III
Domingo de Pascua, Ciclo A
Libertad
y esperanza en tiempos de gran crisis
Estamos
sumidos en una gran crisis
Cuando ya han pasado más de cuarenta días de cuarentena, seguimos encerrados
en nuestras casas, como está mandado, por los efectos del coronavirus. Y la
vida enjaulada empieza a pesar demasiado en muchas personas, desde los niños
hasta los ancianos. Muchos de nosotros no estábamos acostumbrados a estar tan recluidos
y durante tanto tiempo. Además, tenemos que afrontar
el dolor inmenso por los miles de fallecidos, las consecuencias graves
de la incompetencia de los gestores de la pandemia, sobre todo en España, donde
se registra el número de muertos por millón de habitantes más alto del mundo
(4750 casos), muy por encima del segundo, que es Italia (3203), la minimización
de los datos reales y una cadena de males sin número que no es necesario seguir
enumerando. Estamos sumidos
en una gran crisis. Todo ello está provocando un gran agobio en la
mayor parte de la población, pero lo que peor se lleva, quizá, es la
incertidumbre ante el futuro, a medio y largo plazo. Esta incertidumbre genera frustración, gran preocupación,
inseguridad, miedo y desesperanza.
Decepcionados
por la muerte del inocente y por la conducta atávica
Experiencias humanas parecidas son las que hay en el trasfondo de
la Palabra de Dios de este domingo. Los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) están ya “de vuelta” de Jerusalén y decepcionados por la muerte del más
inocente y justo de todos los hombres, Jesús, que fue entregado a la
muerte por unos dirigentes frívolos y sin conciencia, e incluso que actuaron
contra su propia conciencia, como Pilatos. La Carta de Pedro (1Pe 1,17-21) es
un gran mensaje de esperanza para cristianos que están sumidos en sufrimientos varios, entre
otros, los de un ambiente
social hostil al mensaje de los valores
del Evangelio, un ambiente donde imperaba la maldad, la falsedad, la hipocresía, la envidia y toda
maledicencia, la ignorancia, el insulto, la calumnia, los ultrajes, el
libertinaje y todo tipo de inmoralidad y frivolidad. Los cristianos han sido
liberados de ese tipo de conducta
absurdo y atávico para vivir en la esperanza que da la fe en el
Resucitado.
El
encuentro liberador con el Resucitado aviva la esperanza
Las lecturas bíblicas del tercer domingo de Pascua nos permiten
profundizar en el encuentro
con Jesucristo Resucitado, contemplar las diversas formas de su nueva
presencia entre nosotros y tomar conciencia de la repercusión de la
resurrección de Cristo en nuestras vidas, pues su pasión,
muerte y resurrección es para nosotros fuente de liberación de las conductas absurdas del pasado y del
presente y principio de una vida testimonial de fe y de esperanza incombustibles.
Todas las lecturas hablan del resucitado, haciendo memoria de la Pasión y
abriendo las Escrituras para abrir el entendimiento, como Jesús hizo con los
discípulos de Emaús. Así muestran la esperanza inagotable de los cristianos
gracias a la presencia de Jesús vivo para siempre en nuestro caminar por la
historia.
La
presencia misteriosa y real de Cristo Vivo y Resucitado
La aparición de Jesús a los discípulos de Emaús es un texto
eminentemente eucarístico, pues
el encuentro vivo con el resucitado encuentra en la
fracción del pan su momento culminante. Pero además esto, el mensaje
se centra en presentarnos a Jesús vivo y resucitado, cuya presencia en la historia es
ciertamente misteriosa pero muy real, también en otras
formas y señales, siempre gozosas.
La centralidad del mensaje de que “Jesús
vive” llama la atención sobremanera. El que vive es el que resucitó de
entre los muertos. En tiempo de presente, como para quebrar la estructura
narrativa de los tiempos en pretérito, decir que Jesús vive es la excepcional
Buena Noticia del Evangelio de Lucas, una Buena Noticia siempre en presente,
ayer y hoy. El anuncio de las mujeres es la gran noticia permanente y
protagonista de la nueva historia de la humanidad, incluso cuando no se
entienda, no se crea o no se perciba.
La
presencia desapercibida y sorprendente del Resucitado con los que sufren
Se pueden destacar algunos modos de presencia del Cristo vivo.
Primero, la presencia
desapercibida y sorprendente del Resucitado en las periferias del sufrimiento
humano, en el camino de la
humanidad decepcionada y deprimida, que, como los discípulos de Emaús,
está ya "de vuelta" y desesperanzada ante el dolor y el sufrimiento
injusto de los inocentes. Emaús no es Jerusalén sino la periferia, un sitio
algo distante de la ciudad santa. Emaús es el destino de la humanidad
frustrada, derrotada y desesperanzada. Y precisamente ahí, sin saber
exactamente cómo, la verdad es que
Jesús, el Viviente, es el compañero, seguramente desapercibido, de aquellos
discípulos y de todos los
dolientes de la historia. La decepción y el dolor, el fracaso y la
frustración de los discípulos de Emaús son el reflejo de las experiencias e
interrogantes más profundos de los seres humanos, que ahora también surgen
entre nosotros en medio de la pandemia que sufrimos en el mundo.
