Sabado de la Octava de Pascua
Padre Arnaldo Bazán
"Jesús resucitó en la
madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena,
de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los
que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que
vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se
apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea.
Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por
último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en
cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: “Vayan ustedes por
todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16, 9-15).
Los cuatro evangelistas dejan muy claro que Jesús resucitó un
“primer día de la semana”. Recordemos que los judíos sólo tenían nombre para un
día: el sábado. Era el día de descanso y dedicado a Dios.
Los cristianos, aunque valoraron el sábado, pronto
descubrieron que “el primer día de la semana” era el más adecuado para celebrar
el hecho más trascendental de la Historia: la resurrección de Jesús. De modo
que lo convirtieron en “el día del Señor”, que en latín se dice
”dominica dies”. De ahí pasó a las lenguas
romances, las que nacieron del latín, lo que nos dio nuestro “Domingo”.
La resurrección era algo tan extraordinario, que no cabía en
la cabeza de ninguno de los discípulos. Estos, más bien, estaban
apesadumbrados, pensando que todo lo relativo a su Maestro había resultado “el
gran fracaso”.
De ahí que cuando María Magdalena fue a anunciar a los
apóstoles que Jesús había resucitado, no le creyeron. Como tampoco creyeron en
el testimonio de los discípulos de Emaús. Pese a que Jesús, en varias
ocasiones, les anunció que iba a morir, pero que al tercer día resucitaría (ver
Lucas 18,31-33), la terrible realidad que habían experimentado al verlo en la
cruz les había hecho perder la memoria. No, no podía ser que hubiese resucitado.
Y he aquí que Jesús se les aparece y les echa en cara su dureza
de corazón por no haber creído, aunque después los envía a predicar la Buena
Noticia a todos los rincones de la tierra.
El conocía muy bien a los que había llamado. Sabía lo mucho
que le amaban, pero también lo difícil que les resultaba entender sus enseñanzas.
No eran los más inteligentes ni sabios, pero así los había elegido, pues con
excepción del Iscariote, eran hombres de corazón sano. Les faltaba la fuerza
del Espíritu Santo y El se los enviaría para que
pudiesen realizar su misión.
El ser humano es reacio a aceptar aquello que no puede
comprender. Son millones los que rechazan creer porque no pueden demostrar lo
que desearían creer. Los apóstoles fueron los primeros incrédulos, ya que
tuvieron que ver para creer.
Esto prueba que su palabra llevaba el sello del Espíritu,
pues todavía sin entender, fueron capaces de sellar con su sangre el testimonio
de que Jesús verdaderamente había resucitado.