres y marginados, y juzga a los obcecados, que son
los fariseos y dirigentes judíos, cuyo pecado, generalmente de soberbia y de
autosuficiencia en la obcecación por el poder, les impide incluso ver las
realidades más evidentes. Y cada uno de nosotros ¿Somos
ciegos u obcecados?
La intimidad con Jesús a través
de la Sagrada Escritura
El encuentro con Jesús a través de la Palabra de Dios y del
Evangelio nos facilita la reflexión sobre nuestra vida. El Papa Francisco nos
lo indica en su carta sobre la Palabra de Dios: “Nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la
Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la
Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos
entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el
corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por
innumerables formas de ceguera. La Sagrada Escritura y los Sacramentos no se
pueden separar. Cuando los Sacramentos son introducidos e iluminados por la
Palabra, se manifiestan más claramente como la meta de un camino en el que
Cristo mismo abre la mente y el corazón al reconocimiento de su acción
salvadora. Es necesario, en este contexto, no olvidar la enseñanza del libro
del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta y llama. Si alguno
escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cf. 3,20). Jesucristo llama a nuestra puerta a
través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y abrimos la puerta de
la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y se queda con nosotros”
(AI 8).
Caminemos como hijos de la luz
Vayamos
todos este domingo al encuentro de Jesús para que encontremos luz y nuestra
vida se abra a un proceso de re-visión y clarificación desveladora de las
sombras que hay en los rincones del alma y podamos recibir de él una nueva
visión que nos permita caminar como hijos de la luz en comunión con
el crucificado y resucitado, la auténtica luz del mundo. Particularmente en la Arquidiócesis de Santa Cruz de la
Sierra (Bolivia) concentremos la atención en la realización del plan pastoral arquidiocesano durante los próximos años, pues en él se
insiste en que seamos “luz del mundo” con las buenas obras de los hijos de la
luz, es decir, con las obras del Sermón de la Montaña. Y que San José interceda
por todos.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura