Cuando caen las  migajas

 

Al mundo de hoy le sobran los recursos. Lo que pasa es que están concentrados o acumulados en pocas manos o bolsillos o bancos. El sistema financiero es un pulpo que absorbe, concentra a tal punto que pierde la perspectiva de lo finito y se lanza en para caídas a un horizonte sin límites. En su carrera aglutinante y despiadada, deja atrás, con las manos extendidas y la mirada perdida, a una multitud famélica, agonizante.

También de las mesas caen migajas. Antes, era un simple privilegio de las mascotas el poder compartirlas. Ahora las mascotas tienen un puesto seleccionado en las viandas de la mesa familiar. Y las migajas caen al viento, esparcidas, sin nombre y sin destinatario propio. No interesa su destino. Así se sepa que en las afueras, en las márgenes del poder, está la multitud que ve cómo se desperdician las sobras de hoteles y restaurantes.

Esto lo sabía la mujer siro-fenicia que conversa con Jesús. Ella era rica. Solo que faltaba en su mesa la salud de su Hija para compartir los dones recibidos. A grito partido se lanza a los pies de Jesús. Pide migajas, nada más. Y migajas que caen de la mesa con un destino determinado: Los perros que esperan un gesto de bondad de sus amos. La palabra o grito de esta mujer, da un golpe certero en el corazón de su interlocutor.

Jesús había ido más allá de las fronteras patrias, culturales, sociales, religiosas. Quería descansar. No quería ser interrumpido en nada ni por nadie. Pero su fama había corrido más allá. Y esta mujer a quien le partía el alma ver a su hija enferma, lo supo. Sabía que Jesús podía hacerlo y se lo pide en forma inusual. El Pan no se da a los perros. ¡Ah! Jesús no se esperaba la respuesta: Cuando las migajas caen de la mesa, se vuelven, por la fe, salud, bendición, sanación, solidaridad. ¡Qué grande es tu fe!

Cochabamba 16.08.2020

jesús e. osorno g. mxy

jesus.osornog@gmail.com