HOMILÍA
DOMINGO V TIEMPO CUARESMA CICLO A
LOS SIGNOS
DE LA MUERTE Y EL ESPÍRITU.
El encuentro de besucón la samaritana es el que ha buscado con
nosotros en el bautismo, los sacramentos la palabra y la comunidad; y ha
logrado desde cuando aceptamos que nuestra ceguera la tomara como barro con su
saliva, la vida del Espíritu nos dejara irreconocibles por dejar de ser ciegos,
mendigos y mantenernos al borde del camino. En Lázaro Jesús salva nuestra vida
de los signos de la muerte como el llamado Coronavirus, con la misma promesa de
Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida”. (Jn
11,25).
La enfermedad de Lázaro representa la amenaza de muerte física que
todos sentimos ante el coronavirus. María, Marta y Lázaro representan lo que
ahora le llamamos “la familia en casa”, contexto de amor fraterno donde va
actuar Jesús. El vínculo de amor implícito en "hermano" esta fundado en el amor que Jesús nos tiene como amigos
para que no terminemos en el temor y angustia de la muerte, siendo la falta de
fe el origen del temor. Cuando Jesús nos dice que Él es la resurrección y la
vida, el término resurrección depende de vida, es decir, es la resurrección por
ser la vida presente en la casa de sus amigos. En las dificultades que pasamos
por la pandemia puede ser, desde la familia, en casa la oportunidad de crecer
en la fe porque solo del Señor resucitado nos viene la vida. ¡El
que cree en mí, aunque muera, (porque la pandemia es una experiencia de
cercanía o realidad de muerte), vivirá y todo el que vive y cree en mí, no
morirá para siempre. A la familia en casa, le pregunta Jesús “¿Crees esto?”
Cuando María se acerca a Jesús para decirle: “Señor si hubieras estado
aquí mi hermano no hubiera muerto. Jesús llora para solidarizarse con el dolor
nunca con la desesperanza, Al desatar a Lázaro muerto, son ellos, la familia
unida en casa, los que se desatan de su miedo a la muerte, el coronavirus
saliendo del sepulcro que los sometía a la esclavitud de la muerte. Solo ahora,
sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrá la comunidad entregar su
vida en solidaridad con los demás.
UN SIGNO
DE ESPERANZA
Estamos en el siglo VI a.C. cuando el pueblo de Israel permanece en el
exilio de babilonia lejos de su tierra y convencido que Dios lo ha abandonado.
Israel se ve a sí mismo como un gran cementerio, lleno de huesos viejos,
consumidos por los años y el sol. El profeta ante la pregunta de Dios de si
podrán revivir no sabe responder porque la muerte domina la escena y la
desesperación no tiene ninguna perspectiva. “Nuestra esperanza ha fracasado,
estamos perdidos” (Ez 19,5). De improviso por mandato de Dios y fuerza de su
espíritu, los huesos de la gente que en vida no habían querido escuchar,
comienzan reconstruirse gradualmente a ejemplo de Gn
2 cuando se forman los cuerpos y se les infunde el alma. A ellos se dirige la
promesa de Dios: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de
vuestros sepulcros… Os infundiré mi espíritu, y viviréis” No se trata de la
resurrección final de los cuerpos sino, de la resurrección actual de los
corazones a la esperanza.
Cualquier losa que aprisione la vida como el coronavirus puede ser
removida por la fe en Jesús. Oyendo a Dios que abrirá nuestros sepulcros y
siendo testigos por la Palabra, de la resurrección de Lázaro, nos encontramos
con la inmensa posibilidad que nuestro egoísmo, sepulcro de vanidades, puede
tener tratamiento diferente. Es posible concluir por nuestra propia experiencia
cuando expulsamos la fe, por la misma puerta se nos entra el miedo que nos
destruye como el coronavirus.
LA
ESPERANZA CONTRA EL MAL
San Pablo compartiendo con nosotros su experiencia de fe confirma la
nuestra para mantener viva la esperanza: “Si Cristo está en ustedes, aunque
físicamente estén sometidos a la muerte por causa del pecado, gracias al perdón
recibido tienen la vida del Espíritu. Y si en ustedes habita el Espíritu de
Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos, el mismo que resucitó a Cristo,
dará la vida incluso a su cuerpo mortal por su Espíritu que habita en ustedes”
(segunda lectura). Vivir en la carne significa encerrarnos en nosotros, que da
como resultado el olvido de los demás para servirles. La lucha no es solo
contra el mal sino del Espíritu contra todos los signos de la muerte que
representa el coronavirus.
“Desde lo hondo a ti grito Señor; escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos ¿Quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora” (Sal 129)