Jesús
Resucitado camina con nosotros
La pregunta por el sufrimiento de los justos, como Jesús, cuya
muerte especialmente en Lucas se presenta como la del verdaderamente justo (Lc 23,47), está latente en el rostro de los discípulos. En
efecto, la cuestión más incomprensible y desgarradora de la vida humana y, al
mismo tiempo, la más decepcionante es el tema crucial de la teodicea: Por qué
la muerte de los inocentes, por qué la condena de los justos, por qué la muerte
de los niños inocentes que se cuentan por millones, por qué esta ola de miles de
muertos en la pandemia. El mensaje de Lucas en este texto es que Jesús, el resucitado, caminaba con
ellos. Su presencia no es menos real por ser desapercibida, sino todo lo
contrario. Es una presencia discreta, misteriosa, que consuela, que interpela,
que invita a la comunicación, al recuerdo, a hacer memoria. Es presencia que
suscita admiración y sorpresa, que valora la compañía del otro aunque sea un
desconocido. Es presencia que invita a compartir, a no seguir solos por la
vida. Pero sobre todo es una presencia real del Resucitado,
que provoca alegría: "¿No ardía nuestro corazón?"
El
Resucitado está presente en la Sagrada Escritura
Singular importancia adquiere también la presencia
emocionada y presentida del Resucitado en la Escritura y en la Palabra, presencia
que ha de llevar a los creyentes a comprender los acontecimientos de nuestra
vida personal y social desde la Palabra de Dios y a poner en el centro de
nuestra espiritualidad el Evangelio. Finalmente la presencia reconocida y
gozosa del Resucitado se hace fiesta en la Eucaristía y en el misterio de
comunión fraterna que de ella emana.
Llamados
a vivir en libertad y con esperanza
Los discípulos cambiaron de rumbo su vida y así se convirtieron en testigos públicos del Resucitado, experimentando
la liberación profunda que significa el paso de una vida sumida en el absurdo y
la ignorancia a una conducta
nueva, caracterizada por la sobriedad, la libertad y la esperanza. A esto
estamos llamados todos. La libertad y la esperanza que nos da el Señor no las
puede quitar ni secuestrar ningún mal, ni ningún poder de este mundo. Desde ese
evangelio de Emaús hemos de fijarnos en todas aquellas personas que, de algún
modo, se hacen ahora compañeros de camino de las víctimas de nuestro mundo en
cualquiera de las manifestaciones de sufrimiento, como en esta crisis del
coronavirus en la que humanidad está inmersa, dando testimonio con su
solidaridad de que el Viviente se hace presente en medio del dolor.
El
testimonio de Pedro nos alienta a seguir anunciando y denunciando
En el texto de la Primera
Carta de Pedro (1 Pe 1,17-21) podemos destacar la referencia a la
paternidad de Dios para exhortar a una conducta buena y respetuosa, marcada por
el temor reverencial a Dios. No se trata de tener ningún miedo a nadie, ni
siquiera a Dios, sino de un respeto profundo a la gran autoridad divina del
Padre que vela con amor sobre sus hijos y por eso, una vez que estos han sido rescatados de la ignorancia,
del sinsentido de la vida y de todo atavismo, no quiere que sus hijos
recaigan en ningún tipo de vicio, de pecado, ni de esclavitud. La misión de la
Iglesia, como queda reflejada especialmente en la actividad
de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, consiste en anunciar a Jesús, en
proclamar su resurrección y en acreditar su presencia viva a través del
testimonio de muchos creyentes. Se puede destacar también la parresía de
Pedro, es decir, su convicción, su firmeza, su libertad y su confianza
al transmitir íntegramente el mensaje Evangelio, poniendo toda su persona en la
palabra que predica, en el mensaje que comunica y en el evangelio por el que
dará hasta la vida. Pero no se puede pasar desapercibido el componente de denuncia que conlleva el
anuncio misionero, pues anunciar a Cristo crucificado es denunciar a los que lo
crucificaron y proclamar la
victoria del Justo e inocente que fue resucitado por Dios. Testimoniar
que Jesús vive es proclamar que hay una verdad y una justicia, la de Dios,
que no están sometidas al dictamen de los que tienen el poder en este mundo y
siguen propiciando muerte, con su ignorancia, su negligencia y su inconciencia,
en miles de víctimas como hicieron con Jesús.
Feliz Pascua de Resurrección.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor
de Sagrada Escritura