Nuestra debilidad

 

Como nunca, vamos tomando conciencia de “lo frágil e incierta que es la vida humana, su condición imprevisible, brutal, milagrosa”. Y como nunca, se acentúa sobre nuestros hombros, debilitados y cansados, el peso de humanidad, el de nuestra pequeñez, el de nuestra hambre, desolación y fatiga insaciable. Somos seres infinitos con una medida de finitud que nos abruma y sobrepasa.

El Dios de Jesús es un Dios humano, humanado, que sabe de nuestra fragilidad y debilidad. Un Dios hermano como sólo Dios podría ser. Tan cercano que camina a nuestro ritmo y paciencia. Que conoce los secretos más íntimos del corazón. Que da vida y respiro a nuestros anhelos, corazonadas y deseos en aquella medida que sólo Él puede comprender y apoyar.

Y Jesús vino para tomar en serio nuestra humanidad. A Él le preocupa nuestra salud, el hambre que padecemos, el ser humano desde la dimensión infinita de nuestro dolor. Y se echó al hombro todo esto por encima de normas religiosas o sociales o políticas. Su consigna pareciera ser: Primero el ser humano, hombre y mujer, niños y ancianos, creyentes y ‘paganos’, extranjeros y conciudadanos. El sol es para todos. La vida más.

“Vengan a Mí, decía,  todos los que están cansados y agobiados que Yo los aliviaré”. Añade: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Él no vino a complicar nuestra existencia con normas, leyes y ritos. Vino a aligerar nuestra caminada en el yugo único y suave del amor, de la coexistencia pacífica, generosa, solidaria, fraterna. Así la vida se vuelve fiesta en ritual viviente, gozoso y festivo.

Cochabamba 05.07.2020

jesús e. osorno g. mxy

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