XIV
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
“Cansados
y agobiados”, pero con Jesús
Cansancio y agobio por la
pandemia
Probablemente sean éstas las dos
palabras que mejor definen el estado físico y de ánimo de la mayoría de
nosotros en estos últimos meses. El estado de pandemia en
el que se encuentra el mundo entero nos ha metido a todos en una crisis global de la que no
se escapa nadie. Todos estamos muy afectados y amenazados. El día de la
desdicha que empezó con el coronavirus en la zona oriental del planeta ahora
llega a la zona occidental. En América Latina sigue el aumento de contagios y
de muertes. En los países más pobres de Sudamérica aún se perciben más los
estragos que este diminuto virus maligno está causando. Después de casi cuatro
meses de cuarentena en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), como en
tantos otros lugares del planeta, el denominador común es el cansancio y el agobio de
la gente.
Jesús llama a los que están
cansados y agobiados
Ante esta situación penosa, el texto
evangélico de este domingo (Mt 11,25-30) es un gran consuelo para la humanidad
sufriente. Este pasaje de Mateo tiene tres elementos importantes: la bendición al Padre, la manifestación sobre la relación entre el
Padre y el Hijo y la invitación a la amistad con Cristo para tener aliento
en la vida. De estas tres partes, las dos primeras están también en Lucas (Lc 10,21-22) con una afinidad casi literal y pertenecen a
los dichos de la fuente Q, recogida en Mateo y Lucas. Pero sólo Mateo incorpora
los últimos versículos (Mt 11,28-30), que expresan la llamada de Jesús a todos
los cansados y agobiados para encontrar en él, Mesías
sencillo y humilde, amigo de los últimos, el aliento necesario para la vida.
Oración agradecida de Jesús
En el evangelio de Mateo sólo aquí,
en Getsemaní y en la cruz aparece el contenido de la oración de Jesús. En este caso es una forma de
bendición, típica en la tradición bíblica, que expresa un agradecimiento público ante el Padre. El
motivo de la oración es la revelación a los pequeños y el ocultamiento a los sabios
y entendidos de las cosas relativas al conocimiento de la relación entre el
Padre y el Hijo. Los que
se las dan de sabios y entendidos, en virtud de su autosuficiencia y de sus
prejuicios, se autoexcluyen de la revelación de Dios, el cual se da a conocer
abiertamente a los "pequeños". Estos pequeños, según Mateo, suelen ser los discípulos (Mt 10,42; 18,2-6.10.14) y
están particularmente llamados a ser sencillos y humildes como el Mesías.
Jesús invita a ir hacia Él
La invitación final de Jesús para ir hacia él aparece
en este evangelio en los pasajes relativos a la llamada al seguimiento radical
(Mt 4,19), a las bodas de parte del padre (Mt 22,4) y a entrar en el Reino por
parte del Hijo del Hombre cuando venga la majestad de su gloria (Mt 25,34). Los destinatarios de esta invitación de Jesús son los
discípulos, los
vagabundos y los que se han comportado atendiendo bien a los necesitados y
marginados. En el texto de hoy se trata de los oprimidos por el sistema legal de la época y por las
circunstancias sociales y económicas, que generan cansancio, agotamiento y
agobio ¡Cuántas personas se encuentran hoy así en nuestro mundo! ¡Víctimas del sistema!
¡Víctimas de la pandemia! ¡Víctimas de la falta de solidaridad con los necesitados y
con los pobres!
El yugo es la imagen de la aceptación
de la Nueva Alianza
Jesús invita a los que llama para que
carguen sobre sí su "yugo". El yugo es una imagen bíblica que se
refiere a la Alianza del Señor (Jer 2,20; 5,5) y a la
sabiduría contenida en los mandamientos y en la ley del Antiguo Testamento (Eclo 51,26). El yugo que Jesús ofrece no es el del cumplimiento de
las leyes, sino la aceptación de la Nueva Alianza con Dios que él mismo encarna en su
persona, humilde y sencilla. Es la aceptación de la nueva revelación que tiene
como contenido la identidad de Dios como Padre, la de Jesús como Hijo y la
relación entre ambos. Los
pequeños son los que mejor perciben que Jesús como Hijo es el rostro vivo del
Padre. El anuncio y la revelación de Dios como Padre y la acogida de este
Evangelio por parte de los pequeños es lo que constituye la gran alegría de
Jesús. No olvidemos que la manifestación fundamental del Hijo de Dios en los
Evangelios, por sorprendente y paradójica que parezca, es Jesús crucificado y
muerto. Para percibir la gran verdad de esta paradoja es necesario ser pequeño,
sencillo y humilde de corazón y, sobre todo, concentrar la atención en los
crucificados, marginados y agobiados.
Jesús no promete soluciones sino su
aliento
Sin embargo, lo que Jesús promete no es la solución inmediata de
los problemas ni la superación mágica de las dificultades sino el aliento, el alivio, uno de los dones mesiánicos (Is 14,3; Jer 6,16), que implica
descanso y reposo en orden a restaurar fuerzas para seguir adelante. Jesús
mismo es el lugar del descanso, de la paz y de la recuperación del aliento.
