Parábola de la Madre Tierra

 

La madre tiene intuición (intus legere, leer dentro). Escucha la voz gesticular de la criatura que lleva dentro. Sabe de su crecimiento. La alimenta, la nutre. Palpa su fuerza y, en forma que solo la madre conoce, guarda una empatía con el nuevo ser. Desde siempre se conocen y se aman. Este conocimiento y este amor son los que le dan a la criatura una configuración tan significativa y tan propia, que la hacen persona.

Y la tierra es madre. Generosa y fecunda como fuente y principio de vida. De sus entrañas brotan a borbotones los gérmenes primordiales de las aguas torrenciales, de la savia fecunda, de los minerales enriquecidos de belleza y esplendor, y en medio del humus fecundante, están aquellos animalitos que generan vitalidad a las plantas y nutrientes que se convertirán en alimento de la humanidad entera.

Los seres humanos nos hemos convertido en victimarios de este seno fecundante destruyendo su vitalidad. Lo que es despensa acumulada para compartir entre todos, muchos, más bien pocos, la han acaparado, mutilado, esterilizado. La han pisoteado, estrangulándola en su matriz y apropiándose de sus vetas de pedrerías y riquezas para el mundo. La han ahogado con sus carbones incendiarios y el vertedero de sus fábricas.

La semilla sembrada se ve pisoteado por el fragor del transporte, o la siembra multiplicada de la hierba contaminada que destruye a la juventud. Quedan reductos de tierra buena en manos de nuestros originarios que saben conversar con Ella, cuidarla alternado las siembras y permitiéndole descansar. Nuestro corazón es un terrenito que necesita aire puro, limpieza y sanación. Tata Diosito siembra ahí la nueva vida llamada a producir el ciento por uno.

Cochabamba 12.07.2020

jesús e. osorno g. mxy

jesus.osornog@gmail.com