D O M I N G O   XVI   (A)   (Mateo, 13, 1-23)

           

-  La cizaña es una semilla venenosa que, figuradamente, ha pasado a ser un símbolo del mal: la cizaña actúa como el vicio que se mezcla y puede corroer las buenas costumbres. De hecho existe el verbo encizañar.

 

- Esta Parábola del Señor, relacionada con la del sembrador, que escuchábamos el pasado Domingo, nos  recuerda que:

         - El Señor es el buen sembrador de la copiosa buena semilla en nuestras almas.

         -  Pero, al mismo tiempo el Señor hoy nos advierte que, esa buena semilla suya tiene sus riesgos. Que hemos de estar en guardia porque, junto a su siembra, existe la del enemigo que siembra la mala que puede “dar al traste” con su buena semilla.

 

- En esta Parábola llama la atención la respuesta que el amo da a los criados que se ofrecen para ir a arrancar la cizaña. El amo frena aquel impulso de los criados y se muestra paciente: “No,  que podéis también arrancar la buena semilla”.

 

-  Esa actitud paciente del amo es muy elocuente, (sobre  todo si tenemos en cuenta que la metáfora está dirigida a los hombres).

- Porque, en el caso de la semilla, no resultaría provechoso mantener la cizaña ya que, por mucho que se espere, la cizaña no se convierte nunca en buena semilla. Seguirá siempre siendo  cizaña.

- Sin embargo, llevada esta metáfora a los hombres, (que es a quien Jesús la dirige), la paciencia ¡si puede ser altamente provechosa!, porque un hombre “cizaña”, (sumido en el mal),  por la paciencia y la oración, ¡sí puede tornarse en una “buena semilla”! Y esto lo avala la historia de la Iglesia que está llena de ejemplos de grandes pecadores, como   el  clamoroso >>>>>>>>  

 

caso de San Agustín que, gracias a las oraciones de su madre, Santa Mónica, pasó de ser un gran pecador, a uno de los más grandes Santos que ha dado la Iglesia.

 

La lucha consigo mismo.

 

Es muy importante hacer una buena lectura de esa convivencia del trigo y la cizaña a la que el Señor alude, para interpretar bien lo que nos quiere advertir y enseñar.

Si analizamos el pensamiento de Cristo, en otros lugares del Evangelio, advertiremos que, no se trata de una convivencia pacífica y pasiva, entre el bien y el mal.

“No he venido a traer paz sino la guerra”, nos advertirá Cristo. El quiere, por tanto, que luchemos contra el mal que hay dentro de nosotros porque, nadie como El sabe que: “no somos trigo limpio”, según la frase popular. Nadie puede arrogarse estar libre de pecado.

Y, ¿cómo hemos de afrontar esta especial lucha?

No se trata de vencer a alguien fuera de nosotros, sino de extirpar el propio mal. Y es esta una de las más difíciles batallas. Ya lo dijo el Emperador Napoleón, al que felicitaban después de una victoria en una de sus más grandes contiendas:

“La batalla más difícil, la tengo todos los días conmigo mismo” (Napoleón Bonaparte)

¡Esta es nuestra lucha. Esta la especial batalla que ha de librar el cristiano!

-         La que Cristo libró..

-         La que han librado los Santos. “No quieras vencer el mal, sino en abundancia de bien”  (Rom. 12, 21)

        El Señor nos ha dejado un especial medio para combatir en nosotros la cizaña; el Sacramento de la Confesión.

                                                                           Guillermo Soto