Un vaso de agua

 

Agua, luz, mirada, estímulo, algo tan pequeño como el rocío mañanero, o la cerilla encendida en la esquina de cualquier calle y su valor trascendental, nos hablan de la pequeñez que engrandece y eleva el alma y da sentido a la esperanza. Es en lo pequeño en donde encontramos las motivaciones más hondas de la existencia y las razones prácticas de nuestras relaciones humanas. Es la ciencia del detalle.

El agua tiene la dimensión de su grandeza allí donde no existe, donde se le necesita más, donde una gota tiene el valor de la inmensidad del mar: En el desierto. El oasis hace del desierto un lugar acogedor, expansible hasta el tamaño de los sueños o del firmamento estrellado en el que cada luz, o cada gota de agua superan la grandiosidad de las galaxias. Un vaso de agua allí, en el desierto, tiene un valor superior a todas las corrientes de agua.

Jesús es capaz de mirar la dimensión exacta de la pequeñez y elevarla a la grandeza de su significación multiplicada en el milagro. Un vaso de agua dado a un profeta, en calidad de profeta, supera todas las visiones de futuro y las interpretaciones de la realidad en la historia. Porque allí el vaso apenas contiene la fuerza y dinamismo del profeta que va más allá de todas las fronteras y de todas las cosmovisiones.

Es como decir que un vaso de agua dado a la humanidad sedienta, una humanidad que atraviesa por el desierto de la sequedad del corazón en donde no existe el oasis de la generosidad, de la solidaridad, ese vaso tan simple, tan transparente, pero suficiente, es el signo de una nueva humanidad que convoca a las fuentes de la vida, de la utopía de lo pequeño que se comparte y genera allí los horizontes de nuevas vertientes de esperanza.

Cochabamba 28.06.2020

jesús e. osorno g. mxy

jesus.osornog@gmail.com