Solemnidad.
Santisima Trinidad
Tres
Personas en un solo Dios, que es Amor
La Santísima Trinidad
La Iglesia celebra este domingo la
fiesta de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del cristianismo, que
proclama la unidad en el amor de las tres personas que son un solo Dios, vivo y
verdadero: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios es amor,
comunión íntima y comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese amor es el
Padre que se ha manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu a
los seres humanos para llevarnos hasta la verdad plena y hacernos partícipes de
su gloria, incluso en medio de las tribulaciones del tiempo presente. El
pensamiento cristiano ha ido desarrollando a lo largo de la historia la
comprensión del misterio inefable de la Trinidad. ¿Cómo pueden ser tres
personas y un solo Dios? El concepto de persona ha ido cambiando en la historia
del pensamiento, de modo que habría que hacer un recorrido por toda ella para
aproximarnos no sólo al concepto sino también al misterio de la persona y poder
vislumbrar, intuir y gozar de la grandeza de la Trinidad personal del Dios Amor
que el hombre Jesús, muerto y resucitado, el Hijo de Dios, nos ha revelado.
Un párrafo filosófico sobre la
persona
Sólo como apunte de mis ideas de
carácter filosófico sobre este tema, permítanme una brevísima reflexión inicial
sobre la persona (lo cual
significa que quien no tenga mucho interés en esto, puede saltarse estos dos
párrafos y pasar al cuarto). La persona es el individuo, la unidad
indivisible de un ser dotado de espíritu y conciencia cuya singularidad lo
convierte en alguien único y con una función propia y particular en la vida,
constituyéndose en sujeto protagonista de su historia. En el desarrollo de la
persona como sujeto el individuo ni existe solo, ni está solo, sino que se
realiza en relación con “los otros”, con “todo lo otro” y con “el gran Otro”. Y
en esa relación con todo lo demás (con lo que no es el individuo en sí mismo),
se va configurando su persona articulando su libertad inalienable con la
dignidad que le es propia. La armonización personal entre la libertad y la relación
es la gran tarea de la vida humana y posibilita que en el sujeto, siempre
cambiante, subsista, o mejor dicho desde la filosofía procesual, “sobreexista” una identidad preeminentemente espiritual y
dinámica, como desarrollo histórico de la dignidad originaria de cada
individuo, la dignidad inherente a su ser persona y, para los creyentes,
percibida ya como un don, desde la constitución irrepetible del embrión humano
por procesos bioquímicos específicos y propios en cada persona.
Otro párrafo filosófico sobre la
dignidad de persona
Me reconozco deudor en este ámbito
del pensamiento de un insigne profesor de mi juventud, Ignacio Núñez de Castro,
cuya sabiduría sobre este tema, como científico y bioquímico, catedrático ya
emérito, de Biología Molecular, como filósofo humanista de la corriente de la
filosofía procesual y como teólogo católico postconciliar, ha quedado plasmado
en una obra maestra y genial, titulada “De
la dignidad del embrión. Reflexiones en torno a la vida humana naciente” (Madrid,
2008). Núñez de Castro afirma que “la dignidad no es una cualidad otorgada al
ser humano, sino que es inherente a su condición de ser humano y por tanto al
ser humano en todas las fases de su desarrollo y, consecuentemente, al embrión.
El concepto de dignidad va unido al concepto de persona… La dignidad… viene
fundamentada por el hecho de ser persona” (O.cit., p. 147). Y un
poco antes había dicho que “para el creyente la dignidad le viene al ser humano
por ser creado a imagen de Dios” (Idem, p.146).
La persona, imagen de Dios
Conscientes de que el ser humano,
como imagen visible y física de Dios, que es espíritu puro, y como imagen
encarnada en un cuerpo mortal e histórico a partir de un embrión, podemos
acercarnos al Dios Trinitario, que es comunión de personas en el amor: Tres
personas distintas y un solo Dios verdadero. Y ojalá que podamos comprender un
poco mejor la singularidad específica de cada una de ellas, del Padre, Creador
del cielo y de la tierra, del Hijo Jesucristo, nuestro Señor hecho hombre,
muerto y resucitado, y del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
El Espíritu da vida y coraje
Este Espíritu da vida a la
comunidad eclesial suscitando una vida de resistencia activa y aguante frente a
los envites del mal en todas sus manifestaciones, una vida de mucha más calidad
y una esperanza inquebrantable. Pero el Espíritu no tiene fronteras ni
ideológicas ni nacionales sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje
para seguir comunicando lo que Jesús ha revelado y para poder enfrentarse a los
poderes que oprimen, maltratan o desprecian al ser humano y su dignidad, con el
arma exclusiva de la palabra.
Dios amó al mundo y nos envió a su
Hijo
"Tanto amó Dios al mundo que
le dio a su único Hijo para que todo el que crea en él tenga vida eterna".
