Un pedazo de pan

 

La palabra ‘hambre’ ha tomado connotaciones tan dramáticas que superan cualquier otra pandemia posible en el universo-mundo. “Tenemos hambre” es el grito lacerante más agudo hoy en muchos de nuestros pueblos. Y morirse de hambre no es un simple posible, sino una cruda realidad a la que asistimos muchas veces, con indiferencia pasmosa de parte de sistemas políticos y de los grandes magnates de las finanzas.

¿Hambre? ¡Clarísimo! Hambre física, hambre del alma, hambre del corazón. Y muchos pasan sin mirar a quien tiende la mano o sin escuchar el clamor del pueblo. Muchas veces el hambriento es el hijo o el vecino que claman en medio de todas las comodidades, por una mirada o un minuto de escucha en la hambruna desolada de sus problemas o necesidad de afecto, de cariño. Una palmadita al hombro sería suficiente.

Mucha gente ha estado siguiendo a Jesús de muchos lugares. Llevan tiempo en esta tarea de escucha y seguimiento. Ya se hace tarde. Los Apóstoles muy previsivos, le dicen a Jesús que los despida para que regresen a sus casas y puedan tener acceso al pan cotidiano. Pero Jesús tiene un corazón más grande y compasivo: “Denles ustedes de comer”. Quiere decir que para alimentar al Pueblo no hay disculpas. Hay qué hacerlo.

Alguien tiene un pedazo de pan entre el gentío. Jesús cuenta con nuestra disponibilidad, con aquel pedacito de alma que dice generosidad, solidaridad y que se expresa con un verbo tan esquivo, ‘compartir’. Desde esa pequeñez se logra saciar tantas hambres, tantas angustias, tanta soledad. Bastarían unos cuantos céntimos restados a presupuestos de guerra y de avaricia, para sentar a media humanidad, hambrienta, a la mesa de la saciedad y del gozo y de la solidaridad universal.

Cochabamba 02.08.2020

jesús e. osorno g. mxy

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