Acudir a él en este tiempo de cansancio y de agobio será bueno para todos.
Mansedumbre, humildad y sencillez. La invitación de Jesús es a no inquietarnos
y a no preocuparnos más por las cosas que no son tan importantes.
Cuidar el don de la vida
El don primero que hay que cuidar es
el de la vida de
cada ser humano. Para los que gobiernan nuestros países y pueblos también éste
deber ser el primer bien a preservar, que, en una escala moral, está muy por
encima de las ideologías partidistas y egoístas, con las que se intenta sacar
tajada aprovechándose de las dificultades del mundo y rentabilizando
interesadamente la enfermedad y la muerte de las personas en este momento
pandémico. Y hay que ser
humildes, caminando en la verdad, como decía la Santa de Ávila, y
reconociendo que nadie es omnipotente sino sólo el Creador, pues todos nosotros
sólo somos criaturas mortales con el don de la vida recibido de Dios.
La mansedumbre de Jesús
La última exhortación de Jesús es a
aprender de él, que es el Mesías sencillo, manso y
humilde de
corazón. El término griego prays, correspondiente
a la mansedumbre, designa a personas no violentas, sencillas y pacíficas. En el
texto de este domingo, como en Mt 21,5, el evangelio de Mateo presenta a Jesús,
como Señor y como Mesías, pero de manera sorprendente. La soberanía de Jesús es
la de la humildad y la
sencillez, la de la mansedumbre y la no violencia. Su grandeza es la de ser
servidor de los otros y su autoridad la del que va a ser crucificado para
revelarnos dónde y cómo podemos encontrarnos con Dios en esta tierra.
Jesús Mesías, manso y humilde
En Mateo, el acercamiento mesiánico
de Jesús a Jerusalén (Mt 21,5) caracteriza a Jesús como Mesías manso y humilde y
gira en torno al texto bíblico que anuncia la venida de un rey con las palabras
proféticas de Zacarías que también hoy se leen (Zac
9,9-10). Mateo subraya así la cualidad mesiánica de la mansedumbre. Mansedumbre es la virtud que combina la
sencillez, la no violencia, la humildad y la solidaridad compasiva. Éste es el Mesías de la Pasión
y de su sencillez y humildad es de quien los discípulos y todos sus seguidores
debemos aprender. En el seguimiento de este Jesús es donde
encontraremos reposo, aliento y esperanza para seguir adelante en nuestras vidas.
La vida en el Espíritu de Cristo
La Carta a los Romanos es el texto del Nuevo
Testamento donde mejor se desarrolla lo que significa para el ser humano la vida en el Espíritu de Cristo y más exactamente en el
capítulo ocho, del cual hoy se lee un pequeño fragmento (Rom
8,9.11-13). A partir de Cristo muerto y resucitado la Nueva Alianza prometida
en el profeta Jeremías (Jer 31,31) se ha cumplido en
el ser humano pues, por medio del Resucitado que nos comunica su mismo Espíritu, el Espíritu, y no la carne, es el que domina ya la vida del cristiano. El Espíritu del que resucitó a
Jesús de entre los muertos es el fundamento de la vida nueva cristiana y la
garantía que avala el futuro de la humanidad. El Espíritu de Cristo es el
del crucificado y resucitado, es el que habita en
nosotros y nos permite vivir en la libertad de los hijos de Dios y en el amor que caracteriza la vida
cristiana liberada y creada de nuevo por Dios. Los que son de Cristo han crucificado
la carne con sus pasiones desordenadas (Gal 5,24).
No somos deudores de la carne, sino
del Espíritu que da vida
Pablo sostiene que ya no somos deudores de la carne.
"La carne simboliza – dice en su espléndido comentario X. Alegre – aquel estilo
de vida que nos lleva a encerrarnos en nuestro propio egoísmo, buscando el
honor, el dinero o el poder a cualquier precio, disfrutando de la propia vida a
costa de los demás y de la explotación de la naturaleza, adaptándonos así a la
lógica deshumanizadora de este mundo profundamente injusto y egoísta, que
encuentra su expresión en las tremendas desigualdades económicas, sociales y
políticas, que dividen a las personas y los pueblos, provocando la violencia
que azota nuestras sociedades, sobre todo en los países empobrecidos". Sin
embargo la alternativa de vida propuesta
por Pablo nace del Espíritu
de Cristo en nosotros y así el apóstol sostiene que, si mediante el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, tendremos vida.
Somos hijos de Dios, con humildad y
sencillez
Esta es la novedad de vida en la que
hemos de caminar como hijos de Dios, con la
sencillez y la humildad propias del crucificado. En este Espíritu de Cristo se
encuentra el aliento y el reposo que renueva nuestras fuerzas en medio de los
cansancios y agobios de la vida presente. Acojamos por tanto la invitación del
Señor: ¡Vengan a mí, los agobiados, y yo los alentaré!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura