Mesa de humanidad
Sólo el amor sabe de manteles largos de mesas redondas en las que el
compartir llena la vida. Es la madre la que sabe de estas finuras que van desde el corazón. No sólo hace la mesa, sino
también, sabe de las viandas, sus condimentos y, algo excepcional, combina el
gusto de cada uno de los comensales con las exigencias de su apetito y la
variedad del menú.
Pues bien, Jesús ha hecho de la mesa
familiar, de la comida fraterna, un signo palpable de su vida, de su presencia
en medio de la comunidad. También sus discípulos serán reconocidos “al partir
el pan”. Entra en juego la amplitud de la mesa, la diversidad de los
comensales, lo oportuno del momento, la capacidad de recepción y la
disponibilidad de participar de la abundancia de los dones.
A Jesús le gustaban los banquetes. Los convirtió en cátedra de vida:
Rechazó todo tipo de exclusión; enseñó a buscar los últimos lugares; compartió
con las gentes más postergadas de la sociedad e invitó a priorizar la caridad
por encima de la ritualidad o, mejor, más allá de los intereses de amistades o
reciprocidades de clase o bienestar social. La mesa entonces, es aprendizaje de
donación, de entrega.
Pero la visión de Jesús va más allá: Una mesa universal, mesa de humanidad
donde no haya postergados, menos, rechazados. Una mesa en donde las harinas,
las “sobras”, no se tiren, sino que se multipliquen para todos y alcancen para
todos. Una mesa fraternal en donde no importen para nada, las diferencias, ni
los ritos, ni las banderas sociales, sino la justicia universal que permite
sentar por igual, a la mesa de la humanidad.
Cochabamba 14.06.2020
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com