Esta frase capital en el evangelio de hoy (Jn
3,16-18) es clave también al comienzo de la encíclica de Benedicto XVI sobre el
amor (DC 1) y sintetiza el mensaje de vida que la comunidad eclesial anuncia en
este domingo de la Trinidad. Dios es Amor en la comunión de tres personas y esa
identidad común amorosa que irradia misericordia, perdón, entrega y paz es la
que comunica a los humanos, imagen y semejanza suya, para que vivamos la
grandeza de ser con otros, de reconocer y valorar al otro, de amar al otro y de
entregarse a los otros.
Dios Creador, Padre misericordioso
y liberador
El pueblo de Israel a través de su
historia, llena de dificultades y llena de ambigüedades, fue descubriendo a un
Dios, el Creador, que se les revelaba como Padre misericordioso y como Dios de
la liberación. En el texto del Éxodo se manifiesta como un Dios misericordioso y fiel,
dispuesto siempre a perdonar a su pueblo (Ex 34,4-9). Se les reveló como el que
tomaba la causa de los empobrecidos de la historia y los llevaba a la
humanización verdadera. Ese Dios que había apostado por el ser humano
humillado, esclavizado, oprimido y vulnerable, decide acompañar a Israel y
defenderlo frente a todo poder imperial que buscaba imponerse sobre ellos; es
el Dios liberador de toda opresión y de toda marginación impuesta por los
imperios de turno y es sobre todo, el Dios que perdona las culpas y pecados de
su pueblo. Frente a él, Israel tiene un compromiso radical de configurar su
vida y su sociedad desde la sabiduría de ese Dios que, por puro amor y pura
gratuidad, ha querido declararlo su pueblo.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre
Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre, es el Dios del Amor entregado a la humanidad para que ésta tenga vida.
Por eso él es la gracia. Jesús es la mejor forma de entender el misterio
profundo de Dios. Él es quien nos reveló al Padre, es quien en definitiva nos
manifestó la esencia trinitaria de Dios. Durante toda la vida en carne mortal
de Jesús, Él fue mostrándonos las facetas maravillosas que Él había
experimentado y conocía de Dios, su Padre. La vida transparente y coherente de
Jesús revela lo que Dios es en sí mismo: la eterna verdad, el eterno amor, la
eterna misericordia, la verdadera justicia. Jesús es Dios hecho historia, es
Dios asumiendo la realidad humana, redimiendo su creación; por eso entender el
mensaje de no poder y de justicia enseñado por Jesús, y vivir bajo sus
principios, es entrar en una estrecha relación de sentimiento y de vida con el
Dios Trinidad.
El Espíritu Santo, la fuerza de
Dios que da vida
El Espíritu, prometido por Jesús a
la comunidad recién fundada, es la fuerza de Dios hecha amor y resistencia que
acompaña a la Iglesia en su caminar por la historia. Él es la fuerza de la
comunión eclesial. El Espíritu terminará de enseñarle a la Iglesia lo que tiene
que hacer para lograr configurarse plenamente con Dios en el proyecto de vida,
de justicia y verdad enseñado por Jesús y ratificado con su muerte en cruz. Los
seguidores de Jesús muerto y resucitado tenemos que llegar a transparentarlo en
nuestra vida para que el mundo crea en el Dios verdadero que ha creado este
mundo y que desea que éste, su creación, llegue a la plenitud. Sólo podremos
transparentar a Jesús muerto y resucitado, si permitimos que el Espíritu de
Dios actúe en nuestras vidas, y si nos dejamos moldear por ese Espíritu, para
poder vivir y testificar el amor de Dios trino y uno en medio de esta historia
y en medio de nuestras propias comunidades. Por tener acceso directo a la
comunión con Dios, por medio de Jesucristo, hemos de dar continuamente gracias
a Dios. Pero no perdamos nunca la conciencia de que sólo somos criaturas del
Creador, ya redimidas y transformadas el amor, manifestado en Cristo y
comunicado por el Espíritu, en la esperanza de encontrarnos para siempre con él.
Llamados a vivir el amor trinitario
Nosotros podemos vivir el amor trinitario,
como hijos adoptivos, cuando comprendamos que Dios está dentro de cada uno de
nosotros y nos da fuerza para hacer lo que Jesús hizo: entregarse a los demás.
Cuando hacemos unión con otros, la fuerza de Dios se nos activa y la entrega a
los demás se hace más posible porque la comunidad - manifestación trinitaria en
esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige. Por eso la Iglesia es la
expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas que al sentirse
hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción de Dios que está en ellos
en todos y cada uno, como Padre que ama, como Hijo que se entrega y como
Espíritu que da fuerza. Y como todo ser humano es imagen de este Dios la gran
tarea de la vida consiste en desplegar y desarrollar en nuestra historia mortal
lo que ya somos desde el embrión humano hasta la muerte, cuando experimentemos
la gran y definitiva transformación que, como hermanos de Cristo y receptores
del Espíritu, supone la resurrección a la vida eterna.
José Cervantes
Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura