HOMILÍA
DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO CICLO A
P.
Emilio Betancur
EL TEMOR NO ES HUNDIRNOS SINO, PORQUE
TEMEMOS.
Ajaba contó a
Jezabel lo que había hecho el profeta Elías, (mi Dios Yahvé), exterminar los
dioses (Baal, señores) que se habían apropiado de Israel; al saber el profeta
del desquite que se le venía encima lo embargó el miedo, huyó buscando la
protección de Yahvé en el monte Horeb. Tener la dirección es motivo de alegría,
pero no tenerla produce cansancio y no pocas veces desesperación: “se sentó y
se deseó la muerte: ¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida
que yo no valgo más que mis padres. Se echó bajo la retama, planta que sirve
para los hornos de pan, y se durmió”. En el sueño un ángel del Señor lo tocó y
le dijo: “Come porque el camino que te falta es superior a tus fuerzas”
(Cuarenta días y cuarenta noches). “al llegar acampó en una cueva del Horeb
pero aún no encontraba a Yahvé; pasó un huracán, un terremoto, fuego y el Señor
no estaba allí.” “Solo lo descubrió en la voz callada de una brisa” (primera
lectura) comenzó el diálogo de intimidad a intimidad, condición para la
revelación de la Palabra; para que exigirle a Dios manifestaciones
espectaculares cuando la Palabra se revela en nuestro interior para
redescubrirlo en los demás, como el murmullo de una brisa suave que al
contrario de crear temores sana la angustia y da la paz. En la fe solo se ve lo
que se escucha; Elías primero escuchó y luego vio. Este texto nos nuestra la
confianza que podemos tener a Jesús en momentos tan difíciles como la pandemia
actual. Para Israel el mar tempestuoso era un signo del poder del mal, porque
su familiaridad primera fue con el desierto domicilio de muchos siglos. El
resucitado se revela caminando sobre el agua signo de todos los males,
eliminando todo lo que les impide a los discípulos llegar a la otra orilla de
los paganos. Al verlo caminar los discípulos se asustaron creyendo que era “un
fantasma” y del miedo gritaron. De inmediato el resucitado les habló: ¡ánimo
soy yo, no temáis! Su presencia fue en momentos de tanta angustia como la
nuestra en momentos de indescifrable incertidumbre con la pandemia provocaba
por el coronavirus “que vino a quedarse”. Nuestra súplica sumisa y atrevida no
puede ser otra distinta a la de Pedro: “Señor si puesto que eres tú, mándame ir
hacia ti caminando sobre el agua. (La pandemia, sus terrores y secuelas) “El
Señor le contestó: ¡ven! Al caminar Pedro dejó de sentir la presencia del
Espíritu del resucitado en su interior y lo invadió la fuerza contraria del
viento, con miedo comenzó a hundirse” (evangelio). El temor nuestro como el de
Pedro no es hundirnos sino hundirnos por el miedo que tenemos a la pandemia;
sin embargo, Pedro gritó a nombre nuestro: ¡Señor sálvame! Jesús le dijo, ven”
(evangelio). Jesús tiene la autoridad de permitir que Pedro y nosotros nos
sobrepongamos sobre la pandemia como mal. Más que pedirle que lo haga Jesús
podemos hacerlo nosotros imitando a Jesús. Pedro se inclinó más a creer que las
olas y el viento lo hundían que esperar a que la Palabra de Jesús le diera el
poder de caminar sobre las aguas a pesar de los vientos en contra. A esto se le
llama seguimiento de Jesús, ser creyentes. “Jesús tendió la mano y lo agarró”
(evangelio). La liberación del exilio de babilonia también fue un éxodo de la
mano de Dios (Sal 107,23-32). Salir de esta pandemia tiene características de
éxodo, lo que es más preciso a hablar de “un recomenzar, un reinventarse con el
milagro de la resiliencia”, como si se tratara de una crisis económica más que
de una catástrofe social en términos de éxodo bíblico; o solo de una vacuna,
necesaria, cuando el problema es de “resurrección”, humanidad nueva, con
propósito de enmienda de salir de la muerte en que hemos vivido anteriormente;
un trasplante de corazón para empezar a luchar por la equidad sumándole
más solidaridad.
Solo cuando
estuvieron todos en la misma barca cesó el viento, calmar tempestades es
también obra de Dios, así ocurrió en la creación, el diluvio y Jonás, todo
terminó con la presencia del resucitado y su signo fue la paz al interior de la
barca; eso indica que puede haber también una nueva organización de la creación
como ocurrió con el diluvio cuando el mal externo representado en las aguas fue
vencido por la vida protegida a nombre de Dios por Noé, simbolizada en una rama
de olivo. Porque la pandemia ha sido sometida; la nueva comunidad que está en
la barca, dijo con gratitud: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios”. Los
costos de esta historia de salvación como los del diluvio y la multiplicación
de los panes y en general todo el evangelio, no aparecen nunca porque en
comparación a la vida son irrelevantes. Siempre seguirá la pregunta de Jesús a
Pedro y al pueblo de Dios en general. “¿Crees esto?”
El
sufrimiento de Pablo puede ser nuestro por ver que la adopción de hijos de Dios
en el bautismo, la fe en las promesas del amor de Dios no sea conocidas o
aceptadas por sus hermanos de raza y religión; Israel en primer lugar luego
nosotros como pueblo de Dios. (segunda lectura).