Un cierto miedo evangélico

 

Hay  una enfermedad que va carcomiendo hasta la medula de nuestra pobre humanidad  hoy.  La llamamos psicosis, pandemia, pánico, horror. A muchos les lleva a la depresión, al suicidio. Aún en niños se está experimentando esta difícil situación. La  economía, la decepción amorosa, la falta de empatía en el hogar, esto y mucho más, van entretejiendo desafectos, rompimientos en el alma que te llevan de abismo en abismo.

El Evangelio también habla del miedo. Primero, Jesús lo exorciza: “No tengan miedo”. Segundo, da las causas: Cobardía, falta de fe. Tercero: Da la razón: “Yo he vencido al mundo”. En el seguimiento de Jesús prevalece, por encima de todo, la fuerza, la parresía, la violencia que nos hace disciplinados en moldes de generosidad, de apertura, de coraje. Pero, comprensivos con la dulzura y maestría del amor.

Jesús advierte sobre dos grupos de gentes a los cuales hay que tener miedo: Uno: Los fariseos o hipócritas o farsantes. Dos: Quienes pueden matar el alma, es decir, aquellos que te pueden quitar la esperanza. El primer grupo es elitista, cerrado, sin perspectivas de futuro, con el alma tatuada en la doblez, en la apariencia. El grupo dos tiene el peligro de quitarte las ganas de vivir y, sobre todo, las razones para vivir.

Pero hay dentro de la vivencia evangélica un no sé qué de susto, de miedo: Anunciar el Reino de Dios con toda su fuerza y dinamismo, denunciando todo aquello que se opone al Espíritu del Evangelio, como, todo poder, soberbia, injusticia, exclusión. Afrontar esto con dignidad y valentía, sobre todo, conociendo los tentáculos del poder y del dinero, debería causarnos un cierto miedo, pero que es, a su vez, el signo claro de nuestro compromiso en el seguimiento de Jesús.

Cochabamba 21.06.2020

jesús e. osorno g. mxy

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