VI Domingo de Pascua, Ciclo A
El Evangelio suscita la Vida
El
Espíritu da vida
La
Palabra de Dios de este domingo sexto de Pascua anuncia una palabra de vida y
de esperanza, que tanto necesitamos todos en estos momentos de dolor y de
muerte, sobre todo, en memoria de los miles de muertos por la pandemia en
España y en el mundo. La Iglesia sigue presentando a Jesús
resucitado como fundamento de toda esperanza. Lo hace principalmente con
textos tomados del discurso de Jesús en la última cena según el evangelio de
Juan (Jn 14,15-21) y de la extraordinaria
interpretación de la Pasión de Cristo contenida en la carta Primera de Pedro (1
Pe 3,15-18). En ellos es el Espíritu
de la verdad quien lleva a cabo la gran obra de dar vida, y la da a Jesús, culminando la
manifestación de su amor en la entrega de la cruz, y a
los creyentes, para que den razón de su esperanza en el proceso de
expansión misionera de la iglesia, de lo cual es testimonio la acogida de la
palabra de Dios y del mismo Espíritu en las tierras de Samaria (Hch 8,5-8.14-17) y hasta los confines del orbe.
“Yo vivo
y vosotros viviréis”
En la
víspera de su pasión Jesús comunica su amor con gran ternura hacia sus
discípulos y les promete su Espíritu para afrontar todo compromiso y sacrificio
vital por amor y fidelidad a su palabra. Ese Espíritu, enviado por el Padre a
petición de Jesús, es el que se hace presente en la vida y la misión de la
Iglesia desde el principio hasta hoy. Es el
Espíritu, Señor y dador de vida, que permite decir a Jesús: “yo vivo y
vosotros viviréis”. De la vida de la que Jesús habla es la vida en el amor de
Dios pues continúa: “yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”.
Llamados
a dar razón de la esperanza
La carta
primera de Pedro nos revela su gran secreto en el fragmento que hoy leemos,
pues nos da la clave para vivir las situaciones
más hostiles al presentarnos la Pasión
de Cristo como fundamento de nuestra esperanza. El autor invita a la
glorificación de Cristo como Señor, una acción que nace de la interioridad
personal, de la inteligencia, de la voluntad y de los sentimientos. Un modo
concreto de llevar a cabo la santificación de Cristo por parte de los
cristianos es estar
dispuestos siempre para dar explicación a todo el que pida una razón de la esperanza. En la
historia presente, la esperanza en Dios activa las resistencias personales
frente a los acosos del entorno hostil e infunde alegría para perseverar con
tesón en la lucha por la paz y la justicia haciendo siempre y solamente el bien.
Con
delicadeza, respeto y buena conciencia
Este
texto contiene además un aspecto esencial para la historia de la teología pues
en él encuentra su argumento bíblico la fe que busca entender con la luz de la
razón. Se trata del texto originario donde tiene su razón
de ser la teología en cuanto intento de buscar, analizar, reflexionar
y comunicar, desde la razón y
con los medios científicos adecuados, el fundamento de la esperanza. La carta apela a la delicadeza y al respeto, así
como a la buena conciencia en
la relación con los que hacen daño calumniando a los cristianos (1 Pe 3,16).
Como creyentes, la forma de dar testimonio de la verdad, de dar explicación de
la esperanza y de proclamar el señorío de Cristo no puede hacerse desde la
prepotencia, desde la arrogancia ni como quien se cree poseedor absoluto de la
verdad. Lo que cuenta es la fuerza interior capaz de infundir convicción y la
autoridad moral de la buena conciencia capaz de desenmascarar la mentira y la
maledicencia.
La Pasión
de Cristo nos capacita para hacer siempre el bien
El texto
concentra su atención en la Pasión de Cristo y nos sigue mostrando su dimensión
salvífica y su carácter ejemplar: «Porque también Cristo sufrió su pasión, de
una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para
conduciros a Dios». El sufrimiento de Cristo fue, por excelencia, un sufrir haciendo el bien, más
aún, era el sufrimiento del justo que
propiciaba el bien supremo de
la salvación para los injustos. Cristo en su pasión es el salvador y el modelo
para los cristianos, el que nos lleva a la comunión con Dios y el que nos
enseña el nivel de amor al que los cristianos estamos llamados por voluntad de
Dios: hasta la pasión y muerte haciendo siempre el bien. Y resalta el carácter
personal del acceso a Dios en Cristo que posibilita una nueva comunión con Dios, que es
mucho más que la reconciliación con él. La comunión personal con Cristo lleva a
los hombres a la comunión con Dios.
La fuerza
vivificante del Espíritu en la Pasión
Este tema
de la pasión de Cristo alcanza una formulación única en la parte final de 1 Pe
3,18d, cuyo texto griego conciso constituye un paralelismo antitético perfecto
en todos sus elementos, desde el punto de vista sintáctico, literario y
semántico. La interpretación exegética latente en la edición última de la
Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española, tal como explican sus notas,
permite interpretar que Cristo como
víctima humana sufría la
muerte, pero por la
acción del Espíritu recibía la vida. Cristo experimentaba el proceso de
muerte violenta al que los hombres lo sometían, y en dicho proceso
experimentaba también la fuerza vivificante del Espíritu, que reposaba sobre él
conduciéndolo a la vida y a la gloria.
Transformación
de la muerte en vida
El
espíritu eterno que impulsó a Jesús a realizar la acción sacerdotal suprema de
entregarse a sí mismo a Dios es el espíritu de la nueva alianza y de la nueva
creación. Es el Espíritu de Dios que irrumpe definitivamente en la historia
humana transformando la misma persona de Cristo en el momento de su pasión y
muerte, haciéndolo capaz de entrar en la comunión plena con Dios, consiguiendo
así la redención definitiva y eterna como supremo bien para la humanidad. Con
la forma literaria de un paralelismo antitético perfecto el autor revela que la
victoria del Espíritu de
Dios en Cristo llevó a cabo la transformación
del proceso de muerte violenta, experimentado por él como víctima
humana, en un proceso de
vida nueva con la acción del Espíritu.
El
sufrimiento del Justo modelo para los que sufren
Lo que
Cristo hizo fue sufrir, pero no un sufrimiento sin más especificación, sino un
sufrimiento por los otros, el sufrimiento del justo, que se convierte en modelo
para aquellos que sufren haciendo el bien. La doble cualificación del
sufrimiento de Cristo, sobre quien actúa el espíritu de Dios, hace tan singular
su dolor que éste, en virtud del amor, adquiere una nueva dimensión por la cual
se puede denominar Pasión.
También nosotros, unidos a Cristo, podemos experimentar la fuerza
transformadora del Espíritu que nos da una nueva vida y nos capacita para
enfrentarnos a todo sufrimiento de la vida, haciendo
el bien y venciendo todo mal. Acojamos por tanto al Espíritu de Dios que
viene a nosotros a través del Evangelio que suscita vida donde impera la muerte.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura