LOS SEPULCROS Y LA VIDA

Domingo 5º de Cuaresma. A

 

“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío… Os infundiré mi espíritu y viviréis” (Ez 37,12-14). Con este oráculo divino el profeta Ezequiel trata de despertar la esperanza de las gentes de su pueblo que están padeciendo el exilio en Babilonia. Dios les promete el retorno a su tierra. Porque solo él es su Dios.    

El famoso salmo “De profundis” resonaba en otro tiempo en todos los funerales. Nos costó algún tiempo llegar a descubrir que era un hermoso canto de esperanza. Aunque los tiempos sean difíciles y nos amenacen todas las plagas, nuestra alma sigue esperando en el Señor y en su palabra, porque solo de él viene la redención  (Sal 129).

Si las imágenes utilizadas por Ezequiel reflejaban el anhelo de una vida más allá de la muerte, ese deseo es asegurado por Pablo en su carta a los Romanos: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales” (Rom 8,11).

 

LA AMISTAD Y LA FE

 

La resurrección de Lázaro nos hace ver que las antiguas intuiciones se han hech presentes por medio de Jesús (Jn 11). Él ha venido para dar la vida a los muertos. La vida del espíritu a los que han muerto por el pecado. Y la vida sin fronteras ni final, para los que le confían esta vida caduca y quebradiza.

Al llegar a Betania, Jesús se acerca a la tumba de su amigo Lázaro y pronuncia una oración en la que da destimonio de su confianza: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado”. Si sus lágrimas nos muestran la sinceridad de su amistad, su oración  nos revela la hondura de su fe.

Entre los que han llegado hasta Betania para acompañar en el  duelo a Marta y a María, algunos demuestran creeer en este profeta que es capaz de dar la vida a un muerto. Sin embargo, otros deciden condenarlo tan sólo por haber librado de la muerte a su amigo. Efectivamene, ese “signo” le costará a él mismo la vida.

En estos tiempos marcados por la indiferencia, nosotros nos alegramos de contar con buenas amistades. Y, sobre todo, nos alegramos de tener por amigo a Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. Él nos comunica razones para vivir y motivos para esperar. Él se acerca  a nuestros sepulcros y nos llama siempre a la vida.

 

EL DON DE LA VIDA

 

Con todo, antes de dar la vida a su amigo, Jesús ha debido  escuchar el reproche de Marta y María, las hermanas de Lázaro, que lamentan que Jesús no haya llegado antes a Betania.  Pero él se revela en las palabras que dirige a Marta:

“Yo soy la resurrección y la vida”. Creer es vencer a la muerte. Jesús participa del poder del Padre. Él es la fuente de la vida humana y de su sentido. Él le aporta su rescate definitivo cuando nuestra vida ha sido secuestrada por el pecado y por la muerte.

• “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Creer es crear. Pero significa haber sido creados. Cuando las esperanzas humanas se agotan, en él se recobran. La muerte física no es el final del camino, si ha estado marcado por el amor del Señor y por la fe en él.

• “El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Creer en Dios implica aceptar y agradecer una vida con horizontes de eternidad. A la vida física es preciso que se añada la fe en el Mesías Jesús. Sólo así será realmente vencida la muerte.

- Señor Jesús, tú nos has enseñado el valor de la amistad humana. Pero, sobre todo, nos has regalado el don de la vida verdadera. Creemos que tú eres la resurrección y la vida. Por el Espíritu que te ha guiado por los caminos y te ha resucitado de entre los muertos, también nosotros hemos sido liberados del sepulcro. Bendito seas por siempre, Señor.   

 

  José-Román Flecha Andrés