XVIII
Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A
El amor
de Dios en el milagro del pan
El amor
de Dios y el pan partido
La
palabra de este domingo nos presenta el amor de Dios, con tres lecturas que lo
caracterizan como un amor gratuito y universal (Is
55,1-3), potente e inquebrantable (Rom 8,35-39)
misericordioso y eficiente, que se revela especialmente en el reparto eucarístico
del pan (Mt 14,13-21), realizado por Jesús con sus discípulos en un momento de
gran necesidad de quienes los seguían. En los cuatro evangelios tenemos seis
versiones acerca de este milagro del reparto de pan entre las multitudes, una
comida extraordinaria realizada por Jesús que debió ser memorable en la
primitiva Iglesia (Mc 6,30-44; Mt 14,13-21; Mc 8,1-10; Mt 15,32-39; Lc 9,11-17; Jn 6,1-15). También
allí Jesús realiza los gestos eucarísticos con el pan (tomar, bendecir, partir,
dar) de modo que aquella comida se convirtió en una de las tradiciones
principales acerca de la fracción del pan. Lo admirable del milagro evangélico
no es la “multiplicación” de panes, sino el “reparto” del pan partido entre los
necesitados. El milagro no consiste en multiplicar sino en partir y compartir.
Con la
pandemia viene más pobreza y más hambre
En
descampado y hambrienta está también hoy una parte grande de la humanidad,
carente de las necesidades más vitales, muchos de ellos, sin pan y sin casa. A
la crisis del coronavirus, que ojalá acabe pronto, seguirá otra que ya viene de
atrás, escalofriante y más duradera, la del hambre que trae consigo el
empobrecimiento de la población en el mundo, debido a la crisis económica sin
precedentes derivada del maldito virus. Con la pandemia vendrá más pobreza y
más hambre. Con los datos del segundo trimestre del año España ha caído en
recesión económica, por el desplome del PIB en un 18,5%, el más grande del
mundo. En Bolivia la caída es también muy grande, del 5,9%. En el texto de
Mateo de este domingo los discípulos piden a Jesús que despida a las
multitudes. ¡Cuánta gente en el mundo hoy es despedida! ¿A cuántos se les dice
“que se vayan”? ¡A cuántos se les está diciendo que estorban aquí! ¡por la edad avanzada! o ¡por ser inmigrantes! o ¡por ser
diferentes!
¡Aquí hay
pan para todos!
Pensemos
en los inmigrantes, con papeles o sin ellos. O en los niños de la calle, tantas
veces rechazados hasta por sus propios vecinos. O en cualquier tipo y
manifestación de racismo o xenofobia. O en cualquier forma de marginación
personal y social por motivos religiosos o por ideas diferentes. ¿Cuántas veces hemos leído “fuera con ellos” en los graffiti de los muros de las ciudades. Ese slogan indica el
camino de la barbarie que acaba en holocausto. Jesús da una respuesta
contundente a los discípulos: “No tienen necesidad de irse”. ¿Cómo resuena esta
frase entre nosotros? Con Jesús podemos decir que nadie tiene ni necesidad ni
obligación de irse en ninguna parte del mundo, pues todos tienen derecho al pan
y al trabajo, a la dignidad y a la libertad, a la convivencia en paz y con
respeto, al bienestar y a la satisfacción de los mínimos de supervivencia en
nuestro planeta. Aquí hay pan para todos.
Organizarse
para compartir el pan
La
Eucaristía es símbolo y realidad de la salvación. Jesús involucra a sus
discípulos en una acción capaz de realizar un verdadero milagro: «Denles
ustedes de comer». Probablemente ellos pensarían que el milagro consiste en
multiplicar los alimentos, y creerían que el problema era comprar para muchos.
En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte, es más él
mismo se parte y se entrega hasta el fin. Jesús les muestra que, más que
despedir o comprar, el camino a seguir es organizarse y planificar el servicio,
es saber convivir unos con otros en la tierra en la que estemos viviendo, y
entonces partir y compartir el don del pan y los dones de esa tierra.
El pan es
un don de Dios para compartir: “Nuestro pan de cada día…”
Jesús da
una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro.
Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la tierra con el
trabajo del hombre, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad,
como el pan “nuestro”, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la
humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si
organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si
superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan para
todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado
en el reparto del pan eucarístico. Y se hace oración en el Padrenuestro, donde
siempre se dice: “Nuestro Pan de cada día…”
La
insuficiencia de los sistemas dominantes
La
insuficiencia de los dos sistemas económicos dominantes es evidente. El sistema
capitalista es injusto en su esencia, pues aniquila a la persona convirtiéndola
en mercancía y genera terribles desigualdades dirigidas por los dueños del gran
capital, y el socialista lo es porque atenta contra la libertad de la persona y
contra su dignidad inalienable convirtiéndola en un pelele a merced del
autoritarismo de los dirigentes del Estado. El mundo de la macroeconomía se
muestra cada vez más incapaz de resolver el problema de la pobreza porque está
basado en la idolatría del dinero, un ídolo que premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres.
La
alternativa Eucarística del compartir
La
celebración de la Eucaristía, sin embargo, es la manifestación del Señor en nuestras
personas y comunidades, es la máxima expresión sacramental del amor
inquebrantable de Dios en Cristo, crucificado y resucitado, que nos mueve a una
solidaridad efectiva con los pobres a través del justo reparto del pan y de la
tierra para que todos puedan vivir con dignidad y en libertad. La Iglesia,
cuando es fiel al Evangelio, proclama y enseña que no solamente hay que ir a
Misa el domingo sino vivir eucarísticamente todos los días, dejando que el Amor
de Dios transforme nuestras vidas y partiendo el pan con el hambriento. Vaya
nuestro elogio y nuestra felicitación a Cáritas y a sus miles de voluntarios,
la organización silenciosa de la Iglesia, que sigue respondiendo en cada
Diócesis y en cada parroquia a la demanda de Jesús: “Denles ustedes comer”. Y
así da testimonio del Amor de Dios, gratuito y universal (Is
55,1-3), potente e inquebrantable (Rom 8,35-39)
misericordioso y eficiente.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura