XV
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El
Sembrador de la Esperanza
Los
gemidos de la creación
El
fragmento de la carta a los Romanos que este domingo se lee en la Iglesia
parece escrito especialmente para momentos como el que actualmente se vive en
el mundo. Verdaderamente la creación entera
está gimiendo con dolores de parto aguardando
la plena manifestación de los hijos de Dios. Esta idea de la lectura paulina (Rom 8,18-23) puede ayudarnos a todos a afrontar la
situación trágica del mundo, invadido por la pandemia letal. Hasta el momento
en que se produzca y se suministre la vacuna adecuada contra el virus maligno,
seguiremos gimiendo en este valle de lágrimas planetario, porque estamos amenazados
de muerte y la gente muere por
doquier. Ya se ha superado el medio millón de muertos en el mundo y se ha
sobrepasado la cifra de doce millones de contagios.
Un par
de incógnitas del presente
Entre
las múltiples incógnitas que nos surgen quiero mencionar dos,
una de Bolivia y otra de España. No es fácil entender cómo,
estando en crecimiento diario el número de personas contagiadas en
Bolivia, las autoridades han flexibilizado y reducido las
medidas de protección y prevención en lo que llaman la cuarentena
“dinámica”. No se sabe si han perdido la autoridad, la
razón o la conciencia, pero su incompetencia es
manifiesta y la población va como un barco a la deriva, como al arbitrio de un
“sálvese quien pueda”. Y en España no se
entiende bien cómo, en una
situación tan anómala como la actual, algunos se aprovechan de la misma y
quieren ir a por todas hasta querer cambiar la forma del Estado, cuando lo que
tenemos es sólo un gobierno de coalición y muy necesitado. Parece que también
el nivel de incompetencia no
distingue la diferencia entre lo circunstancial del momento, lo coyuntural de
un periodo limitado y lo estructural de una gran transformación; y hay
oportunistas que se aprovecha de lo primero para intentar lo tercero.
El
Evangelio y su horizonte de esperanza
Lo
cierto es que en ambos países estamos sumidos en el dolor y
en la incertidumbre, y
vivimos a la expectativa de lo que pueda ocurrir en el futuro a corto y medio
plazo en estas sociedades convulsas. Sin embargo como cristianos seguiremos
compartiendo la Palabra del Evangelio y
aguardando activamente la plena manifestación de lo que somos en nuestra
identidad más profunda: hijos de Dios,
llamados a vivir en el amor y en la concordia, en la justicia y en el respeto
mutuo, en paz y en libertad. Y esta verdad es el horizonte de esperanza, que
contiene la Palabra de la vida, aunque muchos no lo perciban. La palabra de
este domingo puede ayudarnos a avivar esta esperanza.
La
parábola del sembrador, esperanzadora
La parábola
del sembrador en labios de Jesús (Mt 13,1-23; Mc
4,1-20; Lc 8,4-15), con su asombrosa
sencillez, podría ser, en primer lugar, como una representación de toda vida
humana y de las diversas actitudes respecto a los dones recibidos, a las
virtudes que cada uno tiene, y al desarrollo de nuestras cualidades personales.
Nos podemos preguntar qué calidad de semilla y de
palabra hay en nosotros, por dónde va creciendo tal
semilla y si, de hecho, estamos en producción, independientemente de cuánto
producimos. En segundo lugar, y desde una consideración específicamente
cristiana, con la explicación alegórica que el mismo evangelio presenta, podemos
plantearnos en qué medida la palabra del Reino,
el mensaje principal de Jesús, va calando en cada uno de nosotros, tomando
cuerpo en nuestra existencia hasta el punto de convertirnos también en Palabra
viva y eficaz del Reino proclamado y prometido en las Bienaventuranzas, un
Reino de Dios que pertenece a los pobres y que producirá un cambio radical de
la situación social de nuestro mundo con la manifestación del nuevo orden en el
que impere la justicia, florezcan la paz y la libertad y toda persona pueda
vivir en las condiciones de igualdad de lo que todos los seres humanos somos: hijos
de Dios.
