II Domingo de Pascua. Ciclo A
El Resucitado, liberador de
todos los miedos
El miedo a la pandemia
El segundo domingo de esta
Pascua se celebra en una situación muy diferente a la de otros años. En el
calendario cristiano es un domingo en el que seguimos celebrando la
gran alegría de la Iglesia por la resurrección de Jesucristo. Sin
embargo, este año está marcado por el
miedo que afecta a todos los seres humanos en el mundo entero ante la situación de pandemia generada
por un minúsculo e imperceptible coronavirus, que parece haberse asentado como
rey en el trono diabólico que controla y amenaza a todos los hombres de la
tierra. Todavía no se conoce con precisión el origen de la expansión de este
caballito de Troya universal que, a hurtadillas y de incógnito, va tomando
posesión de los cuerpos humanos en todos los países del mundo, aunque en unos
más que en otros. A España,
Estados Unidos e Italia les ha tocado la peor parte.
Encerrados y amenazados
Casi todos nosotros estamos encerrados en
nuestras casas por miedo, como los discípulos en el Evangelio de hoy, porque
todos estamos realmente
amenazados de muerte. Esperamos que sea la presencia del Resucitado la que
nos libere también del miedo a la muerte y de todos los miedos particulares,
nos de la paz y nos llene de alegría con su Espíritu, para ser testigos del
Evangelio y contagiemos el mundo de esperanza.
La presencia del Resucitado
La palabra de Dios de este
domingo anuncia esa presencia de Cristo Resucitado. El evangelio de Juan
la anuncia a través del relato de la doble aparición
del resucitado a los discípulos y a Tomás (Jn 20,14-31). En este texto se pueden
destacar tres elementos teológicos fundamentales: la presencia de Jesús
que muestra la identidad del crucificado
y resucitado, la donación del Espíritu
del Resucitado a los discípulos para hacerlos partícipes de la misma
misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y la gran dicha de la regeneración de
la vida por la fe (1Pe
1,3-9) comunicada por la Iglesia mediante el testimonio y la palabra.
La paz y el Espíritu del
Resucitado
Jesús comunica la paz al mundo como
primera palabra de su mensaje pascual. En medio de los miedos del mundo Jesús
resucitado se hace presente en medio de nosotros para reiterarnos su mensaje de
paz. La paz se construye
con Su Espíritu Santo, de sacrificio, de
perdón, de entrega, de fidelidad a la verdad, de solidaridad con los
últimos, de servicio a todos y de liberación de los pobres y marginados. Ese
Espíritu es el que Jesús comunica. El evangelista Juan cuenta la comunicación
del Espíritu Santo por parte de Jesús de manera mucho más personal que Lucas en
pentecostés, pues Jesús transmite como un nuevo aliento: "Reciban Espíritu
Santo". Lo que reciben los discípulos es el mismo Espíritu de Cristo.
Para generar una cultura del
perdón
El primer fruto del Espíritu
Santo es la capacidad para
perdonar y para hacerlo en nombre de Dios. El perdón de Dios es el
gran don del Resucitado a su Iglesia para que ésta lleve a cabo la
evangelización en el mundo y para ser en el mundo instrumento de la paz.
Generar una cultura de
Perdón, donde se sepa pedir perdón y perdonar, es una gran tarea de la
nueva evangelización, especialmente en los contextos sociales, donde la palabra
"perdón" apenas forma parte del lenguaje habitual y cotidiano.
Dichosos los que creen sin
haber visto
La falta de fe de Tomás revela
dos aspectos que pueden servirnos a nosotros para revisar nuestra propia fe.
Tomás no cree en la comunidad de la Iglesia que transmite claramente la fe:
"Hemos visto al Señor". Tampoco cree en Jesús hasta que lo ve
físicamente con las marcas indiscutibles de la cruz. El evangelista repite
todos los datos de la primera aparición y reorienta la atención hacia la grandeza de la fe, que
consiste en la acogida del
mensaje de los apóstoles y en la superación
de la percepción de los
meros sentidos para experimentar la presencia del Resucitado en la
Iglesia. Con la fórmula de una bienaventuranza al estilo sapiencial concluye
Jesús sus palabras a Tomás: "Dichosos
los que creen sin haber visto" y felicita así a los creyentes de
toda la historia, también a nosotros.
La novedad de la vida eterna
está en la entrega de Jesús
El resucitado marca una ruptura
con la historia ya que la
novedad de vida que él tiene y que comunica a los hermanos ya no está
sometida a la muerte y es
eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que
vivió Jesús hasta el sacrificio en su vida mortal, con su mensaje de verdad y
de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la
muerte. Por eso Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y a través de él
sigue regenerando a los seres humanos y comunicándoles vida, alegría, paz, perdón y
fraternidad.
El Espíritu de las comunidades
cristianas
Estos son los grandes dones del
resucitado a través de su Espíritu que, desde el principio de la Iglesia, va
suscitando comunidades
cristianas vivas caracterizadas por la comunión fraterna, la escucha
del mensaje apostólico, la celebración eucarística, la oración y la solidaridad
en el compartir los bienes (Hech 2,42-47). Con el Espíritu del
Crucificado y Resucitado los Apóstoles y los hermanos daban testimonio
de la alegría del Señor Jesús, realizando signos y prodigios y generando
ese nuevo estilo de vida que sirve como patrón de referencia de la Iglesia de
todos los tiempos: la comunión de
bienes, las relaciones de gratuidad y
de servicio, la vida agradecida, el espíritu
permanente de perdón, la atención solícita a las
necesidades de los otros, especialmente de los pobres
y de los que sufren, la acción de gracias a Dios y la Eucaristía. Este estilo de vida
es eminentemente misionero y comunica tanta vida y alegría que muchos otros se
adherían a la fe y se incorporaban a la Iglesia.
La regeneración infunde
esperanza y alegría
La primera carta de Pedro (1 Pe 1,3-9) expresa la
significación de la resurrección de Cristo en la vida humana con una palabra
genuina y única en el Nuevo Testamento: la
regeneración. La acción de regenerar es como una nueva creación de
parte de Dios. La regeneración empieza con la vivencia del perdón misericordioso de
parte de Dios que infunde una esperanza
viva. Y con la esperanza va la
alegría. La fe en Jesucristo suscita una alegría inefable que ni siquiera
las condiciones adversas de la vida humana pueden arrebatar. Es la alegría en
medio de la prueba del sufrimiento, aspecto paradójico del testimonio
cristiano. En el amor
personal a Cristo y en la adhesión firme a su pasión como
manifestación extrema del amor radica la autenticidad de la fe.
Libres de todo miedo en medio
del sufrimiento
Con la imagen del
aquilatamiento del oro, la carta de Pedro pone de relieve lo más genuino de la
fe cristiana, pues la prueba de fuego de la fe es el sufrimiento y el dolor. En los diversos sufrimientos de
la vida humana, como en los de esta
pandemia mundial se acrisolan las actitudes y los valores más dignos
de la existencia verdaderamente humana, tales como el amor a fondo perdido a
los enfermos, la solidaridad con los excluidos de la tierra y la lucha
incansable a favor de los que sufren. En la confrontación con tanto dolor
es donde, con la fuerza del Espíritu, se puede mostrar la excelencia
incomparable de la fe
auténtica, de la alegría inefable
y de la resistencia incombustible, libre de todo miedo. A eso
estamos llamados los cristianos.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura