II
Domingo del Tiempo Ordinario A
Éste
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Sal de la tierra y luz del mundo
“Los discípulos del Señor son llamados a vivir como
comunidad que sea sal de la
tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13–16). Son llamados a dar testimonio
de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva” (EG 92). Con estas
palabras eminentemente misioneras del Papa Francisco en su exhortación
apostólica, Evangelii Gaudium
(EG), podemos concentrar la atención en el aspecto nuclear de la palabra de
Dios de este domingo en la Iglesia, cuyos puntos claves son el anuncio de
Cristo, “Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo” y la expresión “luz
de las gentes”.
El Cordero y Siervo de Dios
Acerca del título de “Cordero de Dios” (en griego: amnos
tou Theou) aplicado a
Cristo sólo se encuentra en este texto del Evangelio de Juan (Jn
1,29.36) y en forma incompleta, sólo con el término amnos,
en otras dos citas del Nuevo Testamento (Hch 8,32;
1Pe 1,19). A partir de estos textos la figura del “Cordero de Dios” se puede
interpretar como una referencia al Siervo
de Dios de Is 53,7 (sufriente, humilde y no
violento, al igual que en Hch 8,32) y al Cordero
pascual (aludido en 1Pe 1,19), como imagen referida a Cristo cuya sangre tan
valiosa en su pasión, como de cordero intachable, es liberadora (cf. Ex 12,5).
A través de esta representación de Cristo se puede percibir una tradición
primitiva cristiana de origen palestinense, de
carácter litúrgico, basada en la tipología
de la pascua israelita.
El Siervo de Dios consigue la liberación del pecado
Teniendo en cuenta la referencia al Siervo de Dios en Is 52,3, donde explícitamente queda excluido el precio de
un rescate, la orientación de la imagen del Cordero de Dios no lleva consigo
tanto la idea de la expiación como la de la
liberación, propia del libro del Éxodo (cf. Ex 12,5), de modo que la
liberación consiste en quitar
el pecado del mundo, el de la humanidad entera, por medio de la Pasión y
de una vez para siempre, rehabilitando a
los hombres como hijos de Dios y capacitándolos para
no pecar más y vivir la Nueva Alianza con Dios. Por ello el Cordero de Dios es
el Siervo sufriente de la Cruz, que libera a los hombres del dominio del pecado
y los regenera al bautizarlos con Espíritu Santo.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
Así, la
liberación del pecado, realizada por Cristo, el Cordero de Dios, se ha
llevado a cabo en la humanidad y es experimentada en los creyentes por medio la fe, sigue el
prototipo de la liberación de la esclavitud de Egipto y de la liberación del
destierro, pero la trasciende sobremanera al referirla al pecado del mundo. Y de ahí
puede derivarse también el sentido
triunfante que contiene la figura del cordero soberano, muy frecuente
en libro del Apocalipsis, pero ya con otro término distinto (en griego: arnion). A este
Cristo vencedor en la cruz y a través de la Pasión es al que invocamos en la
oración litúrgica: “Cordero de
Dios que quitas el pecado del mundo”
Luz de las gentes: Cristo y su Iglesia
Por otra parte la expresión “luz
de las gentes” tiene su origen también en el profeta Isaías y aparece
siempre en los textos del Siervo
de Dios (Is 42, 6; 49, 6; 51, 4). El Nuevo
Testamento toma esta imagen y la atribuye a Jesús cuando
Simeón se encuentra con él en el templo (Lc 2, 32), y
a Pablo y Bernabé en los comienzos de la misión evangelizadora de los paganos (Hch 13, 47). Ser luz
de las gentes es uno de los atributos esenciales de la Iglesia, porque lo era su
fundador y porque lo era la Iglesia naciente. Por eso el Concilio Vaticano II
comenzaba así también una de sus cuatro grandes Constituciones, la dedicada a
la Iglesia, la Lumen Gentium: “Cristo es la luz de las gentes”. La asamblea
conciliar revisaba y exponía la identidad de la Iglesia, manifestándose ante el
mundo como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de todo el género
humano, y reflejaba así su naturaleza y su misión universal. Por tanto, Cristo y su Iglesia son la Luz de
las gentes.