Los
terrenos de la Palabra
Nuestra
vida como palabra, con todas las capacidades y
potencialidades de cada persona, y nuestro cristianismo como evangelio pueden
crecer en las diversas formas que la parábola nos describe. La palabra junto
al camino es la que, por quedarse en la superficie,
fácilmente se la lleva cualquier viento o la última moda. Puede aplicarse a la
vida trivial y al cristianismo superficial, en los que si no penetra el rejón
de labranza para dejar la tierra mullida y permeable, ésta no puede
fructificar. La palabra entre las piedras es
la palabra hueca, sin raíz, es una
palabra chispeante, como una burbuja o como fuegos de artificio, sin ninguna
profundidad. Puede referirse a la vida y a la religión light, que, a pesar de la
alegría aparente, sucumbe ante cualquier dificultad, exigencia o compromiso. Si
con las piedras no se hace una limpieza a fondo, tampoco es posible crecer. La
palabra entre zarzas es
la vida humana sometida a los múltiples agobios del momento
presente, provocados por las circunstancias actuales, por
la coyuntura social y política o por la estructura de un sistema moralmente muy
decadente. Todo ello es muestra de estilos de vida incapaces de hacer crecer el
Reino de Dios y su justicia.
La
esperanza de la Palabra en la tierra buena
El
mensaje de Jesús reclama la necesidad de ser una tierra buena, con
capacidad para escuchar y comprender la Palabra,
para echar raíces y fortalecerse en los grandes valores del Reino de Dios, para
dar fruto. Éste es el talante requerido por Jesús para que
nuestras vidas sean productivas. En el profeta Isaías se anuncia
una palabra de esperanza y de consuelo: «Como bajan la lluvia y la nieve del
cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y
hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será
mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo» (Is 55,10-11). Del
mismo modo en San Mateo el protagonismo del Evangelio lo tiene la palabra. Y esa
palabra no es sólo un libro, sino el mismo Cristo
en persona que camina con nosotros y nos abre las
Escrituras.
La
potencia transformadora del Evangelio
El
Concilio Vaticano II nos expone que la Palabra de Dios constituye,
junto al sacramento eucarístico, el auténtico
pan de vida de la Iglesia desde su origen, recuperando así
los dos elementos esenciales de la vida espiritual de los cristianos: El
Pan-Cuerpo de Cristo y la Palabra-Cuerpo de Cristo (DV 21). Benedicto
XVI desarrolló la trascendencia de la palabra divina en
su exhortación apostólica “Verbum Domini” llegando
a proclamar que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo (VD
56). Y el Papa Francisco ha instituido incluso la Fiesta
de la Palabra de Dios para resaltar el protagonismo de la
Palabra del Reino de Dios y su potencia para transformar el mundo.
La
resistencia firme y el aguante activo frente al mal
El
texto de Pablo en la carta a los Romanos nos revela la gloria futura de los
hijos de Dios y marca el horizonte de la gran esperanza a
la que los seres humanos hemos
sido llamados junto con toda la creación (Rom 8,18-23).
Entre los sufrimientos de la vida presente y la gloria futura no hay
proporción. Si bien es verdad que todavía estamos inmersos en el dolor de la
vida mortal con todas las manifestaciones individuales y sociales del
sufrimiento humano, es mucha más verdad que la esperanza que nos da la salvación,
acontecida ya en Cristo crucificado y resucitado, nos
permite vislumbrar, anhelar y esperar la liberación definitiva de toda
corrupción y de todo mal que afecta al ser humano y participar en la libertad
de la gloria de los hijos de Dios, pues poseemos ya las primicias del Espíritu.
Pablo describe esta gran esperanza con la imagen apocalíptica de los que gimen
con dolores de parto aguardando la revelación plena de lo que ya somos: hijos
de Dios. La esperanza es la
virtud teologal que expresa la gran alegría del Espíritu de
Dios en nosotros y nos capacita para resistir con firmeza y aguantar
activamente los envites del mal, pues tenemos la certeza
de que “hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,24)
y que la gloria correspondiente a esta salvación un día se manifestará en
plenitud.
La
Palabra dará su fruto
Para
avivar el dinamismo de la esperanza cristiana y de la palabra de Cristo en la
vida y la misión de la Iglesia se requiere potenciar al máximo la capacidad de
escucha, el conocimiento y la comprensión del Evangelio, el cual
lleva consigo la vida, la paz y la salvación para
toda persona y sólo así será la Iglesia verdadero sacramento mediador al
servicio del Reino en el cual está puesta la esperanza inquebrantable de los
hijos de Dios. Estamos convencidos de que la Palabra del Evangelio dará su fruto,
porque así lo ha dicho el Señor.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura