La luz nos delata

 

El gran Goethe moría gritando: “Luz, más luz”. Pareciera el grito angustiante de nuestra sociedad hoy, sobre todo, el de la juventud. ‘No vemos claro’, dice el alumno a su maestro.  Y esa claridad se va exigiendo en todos los contextos sociales, culturales, políticos, religiosos. Claridad que se expresa por transparencia, honestidad, coherencia, testimonio. La gente te quiere transparente, lúcido.

Esto hace eco a lo que San Pablo VI decía: “El mundo de hoy, más que maestros, necesita testigos”. Y el testigo es como un faro, va abriendo el camino de la verdad, verdad que proclama con sus obras más que con sus palabras. Un hecho que consagra el Vat. II con esta sentencia de raíz evangélica: “Al cristiano de hoy se le pide coherencia entre fe y vida”. Una relación profunda entre lo que decimos y lo que hacemos.

Jesús quiere que sus seguidores seamos ‘Luz’. No acepta dobleces, ni mezquindades, ni penumbras que esconden tras sus sombras, ‘las obras de las tinieblas’. Y en la Biblia cuando se habla de luz, se dice justicia y verdad y bondad. Son los valores propios de un cristiano, discípulo de Jesús. Para proclamar esto no se requieren grandes obras. Bastan las pequeñas luces del silencio, del testimonio, del buen ejemplo, de la palabra oportuna.

El Evangelio condimenta sal y luz. Si reivindicamos la luz como un propio de nuestra fe, hoy retornamos al gusto como un sentido fundamental del ser cristiano. “Tiene cinco categorías elementales: Lo amargo y lo dulce, lo salado y lo ácido, y lo umami, la categoría más reciente y significa en japonés (sin traducirlo), ‘sabroso”. Queremos una vida cristiana que nos llene de plenitud y satisfacción y haga accesible a los demás, nuestra vivencia.

Cochabamba  09.02.2020

jesús e. osorno g. mxy

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