Misión profética y universal del Siervo
El segundo cántico del Siervo de Dios (Is 49, 1–13) tiene su centro en esta proclamación: “Es poco
que seas mi siervo, (...) Te hago luz de las gentes, para que mi salvación
alcance hasta el confín de la tierra”. Todo el poema describe la vocación y la misión profética del Siervo: la
llamada originaria de Dios, el encargo de transmitir su palabra crítica, como
espada y como flecha, sobre las realidades cercanas y lejanas, el fracaso
aparente del servidor y la confirmación de su misión de parte de Dios,
haciéndola extensiva a todas las gentes.
La liberación de los cautivos y el consuelo de los
desamparados
Sin atenuar el carácter propio de Siervo de Dios, el
texto resalta, sin embargo, su función como luz
para todas las gentes, de modo que se haga visible la liberación de los cautivos y
el consuelo de los
desamparados de toda la tierra. Con esta figura profética del Siervo
podemos considerar la misión profética y testimonial de la Iglesia actual,
particularmente en Latinoamérica, donde estamos embarcados en la tarea
evangelizadora y misionera específica de la Misión Permanente. La Iglesia, toda
ella, está llamada a ser también luz de las gentes, es decir, signo creíble de salvación para
las gentes de nuestro tiempo y en todos lugares de la tierra.
La naturaleza misionera de la Iglesia
En este sentido cuando el Papa Francisco ha
insistido en la naturaleza
misionera de la Iglesia ha expresado que la gracia de la misionariedad es
la gracia de “salir de sí y del peregrinar” (EG 124). Por eso exhorta abierta y
decididamente: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo.
[…]. Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las
propias seguridades.” (EG 49). Podemos congratularnos sobremanera con el
testimonio específico de mujeres y hombres que por toda la tierra difunden la
luz del Espíritu, mediante la entrega de su vida a los que sufren y a los
empobrecidos por el sistema social, generador de exclusión y de descarte, en el
que estamos inmersos.
La Iglesia más misionera, pobre y al servicio de los
pobres
Podemos estar agradecidos
a Dios e incluso sanamente orgullosos de
pertenecer a una Iglesia en la que un gran número de misioneras
y misioneros esparcidos por el mundo constituyen una fuerza espiritual
radiante cuya luz está indicando, como Juan el Bautista, que Jesús es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que libera a la humanidad con
el don del Espíritu, porque Él es el Hijo de Dios. Esta Iglesia misionera,
alineada con los pobres,
por amor a Dios y al prójimo necesitado, y servidora
de los pobres hace visible por doquier que toda la Iglesia, unida a
Jesucristo, es también “luz de las gentes”, es decir, es una instancia crítica permanente ante
los poderes políticos y económicos y muestra a Cristo como Cordero pascual que
quita el pecado del mundo (Jn 1,29–34) y cuya sangre,
desde la tradición del éxodo, es la señal de la liberación humana definitiva y de
la nueva vida en el Espíritu.
La misión de todo cristiano es dar testimonio del Hijo
de Dios
Nosotros, los cristianos, tenemos la oportunidad de dar testimonio de que Jesús es
el Hijo de Dios pero
denunciando al mismo tiempo, como el Bautista, todo tipo de injusticias. Con
esta perspectiva de ser como Cristo, con Cristo y en Cristo, “luz de las
gentes”, una Iglesia servidora y misionera, desde Bolivia y para toda América
se celebró un gran Congreso Misionero en Julio de 2018, el V CAM, que marca la orientación
de la pastoral de la Iglesia en este momento allende el océano Atlántico. El
desarrollo del mismo con todas sus actividades, contenidos y conclusiones está
accesible en la web correspondiente del VCAM.
El Espíritu del Siervo para ser Luz de las gentes
Auguramos que todos los católicos, tanto en América como
en todo el mundo, dejemos transformar nuestro interior por el Espíritu del Siervo de Dios y
por Jesucristo, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a fin de hacer
de nuestra Iglesia, unida
en la alegría de Jesucristo, una verdadera Luz
de las Gentes.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor
de Sagrada Escritura